Perfectamente imperfectos

17: Lección

 

Me separo de Ansel porque ya estoy más calmada, escucho como suena el timbre, así que ya es hora de irnos.


 

—Si quieres te llevo a tu casa—lo último que haría en estos momentos es ir a mi casa.


 

—Eso no será posible, pero gracias—me mira un poco preocupado y le sonrió para qué se calma.


 

—Hasta luego—me despido y salgo del instituto, ¿para dónde voy? No lo sé, así que tomo un taxi y le digo que me dé varias vueltas por la ciudad, a lo que el taxista me mira extrañado, pero no pone objeción y se pone en marcha. Luego de unos 20 minutos le digo que se detenga en el parque. Voy a la heladería de siempre y pido un helado de fresa, odio el helado de ese sabor, así que supongo que este es el primer antojo que tengo, y este mini fenómeno ya me está desafiando, cruzo la calle y me siento en unas de las bancas vacías qué hay, no hay muchas personas ni niños correteando por ahí, ya que es un día de semana. Doy un suspiro y comienzo a comer para no pensar, pero es imposible porque todo se reproduce en mi mente, provocando que se me forme un nudo en la garganta.


 

—Solo respira Olivia—me digo a mi misma para no ponerme a llorar como una loca en medio de este lugar.


 

—Eres la señora que me hizo llorar—escucho una vocecita a mi lado, así que giro mi cabeza y sorpresa que me llevo al ver al mocoso que me tiro la pelota aquella vez.


 

—Y tú eres el mocoso que me tiro la pelota, ¿dónde dejaste a la desquiciada de tu madre?—el niño me mira confundido, supongo que no sabe que significa esa palabra.


 

 

—Mi madre está trabajando, por eso no está aquí—el niño se sienta a mi lado.


 

—¿Entonces con quien estás aquí y por qué no estás en la escuela?—él pone su manita en su barbilla pensando que me va a contestar.


 


 

—Primero estoy aquí con mi papá y segundo hoy no había clases porque la maestra se enfermó— explica el mocoso muy concentrado.


 

—Tienes cara de señora triste, mamá siempre me da un chocolate cuando estoy triste—en eso veo como saca algo de su pantalón y veo que saca un chocolate, no sé si llorar o regañarlo porque me dijo que tengo cara de señora.


 


 

—Muchas gracias, pequeño—se encoge de hombros, se levanta de su asiento y me mira con cara de señor de 60 años.


 

—Si estás triste porque te despidieron de tu trabajo, ya verás que conseguirás otro, eso le paso a mi papá y mi mamá siempre estaba triste por eso, hasta que por fin mi padre encontró algo y ya somos felices de nuevo—Sonríe todo orgulloso, y eso hace que se me estruje el corazón, al imaginarme lo qué pasó el pequeño, seguro fue muy difícil para él.


 

—Eso espero, ojalá y encuentre mi trabajo soñado—le sigo el juego, escucho que alguien llama al niño y él se despide de mí, no puedo creer que ese mocoso me haya dado una lección. Ya es bastante tarde, así que me dirijo donde sé que no me echarán, toco el timbre y espero unos segundos a que abran. Morgan abre la puerta vestida como una vagabunda, siempre esta así cuando está en su casa, no la juzgo porque yo soy igual.


 

—¿Puedo quedarme contigo esta noche?.


 

—Ya sabes la respuesta—se hace a un lado para que yo entre.


 

—¿Tu madre está en casa?—le pregunto para pasar a saludarla, la madre de Morgan es una mujer bohemia, bastante libre, es increíble y una mujer muy fuerte.


 

—No, ya sabes como es, está en un retiro y llegará de madrugada.


 

—Perfecto, vamos a hacer una fiesta—veo la cara de terror que pone.


 

—Es broma.


 

Hicimos algo de cenar, charlamos normal como siempre, pero ninguna se atrevió a mencionar lo de Caleb, subimos a su habitación, Morgan me presta una pijama y las dos nos acostamos en la cama, cabíamos perfectamente, ya que es una cama bastante grande. Luego de estar en silencio por unos minutos, mientras las dos estamos en nuestros pensamientos.


 


 

—Me sorprendió mucho lo tuyo y Caleb—digo de una buena vez.


 

—De verdad lo siento, te lo queríamos decir antes, pero con todo lo de tu embarazo, decidimos que sería mejor en otro momento—sé que está diciendo la verdad, todos lo que la conocemos sabemos cuando miente.


 

—No voy a negar que todavía lo estoy procesando, ósea ustedes son mis mejores amigos y en serio que no me los puedo imaginar juntos, pero si ustedes están felices yo también lo estoy de verdad—doy la vuelta para poder darle un abrazo.


 

—Otra razón por la que no queríamos contarte, es que hicimos un juramento que no nos íbamos a involucrar—recuerdo eso como si hubiera sido ayer, hace varios años, cuando nos hicimos amigos, yo propuse hacer un juramento que básicamente decía que no podíamos tener ningún tipo de relación amorosa entre nosotros.


 


 

—Ese trató ya no es válido, no ves que dije que nunca de los nunca me iba a meter con Donovan y venme aquí esperando a su retoño—Y como era de esperarse Morgan lanzo tremenda carcajada.


 

—Entonces tú y Caleb ya hicieron cositas—siento como me golpea con la almohada.


 

—¡Olivia!—ahora es mi turno de reírme.


 


 

Ya es de día por la tanto, toca instituto, Morgan me presta algo de ropa porque llegue sin nada, la charla de anoche me ayudó mucho a olvidarme un poco de mi situación, pero las palabras de mi madre siguen ahí, clavadas y sobre toda la mirada de dolor de mi padre, supongo que es algo que no superaré por un buen tiempo. Ya en el instituto observo como todos me miran y cuando lo hacen empiezan a murmurar, tendré baba seca en la cara y no me he dado cuenta, Morgan me mira igual de confundida, pero todo cobra sentido cuando llego al frente de mi casillero, donde hay pegada una imagen de una mujer embarazada, y dice felicidades Olivia, paro en seco y arranco el dibujo del casillero.



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En el texto hay: romace, polosopuestos, novela juvenil 18

Editado: 13.11.2024

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