S T E L L A
Voy a morir.
Es lo que pensé aquella noche en medio de la carretera cuando una luz brillante me cegó para luego sentir el impacto del camión y hundirme en un pozo negro del cual desperté hace unos días.
Todo mi cuerpo dolía.
Ahora estaba despierta pero no quería abrir los ojos, una vez lo intente y todo seguía negro. Me asusté al no ver nada a mi alrededor, al seguir estar rodeada de oscuridad. Entonces una enfermera entró junto a mamá y está empezó a llorar desconsoladamente. Mi cuerpo entero se tensó, mi corazón comenzó a latir desenfrenadamente y dejé de oír. Ella nunca lloraba, no importaba que tan mala fuera la noticia, ella se mantenía firme para no preocupar a nadie, pero la conocía tan bien, que sabía que algo andaba realmente mal.
Apreté las sábanas con fuerza.
De pronto, las imágenes borrosas en mi mente se volvieron más claras que el agua: gritos, llanto, palabras hirientes, el sonido de un claxon y un golpe repentino. Su rostro preocupado, un grito saliendo de su garganta, estira su mano para alcanzarme pero ya es tarde.
Ya nos habían chocado.
No quedaba más que hacer, y… y… y su rostro ensangrentado mirándome fijamente.
No puede ser.
—¿Mamá? —susurro a la nada—. ¿Donde está Ivan?
Otro sollozó.
Mi corazón se oprime. No puede ser.
—Lo siento, abejita.
Niego soltando un grito desde el fondo de mi garganta.
Una mano enguantada afirma mis brazos, mamá sigue llorando y disculpándose. ¿De que está disculpándose? ¿Porque no puedo abrir mis ojos? ¿Que está sucediendo?
Un pinchazo.
Y vuelvo a caer en el mismo pozo.
••••
Mamá ya no está conmigo, en cambio una mano masculina sostiene la mía con delicadeza. Escucho la voz de mi hermano mayor suplicando que despierte, prometiéndome que todo estar bien y que podremos sobrellevar todo esto juntos.
¿Estará diciendo la verdad?
Ivan está muerto, yo apenas logro mantenerme despierta y ellos están sufriendo. ¿Como vamos a sobrellevar tanto dolor? Ni siquiera soy capaz de abrir los ojos para enfrenarlo, todo es culpa mía. Nunca debí pedirle que me llevara a ese concierto, nunca debí mentirle acerca de esa noche y nunca… nunca debí herirlo.
Ahora ya no está y no puedo disculparme.
Los días pasan y sigue costándome despertar del todo, una enferme entro sigilosamente, cuando presentí que ya se iba le pregunté el porqué no podía ver nada aún cuando me esforzaba en abrir los ojos, ella guardo silencio y me explico que tenía una venda alrededor de estos y que pronto entendería.
Se fue antes de que pudiera preguntarle más.
Desde entonces nadie me da respuestas, todos se mantienen en silencio y cuando intento preguntárselo a mamá ella solo solloza y desaparece de la habitación.
—Estarás bien —susurraba Sebastián, mi hermano—. Podemos con esto y más, eres fuerte.
¿Fuerte? Solo quiero lanzarme por la ventana y tomar el lugar de Ivan.
Yo debí morir, no el.
—Sebastián. —susurre.
—¿Te duele algo? ¿Necesitas que llame al doctor?
Negué.
—Sácame la venda.
—Stella…
—Por favor… —suplique—. Quiero verte.
Se queda en silencio unos momentos antes de escuchar como ahoga su llanto. Sujeta mis manos y las lleva a su rostro, esta húmedo por sus lágrimas, mi corazón se encoge y las palabras del médico llegan a mi mente golpeándome con fuerza.
Exhalo todo el aire de mis pulmones y mi mundo se detiene cuando escucho sus débiles palabras:
—Estas ciega, Stella. No volverás a ver. —y esconde su rostro entre mis manos.
En ese momento mi mundo se termino.