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Saludos.
N. S. Luna
La fiesta había terminado en algún momento, supongo.
Nosotros habíamos estado besándonos en ese cuartito por horas, y al salir, habíamos vuelto a bailar y tomar, hasta que la gente empezó a irse.
Thiago me había prestado la camiseta que llevaba puesta y nos habíamos ido a dormir cuando el sol comenzaba a salir, abrazados en un nudo. El mismo nudo en el que estábamos amaneciendo ahora, un par de horas después, en medio de su cama.
Estaba comenzando a acostumbrarme a la sensación de tenerlo así, y no puedo decir que me molestara…
Adoloridos por la resaca que cargábamos, habíamos decidido cerrar todas las persianas, ventanas y cualquier fuente de luz mientras remoloneábamos un ratito más, con las mantas hasta la cabeza.
Por debajo de ellas, Thiago dejaba besos perezosos en mi cuello y yo acariciaba su espalda porque estábamos a gusto allí, y todo olía a él.
A diferencia de las otras dos veces, esta mañana nos había encontrado mucho más tranquilos. Y es que no podíamos más ni con nuestro cuerpo, nos pesaban las cabezas y teníamos tanto malestar, que no estábamos de humor para nada más.
—Vayamos a desayunar. – propuso a la media hora, con la voz tan ronca que tuvo que aclararse la garganta varias veces antes de volver a intentarlo. —Nos va a hacer peor estar sin comer.
—Mmm… – me lamenté, apretándome más a él, escondiendo el rostro en su pecho, sin querer levantarme.
Antes de dormir con Thiago, no tenía idea de cómo era estar así con alguien. Con Marcos siempre había sido algo rápido y práctico, y cuando el condón estaba fuera, también lo estábamos nosotros de la cama. Y con mi vecino, todavía no habíamos hecho nada, o casi nada, pero sí esto de pasarnos todo este tiempo así.
Era agradable.
—Vamos. – insistió, frotando mi espalda para que me despertara y de a poco nos fuimos sentando. Au. El nivel de jaqueca que tenía era impresionante, pero además de comer, teníamos que ordenar un poco su casa antes de que sus padres volvieran.
Como pudimos, nos arrastramos al piso de abajo y cada uno con una bolsa de basura, fuimos tirando los vasos, botellas y mierdas que habían dejado los cerdos de nuestros compañeros.
Thiago estaba sin camiseta y verlo así, solo con pantalón pijama y todo despeinado, me hacía sonreír.
Estaba buenísimo, dios.
—Nunca había visto tanta mugre. – dije, levantando dos paquetes de papas fritas con líquido dentro, que estaban escondidas entre los almohadones del sillón. —Y eso que ya viste lo que es mi casa…
—Me van a matar. – seguía repitiendo él, mientras iba limpiando, y descubría desastre tras desastre.
—Ey. – lo llamé, entornando los ojos. —Creo que se metieron a la habitación de tus viejos anoche. – me miró con terror. —Cuando pasé recién al baño, vi la cama destendida y otras cosas… Vas a tener que lavar esas sábanas.
Maldijo echando la cabeza hacia atrás, apoyando las manos en su cadera. Uf, ese gesto lo hacía ver muy guapo.
Nos había llevado dos horas, y según sus cálculos, todavía teníamos una más hasta que sus padres llegaran de viaje, para desayunar.
Así que nos apuramos y preparamos café y los restos de un bizcocho que se había salvado por milagro.
—Nunca más voy a hacer una fiesta. – decidió con la mirada perdida en las manchas de la alfombra del living. —Rompieron toda la colección de platos antiguos de porcelana de mi mamá.
—A lo mejor no se da cuenta. – dije, queriendo darle tranquilidad. —Uno a veces se olvida de las cosas que tiene, más si no las usa todos los días. Si no se acuerda, capaz zafas.
Él se rio, negando con la cabeza.
—Creo que antes se olvida de que me tuvo a mí. – bromeó y nos reímos. Mierda. Le esperaba un regaño de los grandes y lo sabía.
Desde que habíamos terminado de ordenar, o al menos de hacer nuestro mejor intento de que la casa quedara decente, tenía en sus ojos la resignación de alguien que sabe que ya está todo dicho. No había manera de escaquearse.
—¿Qué ibas a hacer hoy que no tenías partido? – le pregunté, queriendo cambiarle de tema.
—Iba a hacer lo que me quedaba del trabajo de ciencias. – contestó.
—¿Todavía no lo hiciste? – me hice la horrorizada, llevándome una mano al pecho. —Yo lo tengo listo desde hace rato. – bromeé. —Juani va a estar furiosa.
—Bueno, te dejamos lo más fácil. – dijo él, sumándose a la broma y los dos nos reímos. —Da igual, Juani va a estar furiosa de todas formas.
Me mordí los labios, pensativa.
—¿Le dijiste quién era la chica que te gustaba? – quise saber. No es que me importara que la chica me odiara, ya lo hacía, pero quería saber si él había sido sincero con ella.
—Sí. – respondió muy seguro. —Siempre le dije las cosas como eran, sin vueltas.
Negué con la cabeza, impresionada. Thiago era distinto a todos los otros chicos con los que había estado, y me resultaba tan raro… Definitivamente me había equivocado diciéndole que era como todos los demás.
—¿Vos qué ibas a hacer hoy? – preguntó él, bebiéndose lo que le quedaba del café.
—Me iba a hacer un piercing en la oreja. – contesté señalándome la derecha, donde ya tenía tres, y pretendía tener un cuarto. —¿Querés ayudarme? – propuse, animada. Sola era complicado, pero si él me daba una mano, quedaría más prolijo.