Pequeño Piloto

Renacimiento del alma

Tras los últimos acontecimientos, el rey habia ordenando un toque de queda, en el palacio el terror estaba latente cada vez que alguien pasaba por la habitación del piso tres. Debido al agotamiento físico y mental nada mas dejarla en la habitación, Samantha se quedó profundamente dormida, era lindo dormido de nuevo en un cama y más aun en una con un precioso dosel dorado.

Sobre este, en el techo de la cama se encontraban pintadas escenas clásicas de cuentos de hadas sobre gatos convertidos en humanos o al revés, los mullidos cojines blancos de sabanas peludas parecían de algodón. Y todo el espacio y las ropas de cama parecían perfumados fresca hierba gatera recién cortada que relajaba sus pulmones.

A la mañana siguiente, por otro lado, una luz brillante entró por las cortinas de terciopelo rojo que rodeaban la cama, Samantha medio consiente de donde estaba se puso incorporo para cerrar las cortinas pero se detuvo al escuchar delicados murmullos del otro lado.  En el exterior, a través de las cortinas medio abiertas Samantha veía sombras ir y venir delicadamente como si anduvieran de puntillas, miró el delicado camisón llenó de holanes que usaba y aclaro su mente recordando que estaba en el Reino de los Gatos.

 Recordó entonces el día anterior cuando hizo el terrible trato con el malvado principe, debía de escapar de ahí y encontrar una salida a como diera lugar, no importaba nada ya, ella solo quería volver a casa. Sin pensarlo más Samantha se puso de pie y armándose de valor abrió las cortinas para encontrarse con un sequito de damas de pelaje gris que soltaron un grito al verla frente a frente a su altura.

—¡Ah! —gritaron las gatitas dejando caer en el pánico general una palangana con agua.

—¡Ah! —gritó Samantha al ver al puñado de gatitas vestidas cómo criadas del siglo XX en Francia. 

Rápidamente Samantha regresó al interior de la cama escondiéndose entre las cobijas. Y es que aunque no era una mujer vergonzosa, la sorpresiva aparición del personal felino le tenía de improvisto por lo que su respuesta más pronta fue esconderse de regreso a la cama.

Las gatitas que recuperaban la compostura levantaban sigilosas los resto de cerámica de la preciosa palangana blanca, mientras murmuraban entre si el extraño aspecto que las brujas tenían en relación con los gatos. Años habían pasado de haberlas servido por lo que esta joven generación nada sabia de la estrecha relación que en antaño su especie tuviese con las brujas.

—¿Quiénes son ustedes? —exclamó Samantha alterada desde el interior de la cama. 

El sonido de la puerta abriéndose acalló las vocecitas de las gatitas, un par de zapatos de tacón chocaban fuertemente contra el suelo, ese sonido le apresuraba el corazón a Samantha. ¿podía ser el principe? ¿pero por que tan abrupto comportamiento por parte de su ser ante un felino tan despreciable? Samantha no podía comprenderlo y su confusión era tal que permanecía estática sentada en la cama tras las cortinas.

—Te suplicaré que por favor no aterrorices a mi personal, El Reino Subterráneo se digna en tener felinos amables y cordiales así que no merecemos menos de una destructora de pueblos que vehementemente he tenido la desgracia de rescatar—dijo William con seriedad viendo a través de la cortina a Samantha que se escondía avergonzada entre las cobijas.

—¿Es que no conoces la privacidad? Además ¿Por qué me llamas destructora? Creo que tus soldados fueron claros he hecho más por este planeta en mi corto tiempo aquí que ustedes con todas sus tecnologías—exclamó Samantha saltando violentamente de la cama al oír eso.

El felino permanecía impasible ante la furia de Samantha en cuyo rostro se podía ver el profundo desprecio que ella tenia contra él. La descortesía y presuntuosidad del gato de traje azul que ahora estaba frente a ella le hacían rabiar de tal modo que William esperaba no incendiara nada con el simple pensamiento.

—Los gatos tenemos oídos demasiado finos, un molesto gritó agudo puede dejarnos sordos si se repite tanto tiempo, así que si, eres una destructora de oídos con tus gritos—respondió William moviendo sus orejas hacía atrás para evitar daños de Samantha.

—No sabía que un gato podía quedar sordo si gritaba—dijo Samantha extrañada de tal información pero verdaderamente arrepentida con las gatitas grises que junto a William esperaban pacientes la hora de baño con toallas y los frascos de sales.

—Deberán de disculparme, realmente desconozco todo dato sobre los gatos, jamás me he relacionado con uno —exclamó Samantha haciendo una reverencia a las felinas.

Los ojos de William se abrieron enormes al oír aquello, el sequito de mininas quedó aún más perpleja que su majestad viéndose entre si con una mirada de complicidad. Una sonrisa se dibujó en todos los rostros de los presentes quienes no pudieron evitar soltar en carcajadas para la mirada aún más confundida de Samantha.

—¿Qué tiene de gracioso que no sepa de gatos ? —insistía Samantha sintiendo un poco de tristeza de que se burlaran de ella.

—¿Qué clase de bruja no conoce de gatos? En la tierra es lo único con lo que las asocian además de las escobas y sombreros de pico—agregó William en respuesta aun riendo. 

 Un mohín de disgusto demarco el rostro de Samantha haciendo que la hierba gatera en un florero al fondo comenzara a desbordarse locamente hasta empujar a las mínimas que seguían riendo, acallando el jolgorio. William miró con desgrado tal acto contra su servidumbre pero no dijo nada su severidad emanaba una extraña aura impropia de un gato, Samantha podía asegurar que parecía que el príncipe tambien tenía una magia que podía competir con la de ella que podía apreciarse en las velas languidecientes de un candelero en una de las mesas. 



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En el texto hay: romance, brujas, sci fi

Editado: 09.10.2021

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