—Viniste — Dijo la mujer mientras saltaba y se arrojaba al cuello de su visitante llena de alegría.
—Suéltame, no seas pegajosa —Hablo el hombre con frialdad mientras la empujaba hacia un lado ejerciendo fuerza innecesaria, la mujer tropezó con el mueble para luego sobar su cadera que se había golpeado fuertemente al rebotar contra el piso.
—¿Por qué tienes que ser así, Diego? —Pregunto ella haciendo un puchero con sus labios mientras se levantaba del piso suavemente, tratando de soportar el dolor.
—¿Por qué me has hecho venir a esta casa? — Dijo Avalos mientras miraba el entorno con desdén.
—Pero cariño, ¿a dónde más irías?, si no es aquí conmigo.
—Basta Maritza, cualquiera puede vernos, las empleadas, la tía de Valentino, en fin, sabes muy bien que no pueden saber de nuestra relación o todo estará perdido.
—No te preocupes, no hay nadie aquí en la casa, la vieja bruja se fue del país molesta con su sobrino porque se llevó a las niñas de aquí, despedí a las chachas, y ahora solo estamos tú y yo, cariño. Vamos arriba, no sabes cuánto te necesito. —Hablo mientras tomaba su mano y lo dirigía a las escaleras sin percatarse que él no tenía intenciones de moverse y seguirla.
—¿Tu marido no vendrá? — Pregunto Avalos indiferente mientras se sacudía de su toque con asco y se limpiaba los dedos con una toalla de papel.
—¿Tú crees que vendría a verme si tiene a su lado a la puta de mi hermanita? Esa Zorra me robo todo lo que es mío. —Lloriqueo Maritza, mientras, lo abrazaba por la espalda.
Ni bien terminó de hablar, una bofetada cayó sobre su rostro, haciendo que lágrimas de dolor cayeran por él, se tocó la cara, sentía que ardía debido al golpe, no pudo seguir palpando su cara, ya que esta había sido sujetada con fuerza desde la barbilla.
—Cuantas veces te he dicho que no hables así de Luana, tú no vales ni un solo cabello de ella, ¿has olvidado lo que pasa si te atreves a hablar mal de ella?
—Cariño, no lo volveré a hacer, ¿me perdonas? —Rogó Maritza con lágrimas corriendo por su rostro.
Diego la soltó mientras sacaba un pañuelo de su bolsillo y se limpiaba las manos, asqueado, la miro por un rato mientras realizaba la limpieza meticulosamente.
A Maritza no le importo la acción de Avalos, simplemente se acercó y lo abrazo, su cara aún mostraba la huella de la mano que la había golpeado anteriormente, pero ni eso la intimido, simplemente lo abrazo con fuerza y trato de besarlo.
—Aléjate. — rugió, mientras trataba de empujarla.
Avalos sentía la bilis subiendo por su garganta, ella lo miro y se dio cuenta de su actitud, entonces jugo con la carta que tenía bajo su manga.
—Mi padre quiere verte.
Avalos tembló por dentro, aunque por fuera se mantenía en calma.
—¿Qué quiere?
—Quiere a los niños. Tienes que entregarlos.
—Nunca. Jamás haré eso, primero los mato antes de entregárselos a ese maldito desgraciado.
—Recuerda que yo puedo ayudarte, él siempre termina haciendo todo lo que yo quiero. Pero ya sabes que debes comportarte.
Avalos trato de recomponerse, mientras su rostro mostraba una pequeña sonrisa. Levanto a Maritza en vilo y subió las escaleras con ella en sus brazos.
Entro en la habitación y la arrojo en la cama, mientras le arrancaba la ropa y la dejaba completamente desnuda.
Ella se paró de un salto y se acercó como una gata en celo, eso, enfado a Avalos que volvió a abofetearla con violencia, mientras un hilo de sangre corría por la comisura de sus labios, se acercó y lo beso con ferocidad, le encantaba esa rabia en él, la volvía loca y él respondía a su acercamiento sin remordimientos, el sexo entre ellos era violento, siempre había sido así, desde que se conocieron cuando él, tenía dieciséis años y ella era una pequeña mocosa. Maritza estaba enferma y a él le encantaba ese aspecto de ella.
Hasta que conoció a Luana y se enamoró de ella.
La habitación se llenó por completo del sonido de los gemidos que emitían mientras tenían sexo. Tiempo después ambos estaban desnudos y exhaustos sobre la cama. Ella tenía la cara ligeramente hinchada y un moretón se estaba formando en la esquina de su boca, su cuerpo estaba lleno de mordeduras y el cuerpo de él mostraba los rasguños profundos que le habían dejado las uñas de ella, uno de sus antebrazos mostraba una gran cicatriz, y sus muñecas tenían dos cortes profundos de cuando el padre de Maritza hizo que le cortaran las muñecas.
El silencio se instaló en la habitación hasta que Maritza hablo, con su voz chillona que trataba de ser sensual. Solo escuchar su voz, Avalos sentía que le dolía la cabeza, quería apretar su cuello hasta que dejara de respirar.
—¿Dónde está el chiquillo?
—Eso no te importa.
—Mi padre está tras tus pasos, así que por mucho que lo ocultes, él lo descubrirá tarde o temprano.
—Pero tú te encargarás de que no lo busque ¿No es cierto?
—¿Te quedarás conmigo?
—No podemos, debemos guardar las apariencias.
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Editado: 16.02.2023