Samantha veía el sol salir de nuevo a través de sus parpados, el amanecer regresaba y con ella su decepción, quizá del agotamiento al fin estaba muerta y eran las demás brujas las que la enterrarían junto a sus pozos. Esperaría la muerte si eso era todo lo que le quedaba, esperaría que fueran benevolentes con su cuerpo mientras apretaba sus ojos resignada a perecer entre el rojo vivo de un planeta extraño y su alma observaba para toda la eternidad la caída del sol.
Un suspiró salió entre sus labios, ahora más que nunca deseaba haber muerto de amor pero el destino tiene maneras cruentas de torcer la moneda y en su lugar moriría perdida en un sitio yelmo y torturado, un asco. Decidió morir a su manera mientras el llamado de su corazón le acompañaba al ritmo melancólico de una canción zydeco, recordó casa, el pantano, sus tías, las extrañaría por siempre, tenía tanto que agradecerles y tanto tiempo sin poder hacerlo.
El sonido rítmico en su cabeza comenzó a aumentar mientras el exterior acompañaba la melodía con el raspar de la tierra, como si alguien pudiera escuchar el sonido de su corazón e hiciera coros a la melodía del alma. El leve sonido aumentaba conforme se decidía a volver a pelear por vivir, Samantha movía sus oídos tratando de buscar de donde provenía tal sonido pensando que quizá era víctima de su agonía lenta.
Rápidamente abrió los ojos, frente a ella un par de gatos en dos patas la jalaban por las calles empedradas de una ciudad del siglo XVI que le recordaba a la Francia de los Luis. La luz que interpreto como el amanecer no era más que un cielo raso similar al que las brujas usaba y que tenía un enorme sol de cristal en lo más alto, a su alrededor gatos de todos colores y tamaños le veía asustados cuchicheando entre si sobre ella.
—¡Auxilio! —gritaba Samantha tratando de zafarse de las amarras con las que los gatos la arrastraban por las calles.
Los gatos asustados echaron a correr en todas direcciones dejándola caer al suelo, pronto, Samantha se encontró sola en medio de la extraña ciudad que apenas le llegaba a la cintura. Samantha giro viendo las construcciones de tipo europeo y los vivos colores pastel que adornaban las fachadas, las demás brujas le habían hablado del Reino Subterráneo de los Gatos pero jamás habían comentado que fuera tan lindo.
—No se que pelea tengan con las brujas pero yo no les hare daño—gritaba Samantha a todo pulmón esperando que con ello los gatos salieran de sus rincones.
Desde el palacio una nubecilla polvosa se elevaba por sobre el suelo acercándose a ella y fijando la mirada en dirección al camino de piedra del palacio diviso al gato más elegante que hubiese visto en su vida. Montando en una especie de mono saltarín que fácilmente podía ayudarle a atravesar las dunas rojas y rocosas de Marte.
Aunque extrañada por su pensamiento, Samantha comprendía que el gato en efecto era demasiado guapo, de pelos rizados y rojizos se presentaba frente a ella en una preciosa gabardina azul marino. Usaba un sombrero de copa del mismo tono y su corbatín blanco le apretaba entre la camisa y el chaleco dando la sensación de que el pelaje fuera excesivo en el cuello.
—Buenas tardes Sr. Gato ¿podría usted indicarme donde estoy? —preguntó Samantha dulcemente.
El gato pelirrojo miro desdeñoso a la forastera traída a su reino, reconocía su aspecto, una bruja. Una esclavista de gatos que se deleitaba con tenerlos de sirvientes se encontraban en pleno centro de su reino y peor aún le dirigía la palabra sin respeto alguno por su persona.
—¿Cómo osas presentarte ante mí de ese modo? Y aún más grave ¿Cómo osas entrar en mi reino? ¿Quién te a traído? —pregunto el Sr. Gato con desdén.
Aunque el corazón de Samantha habia cambiado su personalidad no, una preguntaba amable aun al peor enemigo se le debía de responder y el pequeño gatito que le llegaba al rostro con ayuda del mono saltarín no debía de ser la excepción a las reglas de educación.
—¿Es que es usted un gato salvaje? ¿Qué clase de pregunta es esa? ¿Es que no tiene educación? —gritaba Samantha furiosa ante su actitud.
—¡Bruja impertinente! ¡Soy William Hiraide Merlin von Gikkingen WhiteBlack, principe del Reino Subterráneo de los Gatos! —exclamó William levantando su porte para verse intimidante.
Samantha ignoró tal comentario y permaneció de pie ante su majestad sin siquiera mover un musculo, una bruja no se inclinaba ante nadie, ni siquiera ante sus gobernantes. Una bruja iba con el viento por ello ni en esa o en cualquier otro planeta reverencia a alguien mucho menos a un gato tan odioso como lo era aquel.
—Le reitero su majestad que si yo estoy aquí es en contra de mi voluntad, más bien debería de preguntarle al par de gatos pardos que me secuestraron ¿Por qué carajos lo hicieron? —gritó Samantha furiosa.
De entre las casas asomaron los dos gatos parduzcos que habían secuestrado a Samantha. No se sabía que mirada aterrorizaba más si la de su majestad o la de la bruja, por lo que avergonzados se lanzaron al piso suplicando misericordia de cualquiera de los esperanzados a que uno u otro le salvaran de la ira del otro.
—Pueden responder ¿Por qué secuestraron a una bruja y la trajeron a mi reino? —grito William bajando del mono saltarín.
—¡Esta bruja hizo crecer una selva en la superficie! —chilló Thomas.