Pero Te ConocÍ...

3

Un nudo se me forma en la garganta cuando me detengo frente a la lápida negra que sobresale del blanco manto de nieve del suelo. Anca y Stella están dentro de la iglesia, tomando algunas fotografías para un álbum del cual me contaron en el trayecto de camino al lugar. Frunzo el ceño al ver el nombre de Emil pintado con letras blancas sobre la piedra negra junto con el de alguien más.

 

EMIL MÜLER      GAVRIL SUMER

1916                    09/1917

INFANTERIST – TRAINSSOLDAT

 

—La encontraste —su voz me sorprendió por la espalda, haciéndome brincar. Giro la cabeza en su dirección y noto la cercanía de nuestros rostros.

Emil mira fijamente la lápida, sin parpadear. Yo, en cambio, le doy un recorrido rápido a sus facciones. Su mandíbula se tensa, haciéndose notar. Se muerde el labio inferior sin despegar la mirada de la lápida.

—¿Eres tú? —Asiente—. ¿Y el otro nombre?

Una lágrima se desliza por su mejilla.

—¿No te suena?

Niego con la cabeza, confundido, frunciendo el ceño.

—¿Por qué tendría que sonarme ese nombre?

—Olvídalo. Aquí comienza tu aventura, Leo. Suerte.

Dicho eso, desaparece. Se desvanece en un abrir y cerrar de ojos. Miro hacia todos lados en busca de alguna señal de su presencia, pero no está. Así que centro mi mirada en esa piedra negra con su nombre y el de alguien más tallados en ella, haciendo que mi mente funcione para comenzar a hacerse preguntas.

¿Quién era Gavril Sumer y por qué está en el mismo lugar de Emil?

Me sobresalto cuando siento un par de manos tomarme de los hombros al darme cuenta de lo ensimismado que estaba en mi mundo. Me giro sobre mis talones en el mismo tiempo en el que pego el brinco y escucho las carcajadas de Anca y Stella.

Siento el calor subir por mis mejillas.

—¡No vuelvan a hacer eso! —Les reprendo y Anca le traduce a su amiga lo que acabo de decir—. Casi me da un infarto, les juro que sentí mi corazón detenerse como por cinco minutos…

—Eres muy dramático, Leo —responde Anca con los ojos llenos de lágrimas a causa de la risa.

Pongo los ojos en blanco y vuelvo a centrar mi mirada en la lápida que tengo justamente frente a mí. Me pongo de cuclillas frente a ella y, con las yemas de los dedos, recorro el borde negro de la lápida. La nieve que se ha quedado estancada en ella me enfría los dedos, congelándomelos. Miro detenidamente los nombres de las dos personas aquí enterradas y, con los dedos, recorro cada una de sus letras.

—¿Por qué ahí hay dos personas enterradas y en las demás solamente una? —Inquiere Stella en inglés, la miro por encima de mi hombro y noto lo pronunciado que tiene el ceño fruncido.

Y en cierto. ¿Por qué la tumba frente a nosotros es la única con dos personas dentro? ¿Por qué en las demás solamente hay una sola persona? ¿Eran hermanos? No creo, no tienen el mismo apellido. ¿Entonces? Vuelvo a mirar la lápida con el ceño fruncido, pestañeando, sin entender nada. ¿Es esa la persona que Emil quiere que le ayude a encontrar? Pero, ¿cómo encontrar a alguien que ya está muerto? Un escalofrío me recorre la espina dorsal y sé a qué se debe.

De pronto, mirando de reojo a mi costado, me encuentro a él en cuclillas.

—Las dudas comenzarán a asaltar tu mente, y deberás encontrar la respuesta a todo lo que pienses, Leo. Los recuerdos son un arma importante en todo esto, suerte.

—Pero…

Desapareció. No me dio tiempo a preguntar nada porque se esfumó con la brisa que nos azotó a todos en ese instante. ¿Qué habrá querido decir respecto a los recuerdos? ¿Recuerdos de qué? Cada vez entiendo menos todo esto. Ni siquiera sé por qué estoy ayudando a alguien que no conozco, y además a una fantasma que nadie ve. Seguramente es mi mente que me está haciendo sus jugadas.

Pero… Ahora que recuerdo, ¿por qué en el aeropuerto vi a un militar idéntico a Emil? ¿Era él? Sacudo la cabeza sacándome todos esos pensamientos cuando escucho la voz de Anca detrás de mí.

—Pero… ¿qué, Leo?

Me pongo de pie y alzo las cejas.

—¿Cómo?

—Dijiste “pero…” y te quedaste callado.

—¿Sí? No lo recuerdo —miento tratando de evadir el tema.

Una extraña sensación me invade el cuerpo. Me giro sobre mis talones para mirar a las chicas y abro los ojos con sorpresa cuando, detrás de ellas, todo aparece destruido. Pero frunzo el ceño, confundido, cuando noto que no es el mismo lugar donde estábamos. No. Los edificios están caídos, todo está en ruinas. El humo predomina en el espacio y los bultos de muchas personas en el suelo me corta la respiración.

Siento que todo se me paraliza, la visión se me emborrona y me tambaleo hacia atrás. Pero las manos de Anca y Stella me toman justo antes de caer directo en el suelo, y entonces todo vuelve a la normalidad. El cielo encapotado tal cual desde que llegué a Rumania. Los restos de la nieve del día anterior cubriendo ciertas lápidas y las expresiones de preocupación de mis acompañantes.




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