...
Acomoda su saco grisáceo, su falda del mismo color y por último su cabello rojo.
En sus ojos avellana se veían determinación pero a la vez temor y ansiedad. Una combinación justa, gracias a la situación comprometedora, que reconsiderandolo nuevamente, su vida estaba en peligro.
¿Cuándo no?
Su trabajo no era tranquilo como digamos. En cada situación que le tocaba, en algo salía dañada.
Nunca con las manos limpias.
Nunca.
Daba miedo.
Ansiedad.
Confusión.
Emoción.
Terror.
Orgullo.
Dolor.
Satisfacción.
Lástima.
Compasión.
Todo eso daba en su trabajo.
A lo mejor pensaba que de eso estaban llenos las personas y las hacían más fuertes y que mientras más resolvía y ganaba, menos le afectaría. Pero en realidad estaba muy equivocada: la carcomía más.
Es rutina.
Rutina que la mata de a poco sin darse mucha importancia... o puede que rápido.
—La espera en su oficina —la secretaria de su jefe entra en su oficina confirmando y afirmando su pedido.
—En un minuto estoy allá —se levanta de un salto tomando las carpetas con fotos y archivos del caso.
Respira hondo... y va.
Al haber comenzado con la investigación desde hace años, no creería que su vida iba a dar un gran cambio en donde el peligro y el dolor afectaran su estilo de vida.
Ella no imaginaba eso. Sólo sucedió.
Se encamina hacia su destino.
Entra en el ascensor tocando el botón del quinto piso y espera.
Se mira en el espejo y podía ver sus ojos cristalinos a punto de llorar, los cierra respirando hondo y los abre. Ahora la veía como esas veces, veía su rostro triste y cansado, pálida, tan blanca que a penas se podía distinguir su vestido blanco fino.
Igual que la última vez.
Un leve sonido hace un gran eco en el espacio chico avisando de que ya había llegado. Las puertas se abren y lo primero que se encuentra es con la espalda ancha y musculosa enfundada en una camisa celeste que le quedaba ajustada marcando mucho hasta los brazos. Siempre vistiendo lo más caro, último y elegante que puede haber en trajes completos para hombres, aunque ahora no tenía puesto su saco, algo no muy visto en él.
Marcos Sheffer, su jefe.
Parece que sintió su presencia y al dar vuelta, un jadeo pequeño involuntario de ella escapa. No podía negarlo, le gustaba.
Sus ojos marrones oscuros daban un toque misterioso bajo esas cejas pobladas, acompañado de su cabello negro corto muy bien peinado. Su nariz fina, labios rosados un poco gruesos y su piel blanca; hacían un increíble trabajo para darle ese perfil masculino característico.
—Señorita Morgan, la espero en mi oficina —muerde su labio inferior al escuchar su voz ronca.
Muy deseable...
—Sí señor —asiente levemente viéndolo fijamente mientras él se retira
Basta de tonterías.
A lo importante.
—Hora de cumplir mi promesa —sujeta firme las carpetas—. Esto por ti... Leila.
Jana:
Lo vió.
Lo vi.
Lo vi.
Lo vi.
No estoy loca.
Aunque puede estarlo, pero a la vez no.
Esa noche en la fiesta lo vió.
Aunque al haber escuchado su nombre la decepcionó. Tower.
—¿Por qué tan pensativa? —siente un beso en su cabeza y a su lado aparece una taza de café que él le ofrece.
—Eso... pensaba —acepta la taza y toma un poco.
—¿Se podría saber en qué? —se sienta a su lado pasando un brazo por sus hombros.
—En la fiesta de la otra vez —dice con la mirada perdida—, vi algo que me... dejó así.
—Alguien.
Lo mira y asiente lentamente varias veces. —Alguien.
No podía ser, las noticias no mienten, no... ¿verdad?
—Las noticias no mienten.
—Depende —contesta él frunciendo el ceño.
—Quiero creer que es verdad... pero no sé.
—¿A quién has visto? —intentaba descifrar más lo que pasaba por su cabeza, siempre había sido cerrada en ella misma aunque a veces se abría con él.
—Será coincidencia... pero creí ver a —la voz le tiembla— a Owen.
—Eso es imposible... lo habrás imaginado —ya estaba dudando de sus propias palabras.
—Eso quiero creer —dejan las tazas en la pequeña mesa de la sala, ella se recuesta en sus piernas.
—Tranquila —acaricia su mejilla y rozando varias veces los labios.
La mirada perdida de ella, le dolía, dolía verla así.
En el gran silencio y algo tenso; se escuchó un grito proveniente del sótano.
—Hay que ir a dar sus dosis.
—Son una tortura.
—Llamaré para que te ayuden.
—¿Los asesinos de tus guardaespaldas? No gracias —se levanta y toma la bolsa que contenía las jeringas con los sedantes listos—. Me ocupo yo.
—¿Y si alguno quiere sobrepasarse? No permitiré que le pase algo a mi mujer.
Ella no pudo evitar que su rostro ardiera al recordar todo lo de hace un mes.
Carraspea. —Puedo hacerlo.
—Pero quiero que estés bien —se coloca delante de ella para besarla.
Gustosa acepta.
A pesar de lo sucedido años atrás, descubrió que en realidad... ellos no estaban destinados a estar juntos, a lo mejor fue un capricho no más.
Ariel era el indicado.
—Puedo manejar esto —lo separa forzándose a no seguir porque su mente estaba algo nublada por ese beso cargado de deseo y amor.
—Te acompaño.
Juntos bajan para poder hacer lo necesario.
Uno de ellos al ver que se acerca, le escupe a la altura de su mejilla.
—Perra —su voz sonaba ronca y algo susurrante.
—Cuida tus palabras —saca un pañuelo blanco secándose.
—Eres un asco —la mira con odio puro, tratando de intimidarla con sus ojos verdes oscuros.
—Estoy conforme a esto —sonríe de lado, aprovecha y en su brazo entierra con fuerza la aguja—. Duerme pequeño tonto.
—Te odio —dice con los dientes apretados.
La ira y el dolor se mezclaban en él. La vista ya era algo borrosa y su cuerpo poco a poco se adormecía.
—¿Y este?
—Otros de lo que caen fácilmente.
—Nunca cambias Carla.
—Nunca —sonríe con arrogancia.
—Que modesta señora Gamez.
—Gracias, señor Gamez —mira a sus ojos mieles que la derrite.
Al terminar de colocar todos los sedantes y estar seguros de que todos se encontraran inconscientes, pudieron volver a la sala tranquilos ya que nadie, por unas largas horas, los iban a molestar.
—¿Cuándo te vas?
—¿Ya quieres que me vaya?
—¡No! —contestó algo alterada—. Quiero que te quedes conmigo.
—Estamos casados, nada nos separará.
—Sabes a lo que me refiero —tira de ella haciendo que se siente a horcajadas en él.
—Me quedaré por un tiempo, después tendré que volver para terminar de arreglar asuntos y así sucesivamente —explica mientras acaricia suavemente sus piernas.
—Bien Ariel. Mientras estás ocupado con tu trabajo, yo estaré siguiendo a esa chica rara.
—¿Tu primera víctima? —dice juguetón abrazandola por la cintura.
—Sí... pero hay algo más que me llama la atención de ella —se sujeta en mentón pensativa.
—¿Algo más? —pregunta extrañado.
—Algo más. Y lo voy a descubrir —lo mira a los ojos con determinación.
Esa chica no se ve normal, y al igual que a ella, los que llegan a este pueblo es por un motivo:
Un pasado en juego, y un silencio peligroso.
Editado: 10.01.2020