Dicen: “Dilúyete”.
Eres, desde el nacimiento,
solo huesos sin voz.
Cuélate fantasmal por los rincones.
Estaciónate en tu recoveco.
No salgas, no te muestres.
Maquilla tus arrugas, pinta tus canas,
esconde tus cicatrices;
esas que cargas dolientes en el cuerpo y el alma.
Avergüénzate de tus años,
para ti no es sabiduría,
sino la despedida de la hermosura.
Dilúyete, cual etérea.
Amolda tu personalidad.
Encaja en la hipócrita sociedad.
¡Silencio!, que hablen los que saben más.
Sepulta a la niña que corre descalza,
a la joven con sed de aventura,
a la adulta sin deseos de maternar,
a la anciana que ya no quiere ser servicial.
Sigue el ciclo ya planeado,
no lo rompas, no lo alteres.
Quieren que tu andar sea sutil,
pero olvidan que eres raíz fecunda
que esparce silente sus semillas,
que florece y reverdece.
Que su tronco, desgajado y violentado,
la sostiene sublevado.
Dilúyete solo si vas a convertirte en cascada,
en ruidoso mar abierto,
en tremebunda tormenta.
¡Libera el cauce, derrumba la presa!
Por las que vienen,
por las que se van a quedar,
por las que no pudieron confrontar,
por todas… dilúyete así.