"Todo tiene un inicio."
La noche del 11 de septiembre del 2019, sería recordada por poseer el cielo más oscuro que líberos a los demonios. Las alarmas del sanatorio Grégory Williams, sonaban por cada uno de los rincones del lugar al tiempo que la luz roja de incendios emitía una alerta. Varios enfermeros caminaban rápidamente al compás de los psiquiatras por uno de los tantos pasillos rodeados de miles de pacientes eufóricos que se movían inquietos ante el forcejeo constante de los guardias; no obstante, a los especialistas no les importaba para nada todo lo que estuviera con los demás internos, puesto que para ellos, lo primordial, era recuperar al paciente de la habitación 556.
Evidentemente se trataba de uno de los peores casos registrados en dicho sanatorio, pues este, contaba con los fatídicos hechos de un joven estudiante de diecinueve años que se había graduado de asesino tras masacrar brutalmente a toda una población estudiantil disfrazado de conejo. Sin embargo, se descubrió que el chico contaba con ciertos problemas mentales, por lo que el juez dictaminó que su sentencia sería pasar el resto de su vida en aquel sitio bajo la responsabilidad de un grupo de psiquiatras muy bien preparados. Ahora, la cuestión aquí era notablemente distinta, ya que sus cuidadores pensaban que, sin duda alguna, el psicópata estaba bajo control; en verdad ninguno se imaginó que detrás de toda esa calma con la que él se dejaba tratar, había una horrible trampa con resultados bizarros.
«¡¡¡Rápido!!! ¡¡No podemos permitir que se escape!!», la orden dada por uno de los jefes del centro médico era firme, tenían que encontrarlo como sea. Dos guardias salieron del lugar y prosiguieron a inspeccionar las áreas del estacionamiento con cautela. Las linternas iluminaban levemente su camino, hacía frío y la niebla no dejaba de darle un tono tétrico al ambiente. Al comenzar su recorrido, se toparon a primera vista con la presencia de una gigantesca estatua de piedra que simulaba ser la virgen María; pero no vieron nada más. Siguieron revisando cada parte, incluso hasta llegaron a la salida en donde se apreciaba la vía; pero no había rastros del joven. Ambos se miraron angustiados y tras pensarlo seriamente, optaron por volver a buscarlo dentro de las instalaciones. Cinco pasos en dirección al gran edificio de concreto pintado de blanco, los hizo suspirar con fastidio; dos nuevos pasos hacia adelante, les dio la motivación para hacer un comentario despectivo sobre la responsabilidad de los psiquiatras, y un paso más, logró hacerlos parar en seco tras escuchar una leve risa a sus espaldas. Se giraron aturdidos, notando enseguida que se trataba de ese a quien tanto buscaban... parado justo en frente de ellos sin ninguna distancia.
— ¡Oh!... conejito... estás aquí... —hablo uno de los centinelas al tiempo que alzaba las manos para indicarle que lo tocaría, aunque jamás podría negar que su extraña tranquilidad le causaba inseguridad-. Vamos... Vamos a tu habitación...
Un silencio abrumador se abrió paso entre los tres individuos, en donde los dos hombres se mantenían atentos ante cualquier movimiento, mientras que el chico, por su parte, solo los observaba sin quitar aquel gesto contento de su rostro; parecía estarlos estudiando y eso, en todos los sentidos, los ponía nerviosos. Pasado unos segundos, el guardia que había decidido hablar, terminó por tomarlo de la muñeca izquierda; sin embargo, antes de tan solo lograr ponerle las esposas, el estridente chirrido de unas llantas frenando junto en frente de la salida los pasmo de forma inmediata, ni siquiera les permitió reaccionar cuando de repente, un hombre con una gran máscara de la estatua de la libertad se asomó por la ventana y comenzó a tirotearlos sin piedad, matándolos enseguida. El joven chico solo sonrió como un completo loco ante lo que veía, lo disfrutaba tanto, que incluso retuvo esa imagen en su mente mientras se encaminaba a paso lento hacia el auto que lo esperaba.
"El zorro sabía que ese conejo no era igual a los otros, por eso siempre lo protegió."
En la actualidad, aquel científico no podía estar más orgulloso del chico. Lo adoraba y tenía razones para hacerlo; el joven sería la destrucción total de los dos portadores y el único poseedor de la B12. En cuanto a él... él sería conocido mundialmente por haber "creado" algo sin igual.
Cinco golpes dados en la puerta de su despacho, lo hicieron volver a la realidad. Exhaló y tras visualizar por última vez el gran ventanal, se volteó hacia su escritorio para así, finalmente permitir que la persona accediera al lugar. Quien estaba fuera reaccionó al instante, adentrándose en cuestión de segundos; el maestro solo le sonrió, se trataba de un muchacho de contextura delgada, tez bronceada y de hermoso cabello negro azabache al estilo tupé moderno; era su asistente.
—Maestro, aquí le traigo la invitación al evento previsto que organizará el empresario Mark Caruso —le informó el joven mientras que dejaba un sobre dorado en medio del escritorio y luego retrocedía—. Requiero de su aprobación para anunciar su asistencia.
Él tomó la carta, detallando su adornado envoltorio, luego la sacó y empezó a leer su contenido detenidamente. No vio nada nuevo, solo era otra invitación de relaciones sociales en donde los más ricos de la zona, hablarían de temas insignificantes de poder mientras bebían unas cuantas copas de más. Sabiendo que las cosas tomarían ese rumbo, tenía bastante clara su respuesta... hasta que algo llamó su atención. En un costado, se apreciaba perfectamente como su socio le revelaba que el motivo de su "elegante reunión de máscaras" era para adquirir varias muestras de las personas más importantes del lugar: Estaba contribuyendo con el proyecto.
—Diles que sí iremos.
— ¿Lo llevará a él también, maestro?
—Exactamente. Ahora bien, ¿tienes alguna información referente a Izaro Smith?