No había luna y tampoco estrellas. Matías no recordaba cuánto tiempo había pasado desde la última vez que había visto un auto en la carretera. Dentro del vehículo tan solo se oía el suave ronroneo del motor.
Rodrigo iba con las manos en el volante y con la mirada fija en el camino. Matías por su parte, estaba reclinado en su asiento e intentaba conciliar el sueño. Una densa y fantasmagórica niebla había comenzado a formarse en el asfalto y ahora los rodeaba dificultando la visibilidad.
Bajo la sugestión que le produjo el paisaje pesadillesco, la niebla se fue infiltrando poco a poco en los sueños de Matías para dar forma a un mundo onírico que parecía no tener fin. En él, el periodista era acusado de fraude, era despedido, caía sumido en la pobreza o en las garras de las criaturas que él mismo había inventado para finalmente encontrarse cara a cara con la mismísima muerte.
Un reflejo del sol del amanecer lo salvó de su tormento y lo devolvió a la vigilia. Rodrigo bostezaba exhausto después de una larga noche conduciendo a baja velocidad. Ahora, que estaban llegando a Tucumán y la niebla se marchaba, cobraban forma ante sus ojos algunos autos a la distancia.
Los cultivos de caña de azúcar algo resecos se extendían a ambos lados del camino debajo de un cielo que hubiese sido digno de ser inmortalizado en la cámara del fotógrafo. Sin embargo, un rugido ensordecedor del estómago vacío de Rodrigo le advirtió a Matías que no podían detenerse en ese momento para sacar fotos puesto que sus provisiones se les habían terminado a las pocas horas de salir de Buenos Aires y esperaban poder llegar a su destino lo más pronto posible.
Los jóvenes habían sido asignados a cubrir la apertura de un nuevo spa inaugurado por la Estancia Santa Juana. Viviana Guzardo, la jefa de redacción de la revista para la que trabajaban, les había informado que había llegado a un acuerdo con el dueño del lugar que resultaba beneficioso para ambos. La revista brindaría buena publicidad al sitio, a cambio de sustanciosos descuentos en la materia prima que utilizaban para imprimir ya que el dueño también era propietario de una papelera.
Además de las tres noches de estadía disfrutando como los primeros huéspedes del lujoso complejo y de elaborar una nota turística para realzar el esplendor del sitio, ellos se encargaban de la columna paranormal de la revista. Guzardo le había exigido a Matías que aprovechara el viaje para encontrar algo relevante sobre el tema sin perjudicar de ninguna manera a la estancia. Incluso Matías pensó que podría hablar sobre la niebla fantasma si no conseguía algo mejor para enviarle a Viviana.
Sus noticias y las fotografías de su compañero de viaje, los había vuelto populares entre grupos de jóvenes y adolescentes apasionados con lo oculto que compraban la revista solo por ellos. Incluso el nombre Matías Álvarez había comenzado a estar en boca de algunos renombrados teóricos de las conspiraciones, famosos en las redes sociales.
Se detuvieron en una estación de servicio castigada por el tiempo para llenar el tanque del auto, despejar la mente y apaciguar un poco el hambre del fotógrafo. El lugar contaba con un pequeño y caluroso patio de comidas en donde Matías adquirió una gaseosa helada y Rodrigo un café con leche y unos sandwiches de miga para comer en el momento y compró también un salamín de campo y un queso de cabra que guardó en su mochila.
Continuaron con su viaje y llegaron a la estancia recién a media mañana. Allí los recibió el propietario del lugar, un hombre de pelo cano, quien se presentó como Ricardo Ariganelli.
El predio era asombroso por lo que Rodrigo aprovechó para tomar algunas fotografías de los caballos, del campo y de la enorme y lujosa casona que si bien conservaba el encanto de la época de la colonia, había sido adaptada para cubrir las necesidades de los huéspedes adinerados del siglo XXI.
Ariganelli los acompañó hasta su habitación. Cuando abrió la puerta, Matías se quedó boquiabierto. El lugar era sumamente lujoso y no solo en comparación a los económicos hospedajes a los que estaban acostumbrados, sino que realmente parecía la recámara de un magnate millonario.
Del techo alto y abovedado colgaba una lámpara antigua de cristal. Contaban además con un jacuzzi, una televisión que debería tener más de cincuenta pulgadas y un bar aprovisionado con costosas botellas que Matías jamás podría costear.
Lamentablemente, ante la mirada del joven el propietario le aclaró que cualquier consumición más allá de las tres comidas diarias que les habían prometido, deberían ser abonadas por ellos.
Matías no dejó que aquello lo desilusionara. Se sentía en la suite de un rey y pensaba aprovechar esos tres días para disfrutar al máximo de las comodidades que le ofrecían. En ese momento, sentía que amaba su empleo.
No fue difícil acostumbrarse a la buena vida ofrecida por el lugar. Matías logró con facilidad escribir desde el hidromasaje una reseña que hacía honor a las comodidades allí ofrecidas. Al terminar envió su producción directamente a Buenos Aires. Cerró la tapa de la notebook que reposaba sobre un banco de madera que había llevado hasta el tocador y se dedicó a disfrutar de un relajante baño con sales aromáticas.
Se cambió allí mismo y para no interrumpir el sueño de Rodrigo cuyos ronquidos se escuchaban al otro lado de la puerta, decidió que iría a hablar con algunos peones de la estancia. Así podría averiguar información del lugar que podría servirle para su columna paranormal.
A pesar de que intentaba justificar siempre la información que volcaba con fuentes y hechos reales, lo cierto era que los tiempos de publicación lo corrían y en ocasiones se veía obligado a tergiversar un poco la realidad.
Su caminata por los amplios pasillos hasta el exterior de la estancia se vio interrumpida por la presencia de una hermosa morena de unos dieciocho años quien lo detuvo educadamente.
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Editado: 14.08.2022