Amor es solo una palabra, hasta que llega alguien para darle sentido.
Eso no era cierto. Amor es solo una palabra. Siempre lo ha sido, y así seguirá siendo. Una palabra. Cuatro letras, vacías, carentes de significado. Nadie en el mundo estaría dispuesto a sacrificarse por alguien por el simple hecho de que «lo ama».
El amor siempre significó fragilidad. Vulnerabilidad. Una estúpida sensación utilizada como pretexto para arriesgarlo todo por alguien. Sin medir la gravedad del asunto. Sin importar las consecuencias. Lo único importante es darlo todo por alguien, sin esperar a cambio más que un sentimiento recíproco.
Juré no volver a cometer ese error nunca. Jamás. No volver a depender de una emoción. No volver a la vulnerabilidad. No conocer la fragilidad. Hasta que te conocí.
Y por tu culpa, volví a caer en esas malditas redes. Volví a sentir ese cosquilleo en el estómago cada vez que te tenía cerca. A extrañar tu olor siempre que te ibas. A oír tu voz susurrar en mi oído. A ver el mundo en tus ojos. En tu cara. En tu sonrisa. Volví a necesitar. Volví a la vulnerabilidad. Volví a la fragilidad.
Volví a creer en el amor.
Y me pregunto qué habría pasado ese viernes si no hubiera mirado a mi derecha.
Qué sería de mi vida ahora si no hubiese aceptado tu juego.
Porque a veces, las cosas buenas en la vida no son más que el comienzo de las cosas malas.