Pensé que sería Feliz

Capítulo 6.

Genio de la moda

Pongo a competir en una encuesta de Instagram, dos tonos de labiales. El color rosa mate y el fucsia Stiletto. Como ganador resulta el segundo, mi menos favorito, pero que con resignación termino usando. Intento acomodar el vestido que tengo puesto para que no se ciña como una segunda piel a mí, pero no lo logro, sigo pareciendo un enrollado de jamón. Me miro al espejo y decido que me dé igual ese factor. El vestido se veía bien en mí, mi cabeza solo estaba buscando una excusa para no tener que usarlo, pero debía hacerlo, si no la marca que me lo mando posiblemente no querría volver a trabajar conmigo.

Abrí la puerta segundos después de que los golpes empezaron a hacerse presentes en ella. Karsten se encontraba apoyado en el capo de su auto de manera despreocupada, ni bien me vio levanto las manos como quien agradece algo divino y se acercó dando grandes zancadas a la entrada de mi casa, donde había más luz, así que pude apreciarlo mejor.

Llevaba puesto un chaleco de suéter con una camisa por dentro, en su cuello descansaba dos collares de diferentes tamaños, uno de perlas blancas y el otro de cadenas con una cruz en el centro, color plateado. Lleva puesto, también, un pantalón como de vestir color negro y unas converse blancas. Me daba tantas pintas a chico estudioso, pero al mismo tiempo de dominante, no sé descifrarlo muy bien. Creo que Karsten era el primer hombre que conocía, que podía usar un estilo en su forma de vestir, y darte vibras de otro totalmente diferente, y aun así parecer lindísimo sin esforzarse.

Todo lo contrario a mí, no había forma de quitarme esas vibras de chica fácil y provocativa (Palabras de la mayoría de persona que me conocía habían usado). Y eso que lo había intentado, pero aun así, no dejaban de tacharme de mala vibra, así que había terminado usando lo que se suponía debía usar una chica como yo. Eso era exasperante porque Karsten podía dar dos tipos de vibras sin perder la esencia de ninguna. Su forma de ser era tan única que no importaba que usara seguiría viéndose muy su estilo. Qué envidia.

Me miré a mí misma intentando forma una imagen mental de ambos, y sentía que no encajábamos. Yo con mi mini vestido de cuero rojo y tacones del mismo color y él con su pinta tan tranquila y relajada.

—Vale, tenemos una emergencia —murmuro mirándome bajo la poca luz del hall.

—¿Eh? — murmuré sin entender a lo que se refería. Ni siquiera me contesto, solo tomo de mi mano, y me hizo entrar a la casa de inmediato.

Sin pedir permiso alguno entro a mi habitación y me hizo sentar en la cama, prendió la luz más cercana y me miró fijamente, abrí la boca dispuesta a hablar y este me callo.

—Vamos a usar colores más cálidos, y menos iluminador, un poco más de rubor y un delineado como el de gato, pero no tan largo ni grueso —llevo su mano a mi barbilla y la levanto, para luego moverla de lado a lado, como supervisando una obra de arte. Le tiré un manotazo.

—¿Qué haces?

—Eso que te has echado a la cara no va contigo, está muy colorido, y no sé. Simplemente no, no puedo explicarte como lo sé, porque no sé, pero lo sé.

—Vale, detente ahí. A mí nadie me toca el rostro. Además que me estás ofendiendo con eso —fruncí el ceño, haciéndome la amarga.

—No era mi intención —soltó un intento de risa en forma de suspiro—, pero no puedo evitar querer arreglar algo que no está bien.

—¡Ya son dos ofensas! —lo señalé y él se alejó instintivamente, con algo de temor.

—Solo hazme caso y te verás como una diosa del olimpo —me aseguro asintiendo repetidamente.

—Pero llegaremos tarde...

—Mejor, así tienes tu entrada triunfal con todos admirando tu belleza.

—Mmm... no sé.

—Dale Sash, solo son algunos cambios chiquitos en el maquillaje que ya tienes —rogó con cara de perrito y no pude decir que no.

Karsten jalo de mi mano otra vez y me sentó frente al tocador, donde prendió la luz de todos los mini foquitos y me volvió a mirar analíticamente. Tomo el desmaquillador que le indique y con una esponja de algodón limpio mis ojos y mis labios.

Abrí los ojos sin que se diera cuenta, mientras hacia esa última acción. Me dio ternura su rostro contraído de la concentración, mientras pasaba la esponja por mis labios.

Saco la paleta de sombras que tenía tirada en el tocador y la abrió mirando con detenimiento cada color. Cogió una de las brochas que estaban junto a la paleta (La brocha incorrecta, porque esa era para difuminar, no para aplicar) y se acercó a mi rostro. Se quedó estático a centímetros de mis papados.

—¿Qué pasa?

—¿Y si lo hago mal?

Abrí los ojos de golpe y lo miré mal— ¿En serio? ¡No me vengas a decir, ahora, que va a ser la primera vez que maquillas a alguien!

—¡Oye! ¡Yo pinto!

—¿Y eso qué?

—En teoría se usa la misma técnica ¿no? —se encogió de hombros, aun con la delgada brocha entre sus largos dedos.

—Yo qué sé. Solo veo tutoriales de YouTube y los imito.

—Bueno, imitar como que imitar, no.

—¡Oye!

—Vale, vale, haremos esto —se inclinó a mi lado y miro mi reflejo en el espejo. Nuestra mirada se encontraron en el y casi al instante la aparté, ese solo accionar me acaba de poner algo nerviosa—. Tú sabes maquillarte. Y yo sé que tonos usar en lugares específicos. Te guio y tú lo haces ¿va?

Me tendió la brocha y luego señalo un color —. Vamos a cambiar la sombra roja, por este color marrón.

—Pero ese rojo combina con mi vestido.

—Y ese marrón con tus ojos, los hace destacar aún más. Te puedes cambiar de ropa mil veces, pero tus ojos jamás dejarán de verse de ese color, así que hazlos los protagonistas de todo.

—Pero mis ojos no son marrones.

—Créeme que lo sé. No sabes la cantidad de noches que me he pasado intentando averiguar cuál es su verdadera tonalidad.



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En el texto hay: romace, novelajuvenil, cliche

Editado: 18.03.2022

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