Es una noche oscura, las gruesas nubes no dejan ver el brillo de las estrellas y la luna. La oscuridad parece ser una Diosa que nos observa, besándonos con infinita pasión. A nuestro alrededor, hay sombras invisibles. Todo termina con un simple adiós, adornado por un haz de luz, proveniente de una camioneta que se acerca por la carretera.
Tan rápido te marchas que no puedo notar el momento en el que desapareces de mis brazos. Las piernas me tiemblan y pierden la fuerza, quedo tirada en el suelo. Mi mente está en un lago profundo y helado.
Despierto. Parece que solo han pasado unos minutos. Parpadeo un par de veces, pero la situación no cambia, ya no estás a mi lado. Siento un gran dolor en el pecho, pasan tantas cosas por mi mente, pero todas eran referentes a ti. Las lágrimas brotan de mis ojos, me arden como si fueran de ácido, pero al menos eso calma el dolor en mi alma.
No puedo respirar, siento un nudo que se va formando en mi garganta, solo quiero gritar y dejar de sufrir.
Me agarro el cabello y muevo mi cabeza un par de veces, tratando de sacar toda la ira que me domina. Veo mi casa al cruzar la carretera. Sin pensarlo dos veces me pongo de pie y corro hacia mi hogar, pero no alcanzo a llegar, me detuve en medio del camino. Creo ver una sombra en el umbral de mi casa. No era nadie.
Camino hacia mi casa, repentinamente una luz intensa se acerca a mí. No sé qué hacer, no comprendo lo que está pasando. La luz es cegadora y un remolino de emociones me ataca, las confundo con el dolor corpóreo. Creo verte de nuevo frente a mí, siento tus brazos en la cintura, el calor de tus besos y caricias, pero todo se ha ido. Al igual que la vida de entre mis manos y la última lágrima que derramó, antes de expirar.
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Editado: 18.04.2023