Lunes 23 de marzo de 2020
13:40 p.m
A decir verdad, no tenía ni puta idea sobre qué hacer. Improvisar, pensaba con una mezcla de gracia y miedo. ¿Para qué mierda dije eso?
Por un lado, Valentín parecía seguir en ese extraño estado de trance en el que estaba sumido, paralizado por la situación.
Por el otro, Mateo no confiaba del todo en nosotros.
Y después estaba yo, que sentía terror de tan sólo pensar que alguien había puesto algo en la silla de Irina. Eso significaba que el remitente de aquellos extraños mensajes no sólo pertenecía a nuestro entorno y se escondía en nuestras narices detrás de una pantalla, había algo mucho peor que no podía dejar de dar vueltas en mi cabeza: si sabía la disposición exacta de nuestra aula es porque era alguien de la escuela.
Me quedé helada de tan sólo pensarlo.
No había muchas opciones, ¿no?
— Nunca abrimos su diario — me dijo Valentín de golpe. Parecía que ambos estábamos pensando en lo mismo.
— Es verdad — asentí, sorprendida — quizás nunca pensamos en que realmente íbamos a tener que hacerlo.
— Es posible.
Otro elemento importante era su diario. No sé si íbamos a encontrar algo ahí, además tenía candado. Mierda.
— ¿Qué vamos a hacer? — preguntó.
— Tengo algo en mente pero no sé qué tan bien vaya a salir.
— O sea que... ¿no es nada seguro?
— No — contesté con honestidad — pero nos vamos a arriesgar. Mejor eso que nada.
El rubio se quedó expectante. A juzgar por la expresión angustiada de su rostro, a Valentín Torres ya no le importaba nada llegado este punto. A mí tampoco.
No teníamos nada que perder.
— El plan es el siguiente — comencé, y él me miraba impaciente — Mateo va a salir de su salón a las dos para ir a la biblioteca. Nosotros tenemos que salir antes, porque si andamos por la escuela los tres juntos y nos cruzamos a alguna preceptora lo más probable es que nos manden de vuelta a las aulas.
— Pero, ¿qué le vamos a decir? — me dijo, apuntando con el dedo índice a la profesora de Literatura, quien estaba sentada en su banco corrigiendo exámenes mientras nuestros compañeros hacían una actividad.
— No sé, ya se nos va a ocurrir algo — intenté tranquilizarlo — lo importante no es eso. Con que al menos uno de nosotros logre salir y llegar al depósito sin ser visto va a estar bien.
Mi teléfono empezó a vibrar. Eran mensajes de Mateo.
Explicame qué vamos a hacer antes de salir, por favor.
Esperame un segundo.
— El depósito está en planta baja, detrás de la escuela ¿no?
— Sí — asintió mi amigo.
— Entonces, el punto de encuentro es en la biblioteca. Mateo va a salir del aula a las dos y nosotros cinco minutos antes. Cada uno va a agarrar un libro y vamos a ir hasta allá por separado.
— ¿Y el libro para qué es?
— Para tener una excusa por si nos cruzamos a alguien — contesté, al mismo tiempo que improvisaba el plan — vos vas a ir primero. Cuando llegues al depósito te vas a esconder. Vamos a esperarnos por siete minutos en total, si ese tiempo pasa y Mateo o yo no llegamos aún, vas a buscar la silla de Irina sin nosotros. ¿Entendiste?
— ¿Cómo vamos a ir cada uno por separado en una escuela que tiene varios pisos con oficinas vidriadas de preceptores que pueden ver todo? — preguntó con una mezcla de curiosidad y preocupación.
— Sí, hay un sólo camino, pero es hasta el tercer piso. Ahí podes bajar a la parte de atrás de la escuela por la escalera verde en vez de usar la escalera principal. Vamos a salir con tres minutos de diferencia cada uno. Llevá tu celular porque lo vamos a necesitar.
Torres asintió. No sé si lo había entendido del todo, esperaba que sí. De todas maneras iba a volver a explicarles cuando estuviésemos en nuestro punto de encuentro.
Mi teléfono volvió a sonar.
¿Y?
Dale que son las dos menos diez.
Puta madre. En cinco minutos teníamos que irnos del aula y todavía no se me ocurría ninguna excusa.
Le tipeé el plan con rapidez, esperando a que comprendiese igual con las comas que me faltaron y los errores ortográficos.
Una y cincuenta y uno.
— ¿Qué va a decir Mateo?
— No sé — respondí sintiendo la ansiedad carcomerme las tripas — lo que sea va a estar bien.
— ¿Y qué vamos a decir nosotros?
Puta madre, siempre lo mismo. Valentín no está hecho para la aventura. Durante los viejos tiempos, cuando la muerte todavía no nos había tocado la puerta, siempre que tramábamos alguna travesura él se quedaba inmóvil ante la situación.
Irina y yo teníamos que animarlo a salir del molde, ¿no era lo que los adolescentes hacían a esta edad?
Tampoco es que le habíamos hecho ninguna maldad a nadie, simplemente nos divertíamos.
Cuánto habían cambiado las cosas desde aquel entonces.
— Eva — dijo tomándome del brazo para que reaccionara.
Y ahí se me ocurrió.
— Vamos a ir a hablar con la psicopedagoga sobre lo que pasó — dije emocionada.
El rubio me miró con confusión.
—¿Vos estás loca? — retrucó — ¿y contarles todo?
No pude evitar agarrarme la cara con ambas manos.
— No, Valen, esa es la excusa que le vamos a poner a la profesora.
Volví a mirar la hora.
Una y cincuenta y cuatro.
Le mostré la pantalla del teléfono a mi amigo y asintió con la cabeza. No podíamos perder más tiempo.
— A la cuenta de tres nos paramos juntos — dije en voz baja, mirándolo a los ojos — uno... dos... ¡tres!
Nos levantamos de nuestro banco al mismo tiempo y en silencio. La clase estaba distendida, la mayoría hablando en voz baja entre sí. Muchos empezaron a mirarnos con curiosidad cuando se percataron de que nos estábamos acercando al escritorio de la profesora, pero poco me importaba. Quería saber qué mierda estaba pasando.
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una desaparicion, tres amigos, un mensaje de texto desconocido
Editado: 21.06.2021