Noviembre 14, 2016
7:48 am
『 T Y E E 』
Otra vez me duele la cabeza. Me hace gracia que otra vez se deba a mi irresponsabilidad con el alcohol y las drogas. Mi boca sabe asquerosa, una terrible mezcla de vómitos, tabaco y polvo. Si, polvo. ¿Por qué carajos tengo polvo en la boca? Me rodea un aroma nauseabundo, no de humanidad, si no de descontrol.
No reconozco donde estoy acostada, pero lo que si se, es que estoy malditamente incomoda. Tengo las piernas dobladas y estas se me ha dormido hasta tal punto que las hormiguitas me hacen cosquillas. También estoy atada con el cinturón por todas partes y vestida con una sudadera que evidentemente no es mía, y no tengo mis zapatillas.
Me asusto un poco. Jodida mierda.
¿Y si estoy secuestrada?
Siento la respiración pesada dominar el ambiente, pero no levanto la cabeza ni me giro a mirarlo, porque temo un poco con quien voy a despertar esta vez, casi preparándome para salir huyendo. Me recorre esa estúpida paranoia de que me han encontrado, drogado, secuestrado, violado y ahora viene la parte en que me matan, o me llevan de vuelta a China. ¿Cuál es la más terrible? El que me lleven a ese maldito país, es sin duda peor que la muerte. En ese caso denme la pistola que yo misma jalo el gatillo.
Me desenredo de los cinturones con dificultad, puteando todo.
¿Segunda o tercera vez que me pasa esto dentro de estos dos meses? Comienzo a creer que solo quizá estoy perdiendo un poco el control. Al final me giro a mirar.
Esta sentado con la cabeza apoyada en el respaldo, durmiendo plácidamente aun cuando el sol le llega directamente a la cara. Su mandíbula puntiaguda apunta hacia el frente con una divina masculinidad, que su fina barba de un día acentúa. Es Kylan, y yo estoy de nuevo con él.
¿Por qué mierda estamos juntos otra vez?
Él no fue a la fiesta, debería encontrarse en su casa durmiendo plácidamente, no aquí conmigo. Lo observo un poco confundida. Viste su cazadora y unos simples vaqueros, la infaltable gorra de aquel equipo de Basquetbol y una botella de energética entre sus piernas. Solo entonces me doy cuenta de lo sedienta que estoy y de cuanto anhelo beber. La tentación me llama a quitársela, pero aquello seria meterme en territorio prohibido y personal —muy personal— y verdaderamente debo frenar la cercanía que estábamos accidentalmente provocando.
Yo no quiero tener nada que ver con él, ni él conmigo. Todo es muy simple. ¿Entonces porque no puede mantenerse así?
Respiro dos veces para mentalizarme en que no necesito beber nada y salgo del auto, cerrando despacio para no despertarlo.
Estamos en un cerro con vistas al despertar de la cuidad. El amanecer de Dublín es mucho más hermoso desde las alturas. Las calles esconden su basura y la cantidad de jóvenes que deben estar despertando igual o más desorientados que yo. Todo está tranquilo, en silencio. El paisaje hace honor a las características oficiales de un domingo, aburrido. El domingo es ese tipo de días que te produce sueño, cansancio y flojera de solo escuchar su nombre. No dan ganas de hacer nada, como si necesitaras energías para empezar la semana con el terrible lunes.
Pero de alguna forma esto me parece bien, hoy me gusta extrañamente, sobre todo porque el silencio es lo mejor para la borrachera. No tardo en sentarme sobre la tierra del costado de la carretera, busco en el bolsillo de mi pantalón la cajetilla, la que aún está ahí, pero tiene más apariencia de papel, que de caja. El cigarro se ha abierto, se ha desparramado y molido, no queda absolutamente nada de él y juro que estoy tentada a enrollarlo con cajetilla y fumarlo con cartón, etiqueta y todo.
Lo lanzó lejos antes de hacer una estupidez tan vergonzosa como esa.
Observo el sol tras las nubes y los pájaros que vuelan entre ellas a la distancia. El sol alumbra el final de los edificios, el comienzo de los parques, y la soledad de las calles le da un toque especial a la cuidad. Es sorprendente la magia de las alturas. Desde allí no ves los problemas o las preocupaciones, el pasado ni las historias de cada lugar, no ves el bien o el mal; solo la apariencia, lo superficial. Pasa lo mismo con las personas, desde fuera todo luce mejor.
Esto me hace sentir mejor. Los pensamientos se apaciguan, me dejan tranquila por un momento. Funciona mejor que la meditación que más de alguna vez intente probar, hace más efecto que el alcohol o las drogas que me he suministrado para borrarme.
El cielo me gusta, de día o de noche, nublado, lluvioso, oscuro o soleado. Me recuerda lo que en un tatuaje en mi espalda he intentado plasmar. Lo infinito. Igual que los sueños, lo inalcanzablemente deseable, aquello que te gustaría tener y que de alguna u otra forma hemos conseguido acercar. El cielo, el universo y los planetas nos han enseñado que no importa lo lejos que este se encuentre o lo imposible que parezca, para lograr tus sueños solo hace falta buscar el transporte que te ayude a alcanzarlos.
Es un método de hacer que todo se olvide. Debes encontrar lo que te gusta y aferrarte a ello.
— ¿Te encuentras bien? — su voz me sorprende y pego un gran salto.
— ¡Dios! Me has dado un susto de muerte— le chillo tomándome el pecho.
Hablamos en serio. ¿En qué momento salió? No sentí la puerta del auto, no lo sentí caminar, no lo esperaba. Incluso ya había olvidado que estaba aquí, en medio de la nada con don «Hooligans misterios» Su voz me arrebató la paz como un ladrón que roba joyas. En un momento la tienes, al otro, solo la vez alejarse de ti sin posibilidad de retorno.
—Y tú a mí. Pensé que te habías liberado de nuevo y estabas tratando de volar por algún sitio.
¿Que?
— ¿Que? — pregunto, aunque no sé si lo dije una o dos veces. — ¡Mi Dios, ¿Qué fue lo que hice?!
#5253 en Novela romántica
#594 en Thriller
amor romance y misterio, acción y peligros secretos, carreras clandestinas
Editado: 05.11.2020