Noviembre, 2016.
04:47 am
『 K Y L A N 』
Hago rugir el motor, la arena se levanta creando una nube de polvo que habría tapado a mi contrincante trasero, de haber tenido uno.
Puesto número veinte, aún no me lo puedo creer. Siempre iba delante, dos ligas por sobre los demás y ahora estoy como un principiante ricachón con auto de lujo intentando creerse chico malo. Y en último puesto. Tampoco es de demasiada importancia, no vengo aquí a recuperar el pasado, mi orgullo ni mi popularidad, solo quiero volver a hacer sentir viva esa parte que murió en mi cuando me aleje de lo que me gusta.
La chica parada en frente alza la bandera. La banderista mira a uno de los conductores en los autos más adelantes y se muerde el labio. Seguro se acuesta con el tío y ahora quiere que gane, después de todo significa dinero que ella también podría aprovechar. Una flamea, dos flameas, la gente grita, bandera abajo y autos al frente.
La chica se pone de lado al tiempo que todos arrancamos. Acelero hasta cien, uno, dos autos atrás. Vergüenza me daría ser uno de ellos y estar ya de los últimos. Tienen una joya de autos, los más caros y veloces, pero no saben cómo conducirlos y sacarles provecho, quedan estancados y hace fundir el motor antes de siquiera superen el lugar con el que partieron. Una pena.
Tres autos atrás, lugar número diecisiete; el chico dieciséis con un Chevrolet enchulado con estampillas se cruza en frente y tengo que desacelerar. De ser uno de esos novatos ya habría girado hacia un lado para evitar el choque, precisamente lo que él quiere para hacerme tocar la línea fluorescente y dejarme fuera. En cambio, yo freno y vuelvo a acelerar, ese es un truco viejo, yo lo usaba, es por eso que es imposible de que funcione conmigo. Avanzo por el centro de la pista para no darle tiempo a saber porque lado pienso pasarlo, dos segundos más tarde lo adelanto por la derecha y subo hasta los ciento cincuenta.
Dos Audi y un Camaros, puesto catorce y solo 3 kilómetros por delante. Cargo más el acelerador y esquivo algunos autos más. Dos autos delante de mí se colocan de acuerdo para no dejarme pasar. No ganaran ellos, y tampoco yo. Aún estoy en el lugar ocho, demasiado denigrante para permitírselo a mi orgullo. No es primera vez que veo este tipo de estrategias, que al final ni siquiera funcionan. Fingiendo que en realidad no quiero pasarlos, me sitúo justo en el medio.
Manteniéndose así solo lograran retrasarse. Yo no tengo nada que perder, pero ellos creen que sí. Así que se que es lo que va a suceder; el dilema del prisionero. Ambos están en la misma situación, pero ninguno de ellos sabe que es lo que va a hacer el otro. ¿Se traicionarán o seguirán hasta el final?
Tan solo unos segundos después él chico que conduce el auto de la izquierda comienza a flaquear su fuerza de voluntad, acelera y desciende la velocidad, probándose, retándome, intentando de que yo caiga en su juego. Por otro lado yo mantengo mi postura inquebrantable y dejo que sigamos avanzando a la misma velocidad sin que ninguno pueda obtener el mejor lugar. Un poco más de un kilómetro para la meta, y debo admitir que me sorprendo de ver que es el de la derecha quien aprieta acelerador y se sale de su puesto. Aprieto también el mío y lo sigo de cerca dejando a su compañero traicionado atrás no alcanzando a acelerar, condenado a quedarse en las tinieblas del octavo lugar. Para cuando el chico se da cuenta del error que cometió al dejarme pasar, yo ya he apretado a fondo el acelerador y lo supero en cosa de segundos para dejarlos a los dos en mi espejo retrovisor.
200 por hora y estoy en sexto lugar. Un Volkswagen es el último adversario que debo superar, que quiero superar. Al ver que me voy acercando, me ataca por él lado. Suelto un gruñido cuando siento que lo roza. Va a arrepentirse del maldito día que decidió entrar en este juego. Me apego más a la orilla, al límite de la calzada, a punto de salirme del perímetro y perder la carrera, y vuelvo a acelerar, solo entonces cuando lo dejo atrás y cruzamos la línea de meta, suelto él volante. No quería ganar, era mi plan realmente quedar en el quinto lugar, pero la rabia que me nace desde el interior me sube rápidamente cuando veo al chico número seis detenerse unos metros por delante de mí con una sonrisa en su rostro. Y no creo que el sentimiento sea en si por la rayadura en mi maldito auto nuevo, pero tampoco me molestaría usarlo como excusa para golpear un par de dientes.
Lo veo salir del auto con los brazos en alto hacia sus amigos, como si un sexto lugar fuera digno de admirar. Un poco patético para mi gusto.
Me bajo de mi auto, empuño las manos y me dirijo hacia su auto a paso firme. No se percata de mi hasta cuando ya le estoy encima, y entonces ya es demasiado tarde para alejarse. Frunce el ceño y su cara perpleja se le estanca en las facciones. Le agarro de la chaqueta y lo estampo contra su auto.
—¿Así que te gusta rayar pinturas? — le gruño.
No abre la boca, pero su mirada me lo dice todo. Nunca habría pensado que su adversario iba a tener el valor de salir de su auto y enfrentarlo de aquella forma, en frente de todos sus amigos. Aquí la mayoría son gallinas que se cobijaban tras las ventanas cuando ven que le superan en número. En los Begginers es común encontrarse con esta clase de niñatos, principiantes que creen que él mundo de las carreras clandestinas es un trabajo profesional y duradero. Solo hay ricachones bastante aburridos, con autos caros que no saben en qué ocuparlos y vienen a destrozarlos aquí. Todos ellos tienen el mismo patron de comportamiento violento, arremeten contra su propia vida con tal de llegar al primer puesto, pensando que eso los hará subir. Pero eso no pasa. No son solo carreras clandestinas, hay todo un mundo por detrás, gente que las controla y las mueve. Nadie sale de aquí si no tienes contactos que te hagan un lugar en la Meddium.
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Editado: 05.11.2020