HARPER
— ¿Estás muerta? —pregunto en el teléfono.
Raziel chasquea su lengua. —No, ¿Qué hay de ti? ¿Ya puedo usar tu cadáver para alimentar a los cerdos?
Ruedo los ojos y ajusto la capucha de mi sudadero. —Tengo una pregunta y una petición, ¿Cuál quieres primero?
—La que involucre tu extinción —responde sin pensarlo.
Lamo mis labios. —Raziel.
Escucho que suspira. — ¿Cuál es la pregunta?
Miro hacia un lado, por suerte no veo gente aquí. — ¿Puedes abrir la puerta de la tienda?
— ¿Qué? —Escucho como intenta no subir la voz—. ¿De qué hablas?
—Mi petición es que me dejes entrar a la tienda, hablemos así… como el viernes —sugiero, nervioso.
Raziel me cuelga.
No sé qué significa eso, veo el teléfono y considero llamarla de nuevo pero quizás es una mala idea. En realidad, venir aquí fue una muy mala idea. Yo solo necesitaba salir de mi casa, quería dejar de escuchar los mismos sermones aburridos una y otra vez.
Bueno, sin duda debí pensarlo dos veces. Raziel y yo no somos amigos, es casi media noche y seguro está durmiendo ahora mismo. Tiro de las mangas de mi sudadero guardando mis manos dentro de ellas incluyendo la que tiene el teléfono, pienso en mis opciones. Debería regresar a casa aunque no quiero hacerlo.
O podría quedarme aquí un rato, al menos este lugar no es tan inseguro, ni siquiera pasan autos a esta hora. Suspiro, levanto la mirada al cielo y sorbo por mi nariz.
Quisiera encontrar un lugar en el mundo, uno donde pueda refugiarme de todo.
Pero no hay lugar físico que te proteja de tus recuerdos, no hay ninguna fortaleza contra el peso de tus secretos. Aun si estuviera rodeado de guardias y muros, los secretos dentro de mí son lo que me causan más daño.
Escucho un ruido y la puerta de la tienda se abre de pronto. Raziel tiene un suéter negro que le llega casi a las rodillas, su cabello está recogido y frunce el ceño. — ¿Qué haces aquí, Harper?
Trago saliva, ella y yo no somos amigos pero fue mi primera opción cuando salí de mi casa. —Quizás podríamos hablar del plan, aquí.
Pensé que se reiría de mi tonta idea, que daría la vuelta y me abandonaría pero en su lugar, estiró su mano y tiró de mi brazo. —Entra.
Sonrío. Entramos y Raziel vuelve a cerrar la puerta lentamente. La tienda mantiene ese olor a canela, es por el desinfectante de pisos. Al menos este olor no me parece desagradable.
Adentro no hay frio, y como la última vez, se siente mucho más grande de esta forma.
— ¿Tienes hambre? —Raziel pregunta de pronto—. Vamos arriba.
— ¿Me llevarás a tu habitación? —le pregunto, molestándola.
Raziel comienza a subir las escaleras, yo voy detrás de ella. —Comienzo a sospechar que quieres estar conmigo, Harper. Lastimosamente, no eres mi tipo.
Sonrío, me agrada que me siga el juego. —No eres mi tipo, Raziel.
—Qué alivio —sarcásticamente contesta.
Llegamos a la parte de arriba, nos quedamos en la orilla, como si este fuera un balcón con una vista espectacular en lugar de una tienda poco iluminada.
— ¿Por qué me preguntaste si tengo hambre? — ¿Me dará comida a esta hora?
Ella se acerca a la pared y toma una caja de cereal, la levanta y se sienta a un lado de mí. —Estaba comiendo, suelo hacerlo por las noches. Un mal habito supongo.
Me siento a su lado, veo la caja de cereal. Son hojuelas de maíz con chocolate y azúcar, este es del cereal que nunca compramos, es más caro. — ¿Puedo?
Acerca la caja, meto los dedos y tomo un poco para comerlas una a una. —Entonces… —empiezo—, um, sé que es raro que esté aquí.
—Lo es —sigue comiendo—. ¿Ya tienes un plan?
No, no tengo nada. —En realidad estoy aquí para que me cuentes como es que el gran idiota, Philip, te besó a ti.
Resopla y sigue aplastando las crujientes hojuelas con sus dientes. —Pero antes tienes que prometer que no se lo dirás a tus amigos —pide mientras se limpia la boca—. Y tú también tienes que contarme sobre Lucy.
Sonrío al ver cómo le ha quedado azúcar en su mentón. —No lo haré mientras que tú no se lo cuentes a tus amigos imaginarios —bromeo.
Ella adentra la mano por más cereal, se cruza de piernas dejando un espacio entre ellas donde coloca su mano que está sosteniendo las hojuelas y comienza a hablar. —Bueno, Phil y yo éramos vecinos —explica—. Antes de vivir aquí yo vivía en otra casa, con mamá y… bueno, éramos solo ella y yo, el punto es que era mi vecino.
Asiento, aunque no hay nada de luz aún podemos vernos. — ¿Cuántos años tenías?
Limpia sus labios una vez más. —Como diez, lo conocí a esa edad y nos llevábamos bien aunque no éramos tan cercanos al comienzo —afirma—. En medio de nuestras casas había un árbol y nos gustaba escalarlo, fue ahí donde empezamos a hablar más y bueno, él me contó sobre su familia y yo sobre la mía.
Su rostro se ve melancólico y sé que no me está contando la historia completa pues la tristeza en sus ojos debe ser el motivo de una serie de historias y recuerdos que prefiere conservarlos solo para ella. Lo sé porque lo mismo me ocurre a mí con Lucy, aunque no diría que nosotros éramos amigos. Si éramos algo más pero nos saltamos la parte de los amigos.
— ¿Te besó? —es obvio que sucedió, ella no se vería tan rota si no hubiera ocurrido nada entre ellos.
Asiente, toma más cereal y come rápido. —Fue mi primer beso y su primer beso, pasó cuando teníamos doce, unos días antes que yo cumpliera trece. No volvió a besarme pero tomaba mi mano y me decía que me quería —asegura—. Luego su mamá se casó con su padrastro unos seis meses luego del beso y él se mudó. Dejó de haberme, de si quiera saludarme o verme en los pasillos. Ya no volvió a ser nada como antes.
Tomo más cereal, se me cae una hojuela al suelo y la muevo para recogerla después. —Mi historia es un poco diferente —afirmo lamiendo el azúcar de mis labios con la lengua—. En mi caso conocí a Lucy porque… —bien, esa parte no puedo decirla, recuerdo haberme peleado con Roger—, fui al cumpleaños de una chica que vivía cerca de mi casa, yo le gustaba a ella por eso me invitó y conocí a Lucy. Así sucedió, estábamos en una casa sin padres y bueno, me gustó desde que la vi.
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Editado: 07.04.2023