Los años habían pasado en El Reino de los Gatos, era el octavo día del sexto mes de verano y Catstbury se prepara para el cumpleaños número uno del Principe de los Gatos, William Hiraide Merlin von Gikkingen WhiteBlack. Aquel cumpleaños representaba para el reino un cambio de la regencia de la Reina Anna, pues al cumplir la mayoría de edad el principe heredero estaba listo para ser coronado tras casarse con una princesa adecuada.
En la corte, tras el exilio de Lady Venera, la opinión publica se había polarizo muchos condenaba a la reina otros más a la amante. Pero entre la faramalla de la nobleza y la plebe una opinión popular había aumentado, pues entre más crecía el joven principe más se ganaba el amor del pueblo en general.
Desde niño William mostró ese amor a las tradiciones, había aprendido los cinco dialectos que se hablaban el todo el Reino de los Gatos, era diestro en oficios tales como carpintería o electricidad y era un talentoso pintor. Las doncellas le adoraban, los jóvenes de su edad le admiraban y pronto el pueblo comenzó a esperar con ansia su llegada al trono y las reformas que en ocasiones llego a proponer para mejorar la vida en las fronteras.
—Buenos días su majestad, el día de hoy tenemos mucho que hacer y poco tiempo—dijo la dulce nana del pequeño William entrando a su habitación pero quedó admirada al encontrarlo vestido y en su escritorio preparando el orden del día.
—Buenos días, Kitty, era una espléndida mañana para desperdiciarla en cama—respondió William sin dejar de escribir.
—Pero señor ¡Es su cumpleaños! Al menos por hoy debe de dejar los asuntos de estado en manos de los consejeros—respondió Kitty quien siempre lo veía estudiando o analizando las finanzas del reino.
—No, Kitty descansaré cuando me haya enamorado—respondió William poniéndose de pie y tocando el hombro de Kitty con ternura.
—Ojalá eso sea pronto—agregó Kitty viendo a su pequeño amo dejar la habitación.
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Raymundo caminaba de un lado al otro ansioso, pronto daría la hora exacta en que Lady Venera dio a luz al pequeño William y la maldición entraría en vigor. Desde que William había crecido el miedo a lo que esto pudiera causar le tenía a Raymundo contando los días para su mayoría de edad, en secreto él y Henry habían buscado candidatas para el trasplante de corazón pero ninguna parecía ser la indicada.
—Anunciando, su majestad, el Rey Henry de Catstbury—dijo el mayordomo tras llegar el carruaje al palacio de verano donde Raymundo aún vivía.
—Lo siento viejo amigo, he recorrido cada rincón de reino, he consultado astrónomos y adivinos y sólo uno pudo darme una respuesta a tan desdichado problema—respondió Henry mientras aún se quitaba la capa.
—¿Y cuál es?—preguntó Raymundo desesperado.
—Deberemos de darle un corazón de bruja—respondió seriamente Henry.
El silencio reino entre ambos hombres, un corazón de bruja era de cristal, eran duros y fuertes, el material les hacía inmunes a la magia y resistentes a la muerto pero a la vez tan frágiles a las cuestiones del alma. En el pasado, los gatos había odio cosas ridículas sobre el corazón de sus amas, como que si los guardabas podías esclavizarlas o que si molías uno el polvo que obtuvieras podía usarse en todo clase de menjurjes y químicos.
—¡Ja, ja! —comenzó a carcajearse Raymundo sin poder creer lo que el rey acaba de decirle.
—¿Te propusieron que le solicitemos a una bruja su corazón? ¡ja!— reía Raymundo a carcajadas sin importarle nada.
Sólo Henry permanecía impasible ante la situación, William era un paria, nadie sabía quién era su padre, podía terminar muerto o en el exilio pero se le habia dado un oportunidad. El mismo Henry reconocía que la regencia de Anne había sido terrible, el pueblo sufría una falta de recursos sobre todo debido al robo de agua por parte de las brujas y en últimos años la vida se hacía aún más difícil, William tenía buenas ideas y velaba por el pueblo y sin el seguramente perecerían a la inclemencia de Marte.
—Se que es la peor solución que te he dado Ray, pero tienes que entender que lo he intentado todo, no tienes idea de todos los rincones a los que he ido en busca de una solución pero esto fue lo mejor que pude encontrar—agregó Henry furioso.
—¿Lo mejor? ¿Lo mejor? ¿Tú que has hecho Henry? Desde que Venera desapareció has evitado al chico, no te interesa él, te interesa que Anne deje en paz el reino, te interesa que te deje a ti en paz—espetó Ray furioso mostrando sus afiladas garras recién echas.
Ambos gatos tomaron posición de pelea arqueando sus lomos y encrespando sus pelajes, la cola esponjosa de ambos se veía enorme y a pesar de caminar en dos patas se agacharon lo suficiente para amenazarse con propiedad. La pelea hubiera empezado sin ganador aparente de no ser por el anuncio del mayordomo sobre la llegada del pequeño William que venía a visitar a su padre y a su padrino recién llegado de las tierras lejanas.
—¡Padre!—gritó William abrazándolo efusivamente mientras este bajaba la cola.
—¡Will, hijo mío has llegado antes! Mira quien ha venido tambien por tu cumpleaños, tu padrino Henry—dijo Ray abriendo los brazos para presentarlo.
William educado y propio levanto la pata en señal de respeto y haciendo una reverencia saludó con propiedad a quien a pesar de ser su padrino seguía siendo su rey. Realmente ni uno ni otro nunca explicó con detalle la relación entre los tres, ni por que las circunstancias de su legado, a lo que William sabía, Lady Venera era una prima lejana del rey y al no tener herederos se decidió por darle el trono a él.
—Demasiada formalidad muchacho, finalmente soy tu padrino—espetó Henry haciendo que William se levantara.
—Un rey es un rey en toda circunstancia—agregó Will.
—¿Y ya estas preparado para tu fiesta de esta noche?—preguntó Henry abrazando por el cuello al chico.