—¿Quién diantres…?
—¿Max, eres tú?
—¿Quién es?
—¿Por qué estamos susurrando? ¡Las cámaras no tienen sonido!
—¡MIRANDA! —Max alzó la voz para que los demás guardaran silencio y pudieran sostener la conversación—. ¿Qué haces aquí?
—¡Silencio! —exclamó James, quién se había levantado para sostenerse de los barrotes, al igual que los demás Pasajeros—. ¡Alguien viene!
Cada uno de los involucrados se echó hacía atrás. Max volvió a su cama, a fijar su mirada en la pared, mientras que el resto de los Pasajeros se dedicaba a tomar posiciones normales, como si nunca hubiera sucedido nada.
La puerta del corredor se abrió de golpe y un hombre fornido, con pantalones negros y una chaqueta del mismo color caminaba entre las celdas. Traía una gorra azul oscuro sobre el cabello, y su piel, blanca, se ocultaba bajo un pañuelo negro, ocultando su identidad.
—Así me gusta verlos —escupió, quitándose el pañuelo para poder hablar bien—. Asquerosos rufianes.
—¿Qué quieres de nosotros? —James se levantó nuevamente hacía los barrotes y lo miró con suma atención.
El hombre soltó una risotada y con un puñetazo, regresó a James al suelo.
—¡Oye! —bramó Max, golpeando los barrotes.
—¡ALTO! —masculló Cooper del otro lado.
—¡Eres un maldito…! —escupió Scott, alterándose.
—Silencio —murmuró el hombre—. Mi nombre es Jhonson, y mientras llegue Blackwood, serán mis…
—¿Prisioneros? —musitó James, en el suelo, con las manos sobre la nariz.
Johnson golpeó los barrotes en señal de advertencia.
—Son mis invitados —lo corrigió el militar, sonriendo sarcásticamente y con maldad—; serán mis prisioneros después de que Blackwood decida qué hacer con ustedes, y eso no les gustará.
Y añadiendo una risa fingida, se dio la vuelta, golpeó nuevamente los barrotes de la celda de James, y cerró la puerta a sus espaldas, dejando el corredor en silencio.
—¿Sólo entró a presentarse y a golpear a James? —inquirió Scott en voz baja—, qué sujeto.
—¡Miranda! —Max volvió a aventarse contra los barrotes y miró hacía la celda donde su amiga, casi una extraña, hacía los mismos movimientos—. ¿Qué demonios pasó? ¿Por qué estás aquí?
—Deja que respire —murmuró James, intentando verla desde su celda, lo cual era imposible debido a las paredes que separaban una de la otra.
Miranda estaba un poco ansiosa.
—Llegué aquí hace una semana —comenzó a decir—. Después de haber pasado por España y por París, la siguiente parada era Inglaterra, y decidí bajar en mi propio hogar. No había reportes de bomba, no había llamadas de emergencia… El Atlantic Tres Dieciséis tendría un excelente viaje durante cuatro días más. Todo marchaba según lo planeado, según la línea Atlantic. Pero…
Su voz era intranquila, como si aún sufriera por algún acontecimiento. Le temblaba un poco, y cada que mencionaba el vuelo, o la aerolínea, se detenía para calmar un poco la ansiedad.
—Cuando ingresé a mi oficina con el código de usuario que tengo desde hace años, algo pasó. Una alarma se activó y varios agentes cayeron en el pequeño despacho que tengo.
—¿Qué?
—¿Cómo?
—No dudaron en sentenciarme meses a este cuarto vacío, mientras los cargos se presentan en la corte.
—¿Qué cargos? —saltó Max.
—Allanamiento de propiedad, código no autorizado, zona prohibida para cualquier persona que no fuera de la MI6…
—¿Qué dices? —dijo el muchacho—, si tú eres parte del maldito servicio secreto.
Miranda se hincó de hombros.
—Por eso no podíamos comunicarnos con ella —dijo Scott, mirando a la detective, quién aún seguía aferrada a los barrotes.
—A todo esto —musitó ella—; ¿qué es lo que hacen aquí? ¿Qué pasa con ustedes y por qué necesitaban de mi ayuda?
Antes de poder contar la historia, Max dirigió una mirada rápida hacía James, quién seguía bastante adolorido por el golpe. Luego, hacía Scott y Cooper, que estaban en la celda de al lado, y por último, a Miranda.
El tiempo que duró la historia fue de casi una hora. Al principio, Max comenzó hablando por sí mismo, contando desde que se habían separado del aeropuerto, qué pasó en el interior del Atlantic 316 y el momento de las turbulencias. Después, habló James, contando lo que había sucedido en el pasillo a la hora del caos. Cada uno de los Pasajeros presentes tuvieron la oportunidad de relatar sus experiencias. En cuanto terminaron, Max comenzó a relatar lo que pasó después de bajar del avión, en París, así cómo su travesía hasta encontrar a Scott. Para esto, James y Dianne añadieron sus versiones de la historia, cada uno en diferentes lugares del planeta, y al final unieron los lazos en el momento del encuentro, durante su estancia en Madrid. El trayecto desde París hasta Londres, así como los recientes descubrimientos que tenían a la mano fueron de boca en boca, discutiendo entre sí de qué había pasado primero, hasta que Max contó que horas antes, aquellos agentes los habían atrapado.
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triangulo de las bermudas, misterio y aventura, viajes entre tiempos y dimensiones
Editado: 27.03.2019