Yo estaba ebria, pero no ciega. El tipo era como un sueño. Puso sus ojos verdes aceituna en mí por un largo rato y abrió la puerta trasera sin dejar de mirarme. Tenía el cabello corto y dorado oscuro, una barba sombreada del mismo color y unas cejas intimidantes que hacían que tuviera la necesidad de mirarlo más de una vez. Debo añadir que el traje que usaba le quedaba muy bien porque se le adhería a los brazos y pecho, haciéndolo lucir como esos modelos que únicamente ves en los anuncios de fragancias súper masculinas y ropa de diseñador. Su expresión se volvió tensa cuando vio que yo no entraba al auto. así que se hizo a un lado y miró discretamente hacia la entrada del club.
—¿Está bien?
Claro que no. Si no fuera por su inmenso atractivo, ya me habría desmayado. Pero yo no era tan ingenua como para creer eso. ¿Qué hacía alguien como él en un trabajo como este? Si esto era obra de Andrea y Carla, lo pagarían muy caro. O peor aún: si estaba en alguna cámara oculta o algo como un reality show...
—¿Puede caminar? —preguntó como si pensara que tuviera alguna discapacidad.
¿Qué iba a decir, que tanto alcohol en la sangre me impedía comunicarme correctamente? O ¿que tan solo verlo me había dejado muda?
—¿Estás seguro de que eres mi Uber?
De repente se quedó helado, parecía incrédulo. Como si pensara que todo lo que yo quería esa noche era fastidiarlo haciendo preguntas estúpidas.
—Oh, no soy de Uber.
Entonces sí era una broma. Una muy cruel y ridícula. Carla y Andrea aparecerían de la nada con sus teléfonos filmando tan humillante momento y él empezaría a reír malévolamente. Después dirían que solo quisieron hacerme sentir mejor. O —y esta resultaba ser una idea aún más retorcida— él era un stripper y ellas lo contrataron para mí. Tenía sentido, pero ¿hasta dónde pensaban que llegaría?
—Soy James Donnell, de Premium Passenger —continuó diciendo muy serio, tanto, que resultaba intimidante—. No creo que haya ningún error, usted pidió un auto a las diez con once minutos. Es usted Meredith Fransson, ¿correcto?
Genial. No podía ser verdad... Oh, de hecho, sí. En el club me había equivocado como un millón de veces escribiendo el nombre de la aplicación, vi un menú totalmente distinto al habitual y aun así continué solo por la presión que sentí por el inminente flirteo del hombre de la barra. Todo ocurrió en cuestión de segundos. Y esto ya no parecía ser una broma, estaba segura de eso.
—Sí, yo soy Meredith Fransson. Es solo que pensé que, ah... —saqué mi teléfono de entre un mar de cosas en el bolso y revisé detenidamente la aplicación. Un gran icono dorado me gritó “estúpida” en la cara y entendí perfectamente qué demonios había hecho. Por cierto, eso fue lo último que logré hacer antes de que la batería del teléfono muriera y la pantalla se pusiera en negro—. Me confundí terriblemente.
Silencio. La expresión que mantenía era dura. Me hizo sentir como si estuviera devuelta en la escuela, en la oficina del director y estuviera dándome un sermón justo antes de suspenderme. O en casa con mi madre regañándome por haber llegado tarde de una fiesta. O en mi primer trabajo y mi supervisor me hubiera llamado porque no entregué un maldito informe correctamente. Y lo peor de todo eso eran las múltiples maneras en las que él me hizo sentir: inútil, estúpida, irresponsable y avergonzada. Quería llorar. Seguramente me veía terrible, ebria, exhausta y con el maquillaje arruinado. Y él lucia tan perfectamente bien. Además, ¿Por qué rayos me hablaba tan formalmente?
—Entiendo —dijo luego de una eternidad— ¿Qué quiere hacer?
—Cancelar, pero no puedo hacerlo. Mi teléfono está muerto, así que no hay forma de pedir otro auto, y realmente necesito llegar rápido a casa.
Miró a su alrededor detenidamente. Apretó los dientes y evitó verme durante un momento. Parecía que ideaba algún plan.
—Está bien, ¿ha usado Premium Passenger antes? ¿Tiene idea de cómo funciona?
—No, jamás. Pero ¿no es como todas las demás, ya sabes, si cancelo el viaje tengo que pagar una tarifa y ya está?
—Bueno, no es como las otras plataformas convencionales. Registramos dos tipos de usuarios: los de trabajo y los de turismo.
Hablaba despacio, seguramente para que yo pudiera seguirle el ritmo.
—¿Sí?
—Sí. Imagine que viene unos días a Nueva York por trabajo. Probablemente lo último que quiera hacer es conducir, así que rentar un auto queda descartado. Tampoco querrá viajar en taxi porque, ya sabe, resulta un lío encontrar uno vacío siempre que usted lo necesite. Y una de esas aplicaciones convencionales jamás es cien por ciento fiable.
—Claro —acordé muy convencida.
—Y es el mismo caso cuando se trata de un turista. Lo que Premium Passenger hace es saber el día y la hora de su llegada, los lugares que visitará, los horarios, si quiere modificar algo, lo que sea. Cada detalle de su estadía en la ciudad será cubierto por la plataforma en cuanto a transporte se refiere. Pero no me parece que usted haya venido por trabajo y tampoco es una turista, ¿verdad?
—No —admití y desvié la mirada hacia el otro lado de la calle, donde un grupo de hombres ebrios y torpes era incapaz de lograr encender una vieja y descuidada Jeep—. Solo quiero saber si cancelarlo sería muy costoso.