Entre la lluvia sus pies danzaban, sus botas cubiertas hasta el tope de agua, le eran tan pesadas e incómodas pero aún así, la felicidad que no cabía en su pecho lograba que soportara todo aquello. Una caña de pescar en su mano y en la otra un balde con dos pequeños y miserables pescados dentro. Había pasado toda una tarde tratando de conseguir la cena para él y su madre. Caminaba a casa con una sonrisa en su rostro siendo humedecida por la lluvia torrencial.
A lo lejos la pequeña casa apenas se veía, apenas alcanzaba a vislumbrar la luz proveniente de la única ventana que hacía parte de la habitación que compartían.
Se detuvo y la manija del balde se deslizó entre sus dedos quedando su base en la tierra húmeda, su sonrisa se borró en cuanto vio el coche color rojo entacionado en frente, su corazón se aceleró de manera exorbitante y su respiración ya no era la misma. De nuevo ese miedo lo invadía haciendo que su cuerpo se paralizara, debía ser valiente y eso era algo que repetía en su mente todos los viernes justo a esa hora, estaba tan feliz que había olvidado por completo que justo ese día la visita macabra de ese hombre a su madre era algo inminente.
Escucho los gritos provenientes de la casa y dió un paso atrás atemorizado. Recordó las palabras de su madre diciendo que por ningún motivo devia entrar a la casa cuando viera el coche estacionado, su rostro cansado y siempre con una herida en el. Empuñó sus manos con fuerza y vaciló en ir hacia delante.
Cayó de rodillas sobre la tierra enterrando sus dedos en ella, su barbilla temblaba y su nariz se enrojecia, lagunas de lágrimas se formaban en sus ojos y se dezlizaban con grosor sobre sus pómulos aterrizando sobre la comisura de sus labios.
Perdió la cuenta de cuánto tiempo había pasado en la misma posición y de cuántas lágrimas había derramado. De nuevo estaba siendo un cobarde por no ser capaz de defender a su madre de aquel hombre malo, una gota de culpabilidad alimentaba la semilla de rabia que germinaba en su corazón y tal sentimiento era avivado por es sol del rencor.
La lluvia cesó y las lágrimas también lo hicieron, los gritos se detuvieron al mismo tiempo que su corazón también lo hiso al escuchar la latosa puerta abrirse. Con la cabeza agachada apenas podía ver las botas de aquel hombre y las pisadas que se marcaban sobre el barro, nunca se había atrevido a tan siquiera ver su rostro, es como si cada que vez que tomaba el valor para hacerlo algo lo detenía. Cerro sus ojos al escuchar el motor alejarse y todo el aire que había contenido salió de su boca en un jadeo, de nuevo tomo el balde que ahora estaba tan pesado como su ropa mojada y camino hasta la puerta que se encontraba entreabierta cómo de costumbre.
Quería correr y pedirle perdón a la mujer que velaba por él día y noche, pedirle perdón por tener un hijo tan cobarde que no es capaz de defenderla de todo lo malo, que no podía tan siquiera dar un paso al ver el peligro acercarse a ella; porque sabía que aquel hombre le hacía mucho daño y aunque su mente inocente de un niño no alcanzaba a imaginar tales aberraciones sabía de esa mirada cabizbaja y llanto silencioso por las noches.
Sus pasos se detuvieron uno detrás del otro sintiéndose débil en ese momento, tomo la fria perilla de la puerta entre su mano derecha y entreabrió la puerta encontrando a su madre sentada sobre el borde de la cama con la mirada en el suelo. Levantó su rostro entre sus manos como si fuera lo más delicado del mundo y observo las cortaduras en sus labios y moretones en sus mejillas, su mirada sin vacía parecía no tener vida.
Sintió su pequeño pecho desgarrarse con cada lágrima que brotaba de sus ojos, la atrajo a un abrazo que apenas pudo corresponder su estrujadoo cuerpo, un lo siento era lo único que podía salir de su boca...
Entonces como si se tratara de un chasquido la pesadilla acabo, su frente bañada en su sudor y su garganta seca. La tenue luz de la noche colándose por la empañada ventana iluminaba su rostro.
Llevo las manos a su rostro y masajeó sus sienes. De nuevo ese recuerdo convertido en pesadilla atacaba sus noches después de mucho tiempo, no entendía como aquel sufrimiento volvía a él acabando con sus noches de paz.
Se levantó de la cama, se coloco una camisa para cubrir su torso desnudo y salió de la habitación, tal vez necesitaba un poco de aire puro para volver a conciliar el sueño. Caminaba por el pasillo en medio de la oscuridad siendo guiado por las lámparas de luz amarilla colgadas de las paredes. Sus pasos frenaron al escuchar gritos, uno seguido del otro, palmeó sus mejillas por si aún estaba sumergido en aquella pesadilla pero no fue así, los gritos eran tan reales como ninguna otra cosa.
Bajo las escaleras con algo de apuro buscando alguna puerta abierta para salir al jardín, el aire dentro del hospital lo estaba matando. El rocío de la noche cayó sobre su cabeza y el viento gélido envolvió su cuerpo pero al menos al respirar su pecho se sentía en paz.
Se detuvo frente una baranda de madera descansando sus manos sobre ella. Repetía en su mente cada detalle de aquel recuerdo como si la tortura de haberlo vivido no bastara, como si fuera algo que necesitará para saber que el dolor que sentía tenía una razón, un motivo. Los ojos del peli negro se cristalizaron de inmediato y su boca se abrió en busca de consuelo del aire, con todas sus fuerzas contuvo las lágrimas y las limpio con las mangas de su camisa.
A lo lejos veía una reluciente y robusta luna, tan blanca y perfecta como siempre... Sentía envidia por el majestuoso brillo que irradiaba siempre a pesar de estar en medio de la oscuridad. Debajo de ella y sentada sobre el pasto la danzarina de humo que brotaba de una pipa contemplaron sus ojos, un cigarrillo bailaba entre los dedos de una mujer que con cada calada que hacia parecía absorber el mundo.
Editado: 03.02.2022