Para alguien a quien le encanta viajar, no era problema alguno el estar bajando de un avión cada dos días, pero a Cooper ya se le estaba haciendo algo preocupante. Primero de Fort Lauderdale a Madrid, luego hasta las Islas Canarias, un par de días de regreso a Madrid, y ahora, a París. Si fueran viajes por placer, o por el trabajo, sería de lo más normal. Pero no estaban viajando por eso. Estaban en la misión de encontrar a uno de los Pasajeros del Atlantic 316 antes de que el Gobierno, o los extraños hombres que hablaban con siseos, lo hicieran.
—Coop, revisa esta —le dijo James en cuanto pasaban por el equipaje ligero que se habían visto obligados a llevar—. Se parece mucho a tu mochila.
—Es la mía, viejo —dijo Cooper en cuanto la tomó—, tiene esa mancha de mostaza.
Allori y Dianne estaban ya en la entrada de las salas de espera, para salir directamente a la zona central del aeropuerto. En cuanto James y Cooper llegaron con ellas, el grupo prosiguió con el camino.
—Estén atentos —dijo James.
—Nadie nos está siguiendo —respondió Allori, sin ánimos de proseguir una conversación.
—Si a uno de nosotros lo capturan, el resto debe seguir —James pasó por alto el comentario de su compañera y siguió dirigiendo al grupo hasta el otro lado del pasillo. Había demasiadas personas, hablando en francés, que ninguno de ellos se tomó la molestia de prestarles atención. En cuanto dejaron las salas de espera detrás, James se detuvo—. Necesitamos un medio de transporte. ¿Alguien sabe hablar francés?
Cooper se hincó de hombros, mientras que Dianne negaba lentamente con la cabeza.
—Necesitaremos un traductor.
—Alguien deberá entendernos, James —dijo Dianne—, el mundo no es tan anticuado como crees.
—No creo que es anticuado, sólo que... —estaba nervioso. Tenía miedo que, en cualquier momento, un agente del Gobierno los tomara de frente y estuvieran envueltos en un gran problema.
Ninguno de ellos conocía París. Ni siquiera habían salido del aeropuerto. Si algo sucedía, no habría salida fácil de aquél embrollo. Pero no podían dejarse vencer por el miedo y la angustia. En alguna parte de la ciudad había alguien que los necesitaba.
Con base a todas las conclusiones que James tenía, los Susurradores podrían resultar más peligrosos de lo que había pensado. Al menos él se encontraba con Cooper y Dianne, dos Pasajeros del Atlantic 316, pero... ¿Scott? Según Dianne, estaba completamente solo, aventurándose por una ciudad desconocida, en uno de los países más turísticos de Europa. Si los Susurradores lo habían encontrado dos días antes, cuando se realizó la misteriosa llamada al teléfono de Dianne, entonces quizás ya era demasiado tarde.
La pregunta era ¿dónde podrían encontrar a Scott?
—Disculpe —alguien tocó su hombro y James se vio obligado a voltear. Un hombre casi de su misma altura, vestido con una camisa azul oscuro, unos jeans negros y una chamarra gris, con el cabello un poco despeinado y la barba sin afeitar apareció frente a él—. ¿Usted es James Adams?
Casi por instinto, James cerró el puño y golpeó al hombre que se esforzaba por no dejarlo ir. Tenían que correr, tenían que huir de ahí. ¿Tan rápido los habían encontrado? ¿Cómo era posible eso?
—¿Scott? —se escuchó a Dianne a sus espaldas—. ¡SCOTT!
—¡JAMES, TIENES QUE DEJAR DE GOLPEAR A CUALQUIERA QUE TE DIRIGE LA PALABRA! —soltó Cooper, sujetando a su amigo.
—Yo...
No tenía excusas. Por un segundo, había pensado que aquél hombre era un agente federal.
Scott había caído al suelo por el impacto del puño de James con su mandíbula, y mientras Cooper lo sujetaba, Dianne se hincaba a su lado y lo ayudaba a levantarse.
—Vaya... —murmuró Scott, tocándose el labio que ahora le sangraba—, tienes un buen gancho derecho.
—Lo siento —James le tendió su mano para ayudarlo a levantarse y no dejarle todo el trabajo a Dianne—, pensé que eras...
—...uno de ellos, sí, yo también lo habría pensado —dijo Scott—, soy Scott.
—James —respondió él.
—Cooper —saludó después de soltar a su amigo—. ¿Ya somos amigos?
—Estamos demasiado expuestos —dijo Dianne, mirando a su alrededor.
Un gran número de personas los miraban con curiosidad, preocupación e incluso miedo. Después del golpe que James le había soltado a Scott por accidente, sería un milagro si no llegaba seguridad con intenciones de interrogarlos. Si eso sucedía, la poca suerte que tenían se habría esfumado por completo.
—¿Cómo nos encontraste? —inquirió Dianne.
—Tuve ayuda de un amigo —dijo Scott, ignorando las miradas curiosas de los demás e iniciando a caminar hacía el área de comida rápida—, debemos irnos. ¿Quién es...?
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triangulo de las bermudas, misterio y aventura, viajes entre tiempos y dimensiones
Editado: 27.03.2019