Octubre 6, 2016
08:22
| Tyee |
Tiene hambre, mucha hambre. ¿Cuándo fue la última vez que comió? ¿Hoy por la mañana? ¿Ayer por la tarde? Se siente débil, siente que todo le pesa el doble de lo que recuerda.
Se mira al espejo. Siempre ha sido delgada, delgada y pequeña, no muy bonita, pero su reflejo en este instante lo es mucho menos. Ve sus costillas, sus piernas ni siquiera se juntan en el centro, su barbilla está verdaderamente puntiaguda y su cabello ya ni siquiera brilla. Paso de ser un naranja, a un sobrio color vino.
Abotona la sudadera y se obliga a dejar de mirar. Este es solo un mal momento, no una mala vida; se repite a sí misma. Sabe que en un tiempo más todo el sufrimiento y la pena habrán acabado. Él se recuperará, volverá y todos saldrán adelante juntos; una familia más pequeña pero igual de unida que antes.
Cuando llega al primer piso sonríe. Hay cosas malas en la vida, pero si dejamos de preocuparnos por ellas algunas veces, nos daríamos cuenta de todo lo bueno que nos rodea— Piensa. Él es una de esas cosas.
—¿Es tu nuevo Castillo? — Pregunta mirando la torre de legos que tiene sobre la sucia alfombra. Él sonríe y asiente.
—Aunque me siguen faltando piezas—Menciona, enseñándole que apenas y le alcanzaron para construir el primer piso.
—De seguro pronto conseguiremos más— Le anima ella y se sienta frente a él para reconstruir el castillo, hacerlo más pequeño y que de alguna forma, quepan las piezas.
La puerta se habré de pronto con un ruido molesto; esa puerta se está volviendo vieja. Por ella entran tres hombres sin ni siquiera tocar.
—¿Dónde está? —es lo primero que dice uno de ellos. En seguida les rodea el miedo y ninguno puede siquiera abrir la boca. Sin embargo, no es necesario, pues su padre aparece de pronto caminando a paso lento hacia el salón.
—¿Tienes lo prometido? — pregunta mirando a los ojos al que está en medio.
—La pregunta es si tú lo tienes.
Su padre apunta con la cabeza hasta el niño en el suelo. Enseguida el mayor, quien parecer ser quien manda de los tres les hace una ceña a sus compañeros, quienes enseguida captan la señal, se acercan hacia el niño y lo levantan por los brazos.
—¿Quiénes sois? — les pregunta despavoridos. —¡Déjenme!
El hombre mayor le entrega el hombre de la sala y sale de la habitación primero que todos.
—¿Que hacéis con él? — pregunta ella. —¿Dónde se lo llevan?
—¡Hey! ¡Suéltenme!
—¡Suéltenlo! — les grita.
La chica se pone de pie y corre tras el niño, pero uno de los hombres la golpea y la envía directo al suelo.
—¡Hey, no la toques! ¡Déjame ir!
—¡Dile que se detenga! — le pide a gritos a su padre. —¡No dejes que se lo lleven!
—¡Te encontrare, te lo prometo! — grita el niño mientras lo arrastran fuera de la casa.
—¡No! — Llora ella. Y se voltea de nuevo a ver al hombre con lágrimas en los ojos, pero el ya ni siquiera está.
—¡Déjenlo, no se lo lleven!
Vike siempre me dice: Tienes una orquesta como despertador, ¿Es que no la escuchas? Duh, chica. Por supuesto que la escucho, el problema es que la apago.
Tengo un sueño ligero y lleno de pesadillas, duermo menos de lo que estudio, y siempre tengo sueño. Y seamos sinceros, ¿Quién no se ha engañado un poquito a si misma con él, «cinco minutos más»? Cinco putos minutos más, Jesús. Y terminas despertando la semana siguiente. Con suerte.
Si pudiera decir una de mis cualidades especiales, sería poseer el don de despertar con ganas de seguir durmiendo.
Hay que ser valiente para cerrar los ojos después de apagar la alarma.
Por suerte —O mala suerte— yo tengo pesadillas. Pesadillas que me acompañan cada noche sin falta, no me dejan dormir del miedo a encontrármelas de nuevo cuando cierro los ojos, y cuando finalmente caigo rendida, simplemente ellas se encargan de despertarme. Es por eso que si siento la alarma, y la apago, porque si no me despertaron las pesadillas, significa que puedo dormir un poco más hasta que lo hagan.
Los pasillos se alargan, se hacen interminables mientras se burlan de mí y del seguro reto que me dará el señor Bring cuando llegue en el momento en que este cerrando la puerta. Se pondrá de furia e inventará ejercicios de sobra para hacerme salir a la pizarra y joderme la vida. Pero todo es mejor que quedar fuera. Todo. Me pregunto si correré nuevamente la misma suerte de fastidiar su malévolo plan de cerrarme su puerta en la cara y alcanzare a entrar a clase. No es que su clase sea la más entretenida, tampoco es mi favorita. No me gusta, ni, aunque sea un poquito, pero Microbiología integral precisamente es la materia que hace peligrar mi semestre. No tengo dinero de sobra y no puedo darme el lujo de reprobarlas.
Voy pasando una esquina cuando de pronto algo, o alguien choca con mí, la carpeta en mis manos sale disparada al cielo, abriéndose y echando a volar todas mis guías. Me preparo para el ridículo de darme de bruces contra una muralla, pero entonces la muralla hace un sonido y sé que en realidad es una persona. En los libros, siempre que chocan con alguien y ese alguien es un chico, es cuando entonces él las sostiene por la cintura para evitar que caigan, ambos se miran a los ojos y se dan cuenta de que sienten algo inexplicable. Eso es exactamente lo que NO me pasa a mí. Yo me doy de culo contra el suelo del tercer piso del complejo, reboto e incluso hago un embarazoso quejido que suena como un animal atropellado. Lo único que siento, es una rabia enorme. Aunque es un alivio saber que no fui tan estúpida, no es de lo más agradable encontrarme con el idiota que decidió jugar a los autitos chocones conmigo; menos aun cuando ese idiota es el mismo con el que dormí hace
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Editado: 05.11.2020