Pasión Fatídica

Capítulo 10

Miguel y Claudine parecían un modelo de noviazgo, se amaban como no se había visto, o era lo que daban a entender sus manifestaciones. Yo no podía soñar siquiera que alguien me amase así, que soy gitana...

 

Extrañamente Boris me ha abordado camino a la Magdalena.

—Me asombra que con constancia transites por aquí, ¿acaso funjes de espía?

—¿De quién? ¿de Claudine? Oh iluso, ando por esta calle porque sirvo en la iglesia, la de la Magdalena.

—¿No los católicos asisten solo en domingo?

—No, entre semana hay muchas cosas por hacer, desde las sencillas como adecentar hasta las profundas como contemplar al santísimo o rezar rosarios.

—Comprendo entonces. Devota católica eres.

—No realmente y en sentido amplio porque no me he bautizado, pero sí me gusta corresponder a esta iglesia y religión nueva que me cobija y no me desdeña.

—Tienes nobles sentimientos, ¡Cuán bonito sería que Claudine aprendiese un poco de ti!

Yo sirviendo de ejemplo a Claudine la bella e impoluta, hasta me ruboricé con menuda comparación.

—¿Porqué lo dices? Supongo que Claudine te ha agraviado.

—Y en lo más profundo, mirame ahora soy un desamado por su culpa. No lo decía ella a la gente pero a mí me endulzaba el oído, cuán patético puede escucharse esto cuando atañe a un hombre y tan natural cuando toca a las mujeres.

—Dices entonces que Claudine te alentaba a creer que formalizaríais.

—Por supuesto, mencionó que hablaría con su madre y que sería probable que nos desposasemos.

Pobre Boris, viviendo de fantasías.

—Pues ya ves que no, ella ama a Miguel

—O se ha encaprichado con él que es lo mismo.

Reí por la aseveración. Desde ese día Boris y yo comenzamos a frecuentarnos, él venía a mi casa y yo con vergüenza comencé a adentrarme a su palacio. Boris vivía como si fuese un rey, su casoplón tenía de todo, hasta un pequeño jardín botánico. Un día se atrevió a confesarme la razón de que se encontrase en Zaragoza con su padre.

—Papá estaba intentando abrazar el protestantismo, desde Inglaterra ha hecho un periplo a Germania porque tiene amigos ahí que lo son y muy importantes nobles que regentan en el imperio de Francisco I, se ganaría un cargo de cambiar de religión, cosa que a él le parece intrascendente con tal de obtener poder, él no es muy fiel a ninguna clase de pensamiento religioso, lo mismo le da ser anglicano que protestante, pero el carácter ese sí no lo puede domar, tan intempestivo e irascible que ha reñido con sus flamantes amistades casi al poco de llegar y tener sus nuevas funciones pues no acepta ordenes despectivas de montaraces teutones, se ha dado la vuelta, llevándome consigo y nos hemos instalado en Paris. En Inglaterra sus cercanos conocen su intentona de cambio de religión por lo que le han fustigado con su rechazo y pocas o nulas oportunidades hay de que se le reinstale como servidor público o diplomático. A Zaragoza la hemos adoptado como nuestro real y definitivo hogar, porque es muy barata para vivir, el palacio lo arrendamos, tal vez, papá venda algunas de sus joyas y obras de arte para comprarlo finalmente. 

—Que historia, así que tu papá por una mala decisión ha perdido lo más por lo menos.

—Sí, extraño tanto a mi amada Inglaterra, no se puede vivir aquí igual que en mi terruño.

—Tienes razón, porque soy franca, nuestra España es más hosca, con muchos calores, que lo dice quien vive de sol a sol, los parajes no son tan árboreos ni hay muchas flores que digamos por disfrutar, el viento es fuerte, las ventsicas empolvan la cara con constancia.

—No lo digo precisamente por ello, aunque mucho de cierto hay en lo que mencionas. No, lo comento porque en esta ciudad se me dificultará encontrar esposa, una delicada y bella, las chicas zaragozanas son muy simplonas y patosas, burdas, antipáticas, embrutecidas, por eso era que me emocionaba tanto estar con Claudine, era ella una gema en el desierto.

—Te comprendo, y no me ofendo por no haberme contemplado —dije riendo.

Pero Boris entonces abrió los ojos y comenzó a mirarme de arriba a abajo, luego empezó a escudriñarme dandome la vuelta, finalmente me tomó de la quijada y observó con detenimiento.

—Que no eres en nada despreciable...

—¡Eh, basta! Que parece que estas inspeccionando a una res —dije apartando su mano de mi cara. 

—No pretendo agraviarte, muy por el contrario, he advertido que tu belleza va a la par de tu inteligencia, ¡Eres extremadamente brillante! Conoces de todos los tópicos, gustas de los placeres estéticos, y lo mejor, filosofas, tú, una pequeña gitana.

—¿Cómo sabes que filosofo?

—Por la manera tan rápida en que respondes y tienes puntos de vista inusuales, como cuando no te has autodenominado católica en concepto.

—Bueno, eso es verdad. Me gusta aguzar el entendimiento y sacar mis propias conclusiones.

—¡Cuánto mejor! Tal como yo, prácticamente autodidactas, no he necesitado maestro sino solo las lecturas, ingentes de Giordano Bruno o Francis Bacon.




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