Los días pasaban con tedio y hastío, pronto Samantha comenzó a comprender la dinámica de la aldea, una dinámica muy diferente a las brujas del planeta tierra. Pues mientras en la tierra la brujas de todo el mundo tenían una forma de organización, en Marte se podía apreciar la verdadera naturaleza de estas, brujas en su estado salvaje sólo al pendiente de su mismas y sus deseos de soledad.
El entendimiento de este profundo sentimiento de soledad surgió al comprender como hasta su división social estaba estructura para que cada bruja trabajara en solitario en tareas propias de sus dones. Las brujas de campo como Mildred por ejemplo abastecían a las demás de ingredientes básicos en la magia pero los vendían y jamás regateaban el precio a menos de que tuvieran algo mejor que darles.
Las proveedoras como Violeta que salían a atacar las bases y poblados pero entregaban las sobras de lo que robaban y se quedaban con las mejores piezas para ellas. Y las mineras que obtienen piedras y minerales raros para hechizos elaborados solían dar precios tan altos que la mayoría de las brujas se limitaban con magia de uso doméstico.
Finalmente se encontraban las buscadoras de agua, una división que solo contaba con ella y que era la única que aún no tenía nada que ofrecer. Los primeros días desesperada por hacerse de algo Samantha cabo sin orden el primer pozo pero sólo encontró grava y tierra.
Con el pasar del tiempo, los pozos se volvieron su comedor, sala de descanso y cama pues la misma Aldea de Oz comenzó a apartarla de la vida pública, Samantha no le tenía sin cuidado. Entre más extendía su tiempo en la aldea, más comenzaba a darse cuenta de que su mayor deleite eran las despedidas del sol pues sólo entonces cuando el sol caía la tranquila y fresca noche parecía hacerle recuperar la cordura que sentía perdida de poco en poco.
La desesperanza comenzaba a apoderarse de ella, quien ya no hallaba más sentido que cavar y cavar. No podía aprender un solo hechizo avanzado y cada que regresaba al pueblo para ver si alguien podía cambiarle tierra o piedras por otros recursos se encontraba con el rechazo de las demás.
No tenía escapatoria, sin los medios necesarios para elaborar alguna forma de salir del campo de runas Samantha quedaría atrapada en Marte hasta el fin de sus días. Pronto de sus ropas sólo quedó un pequeño trozo de canesú roído y despintando por el sol, había dejado de usar zapatos para andar descalza sobre la tierra y su sombrero de ala ancha tenia agujeros.
Por las noches bajo el cielo rojo y negro, Samantha soñaba con Bake, nunca le había conocido realmente pero en el fondo de su corazón seguía deseosa de hacerlo. Poco a poco y sin darse cuenta una voz en su interior se hacía presente, casi como un susurro, la parte de Bake que permanencia en el corazón intercambiado seguía con vida alimentándose de los sentimientos sinceros de esperanza que Samantha tenía para con él.
—Hubiéramos sido felices en un sitio así, el hubiera amado ver las estrellas y verme construir todo un oasis para nuestra familia—decía Samantha por las noches como respondiendo a una voz interior.
Entre más profundo escuchaba el latir de su corazón dividido más entendía otro tipo de magia inherente a las demás brujas, Marte había sido un enorme imperio y una voz se lo susurraba al la voz interna de Samantha. Fue así cómo tras días de escuchar en el silencio de ella misma las voces del ambiente comprendió que la voz que escuchaba era el recuerdo de Bake invocando a un fantasma en el centro del planeta.
La partida de su creador había hondado tan profundamente en su obra, que en el interior del planeta se albergo una parte de la poderosa fuerza que Oz habia poseído y moría de poco en poco. Aquel fenómeno magico tenia fascinada a Samantha, tantos deseos guardados bajo la tierra de aquel planeta, todo lo que alguna vez había sido escondido del odio que en la superficie evitaba que el planeta recuperara su gloria.
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Una noche finalmente las suplicas silenciosas de Samantha hicieron resuello en la magia dormida del planeta y despertando abruptamente Samantha salió de su choza para caminar guiada por una voz hacía el desierto cerca de los pozos. La tierra tiene memoria y aquellas brujas parecían haberlo olvidado, el hechizo de nigromancia no habia sido obra de la Aldea de Oz, era el mismo Oz que había escondido su magia en aquel planeta.
De la tierra Samantha entonces comenzó a ver como el aura espectral del viejo imperio se levantaba sobre la arena roja, animales de formas exóticas deambulaban como fantasmas en medio de estas construcciones enormes mientras una rítmica samba parecían despertarlos. Jardines como el de su tía invadían cada rincón hasta el limite con el de Mildred, la tierra estaba viva y ahí en medio de la exótica jungla estaba él, vestido con un sombrero panameño y un precioso traje blanco que recordaba al de los colonizadores sudamericanos.
—Buenas noches brujita—saludó el hombre sentada en un silla tejida.
Samantha quedó sin palabras cuando el fantasma de un enorme flamenco le pasó encima acercándose al hombre que tantas veces había visto en libros de literatura. Frente a ella cómo una aparición se encontraba Edgar Oz, Edgar Allan Poe o Ray Bradbury cualesquiera que hubiera sido el nombre que usara para disfrazar su identidad real.
—Usted está aquí—musitaba Samantha.
—Si, estoy aquí, aquí me quede ¿Cómo podrías dejar atrás algo que has amado con todas tus fuerzas? —preguntó Oz.