Pasión Fatídica

Capítulo 4

Como sabía que Claudine estaría ayudando en la iglesia a diario, preferí no ir al templo tan a menudo. Me gustaba mejorar mi imagen social, pero eso no me haría soportar a la celestial Claudine y su presencia, no lo valía. La iglesia ya no era lo que antes para mí, desde la llegada de Claudine, un huequito en Zaragoza donde no se me despreciaba.

Finalmente volví a ir, porque no quería ausentarme demasiado tal que el sacerdote se molestase y en un futuro me negase la entrada. Me adentré cuando Claudine ya estaba cogiendo donaciones. Me aproximé hasta donde el sacerdote y le saludé además de que le pedí disculpas por no venir con frecuencia. Comprendió que para mí es más complicado asistir, y aunque me reprendió, a lo último me aceptó de nueva cuenta. Me pusé en el acto a barrer y sacudir el polvo del templo, limpié con un paño los frisos. Se notaba mi entusiasmo que hasta le arrancó una sonrisa complaciente al sacerdote. En esta ocasión había muy pocas personas en servicio, entendí que no era yo la única que había claudicado en la cooperación. Había otra chica que ya había visto a menudo, siempre quise acercarme a ella y saludarla pero temía tanto que me menospreciase que opté por no hablarle, pero esta vez la chica medio me ha sonreido, esta pequeña muestra de afabilidad me da pie a dirigirle la palabra.

—¿Qué habrá pasado con la gente que hoy no vinieron a darnos una mano?

—Es que Claudine trae a veces personal de su propio palacio para servir. 

—Entonces la niña ya se ha adueñado hasta de eso.

La chica rió. Me dijo que se llamaba Dalia. Cuando concluyó de asear las bancas se marchó, se despidió de mí agitando ligeramente la mano. Este sencillo acto me llenó de una emoción inefable, quizá para cualquiera esto sea cosa normal pero para mi persona es una evidencia de que se me acepta. Seguía sonriendo con la cabeza agachada tallando con un cepillo manchas del suelo cuando frente a mí se posó una falda de seda y percibí un aroma delicioso, no debía levantar la vista para saber quien era el individuo delante. Me puse en pie.

—¿Qué quieres de mí Claudine?

—No te pongas a la defensiva, no soy tu enemiga, muy por el contrario te considero una amiga. Principalmente porque comienzo a pensar que eres muy inteligente y lo que dices es verdad, pese a que aún tengo mis reservas. ¿Crees que podamos conversar unos minutos?

Hice un mohín y puse los ojos en blanco, pero acepté para despachar pronto a la tonta. Nos sentamos cerca de la pila de agua bendita. 

—Lo que me mencionaste la última ocasión en que viniste no fueron palabras que eché en saco roto, sino que convertí en reto personal, puse en práctica ese mismo día mi capacidad de ser perdonada. En casa mamá tiene una vasija hermosa, de siglos de antigüedad proveniente de un recóndito lugar de la India, arbitrariamente la he tirado al piso, se ha roto en pedazos, mamá me regañó, pero su enfado duró muy poco, casi un minuto solo. Luego a mi aya le he arrojado el zumo que me ha servido a sus pies, y aunque la he notado conturba, bastó con un abrazo de mi parte para que feliz recogiese los fragmentos de vidrio. Al cochero le he dicho que es estúpido por conducir muy veloz en el camino, pero posteriormente le he palmeado la espalda y pedido disculpas y él de lo más contento me ha perdonado y se le notó dichoso porque lo he tocado. En fin, llevo toda la semana haciendo estas y muchas más villanías y nadie en mi casa me reprende, lo que hace que de menos experimentalmente tu predicción se cumpla, sin embargo, empiezo a pensar que es una premisa que no observa todas la variables, pues no has considerado qie tal vez se me perdone con facilidad en mi casa no por ser preciosa sino porque soy su familia sanguíneamente o por convivencia y se me quiere por ello, así que jaque mate a tu argumento.

—No quería decirlo, pero eres una tonta redomada. Tu muestrario inductivo es muy corto, si dices que es por ser familia y no por preciosa que el mundo te perdona con facilidad prueba entonces con gente extraña y ajena a tí, verás como sin lugar a dudas ellos te perdonan prácticamente al instante, sumando con elli demostraciones  contundentes a lo que asevero, toda los humanos te perdonarán con presteza por ser bonita y blanca. 

—Está bien, lo haré. La próxima semana tú tendrás que comerte tus palabras.

—¿Y entonces qué crees qué ocurrirá y demostrarás?

—Pues, pues, que las personas se enojarán conmigo si las humillo y agredo, es lo obvio. 

—Perfecto. Entonces, hasta la semana que viene.

Ella me extendió la mano para cerrar el trato, le dí la mía, lo sellamos con un apretón. Claudine se marchó algo agitada, dando grandes taconazos sobre las baldosas, huyendo como a quien de golpe le cambian su percepción de la realidad, de lo que ha creído toda su vida. Yo la miró irse, a mí en última instancia me da igual si ella cree o no lo que digo, porque estoy muy segura de lo que pienso, no obstante, no puedo dejar de divertirme ante una persona tan tocha. 




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