Perreador

Capítulo 8

La imagen de Nico que, a continuación se describe, es la de un hombre frustrado, desesperado, confundido, agobiado, cansado, exasperado e impotente, que comienza por aferrarse a su cabello y tirar vehementemente hasta ver materializado su esfuerzo en un puñado de cabellos castaños que se envuelven cual enredaderas entre sus delgados dedos, los pelos se pegan en el sudor de ambas palmas de sus manos. Continúa su pueril berrinche arrojando con gran fuerza el espejo al suelo, para luego, con una patada en la que arrastra su pie por el piso, hacer contacto con un par de fragmentos de cristal, lanzándolos lejos, viéndolos rebotar en el zoclo de la pared, para después hacerse añicos diminutos.

Aprieta los puños y se gira violentamente para los lados, de no ser porque su mirada no enfoca ningún punto en específico, se podría pensar que busca algo a su alrededor. Frena en seco su desesperado movimiento y se agacha en una sentadilla, manotea el suelo con ambas manos, y se levanta bruscamente sin tomar en cuenta que pueda lastimarse la columna vertebral, entrelaza sus dedos y pone sus manos en la nuca, gira la cabeza hacia ambos lados en movimiento circular, luego, por momentos, parece estarse calmando, pero es sólo un momento de vacilación antes de volver a separar sus dedos y apretar los puños, moviéndolos en una especie de temblor, mientras su boca deja escapar indescifrables sonidos guturales acompañados de algunas gesticulaciones que amenazan con desfigurar su rostro, con un poco de atención y quizás se alcanza a distinguir un «puta madre», quizás no, podría ser sólo la frase que más se asocie a su comportamiento. Deja escapar una especie de grito ronco y ahogado, patalea contra el suelo como si se estuviera liberando su zapato de caca embarrada, para seguir con un brinco. Repite una y otra vez la sencilla frase de «no, no, no, no, no». Se está volviendo loco. Hace un silencio, carga una enorme bocanada de aire hasta llenar sus pulmones, lo contiene por cuatro segundos y lo libera, dejando escapar un leve silbido, que parece que ahora sí se está calmando. Es otra ilusión, ya que vuelve a cerrar sus puños huesudos, levantando la vista al techo, repitiendo «¿por qué, por qué, por qué, por qué...?». Aprieta sus dientes, se va a convertir en Hulk, o al menos eso parece.

—¡Ya me cargó la chingada! —grita, ante la confusión de la chica que, seguro, ve en él a un enorme hombre verde con shorts morados—. ¿Cómo jodidos se te ocurre morirte encima del Perreador, maricón de mierda?

La chica pela los ojos del tamaño de unas pelotas, coge a Gina por los hombros y la sacude tratando de despertarla, le dice cosas en su idioma, le mira el rostro, buscando un dejo de vida en esos apagados ojos verdes. Es evidente que el pequeño cuerpo que yace en una posición indecorosa, y con escasas ropas al centro de la habitación, tiene menos vida que una roca.

La chica voltea a ver a Nico, que sigue maldiciendo, la situación se empieza a convertir en una locura, la chica sale de prisa de la habitación, camina hasta la cocina y regresa para echarle a Nico un vaso de agua en el rostro, éste lejos de calmarse, se sacude las mejillas con las manos, salpica el agua, se agacha, se quita un zapato y se lo lanza a la chica con intención de golpearle el rostro.

—¡Vieja puta, hija de la chingada!

La gran combinación entre los buenos reflejos de la chica y la mala puntería de Nico hacen que el zapato se estrelle contra la pared. La chica, al notar que Nico se inclina para sacarse el otro zapato, sale disparada del cuarto con el rostro despavorido, Nico sale también detrás de ella. Ésta, se alcanza a agachar cuando el zapato pasa volando, justo donde un segundo antes tenía la nuca, como si gracias a un espejo retrovisor hubiese advertido el zapatazo que se aproximaba.

El zapato se estrella en la puerta. Un ojo se mueve, para un lado y otro, desde el hoyo de la puerta del baño de visitas, tratando de observar algo del desquiciado espectáculo que se lleva a cabo afuera, ya que los gritos que provienen de afuera del baño hicieron despertar a Diego, quien se levantó de un salto, y asustado se asomó a ver qué sucedía.

—¿Qué pasa, Nico? —Pregunta Diego desde el baño.

—Esta vieja, que ya me tiene hasta la madre —contesta Nico, con voz ahogada—, me tiró un vaso con agua en la cara.

A través de la puerta, por el pequeño agujero de la cerradura, se alcanza a distinguir el sonido de la carcajada de Diego, sin saber que gran parte de la frustración de Nico no es sólo por el vaso de agua, sino por confirmar que Gina no respira, y por haber descubierto el polvo blanco sobre la charola del Perreador.

Se escucha el timbre, éste hace que Nico entre de nuevo en razón, afortunadamente, justo antes de que su metamorfosis lo transforme de Hulk a Chuck Norris. Ya de vuelta, en su estado de Bruce Banner, Nico respira hondo y le hace a la chica la señal de abrir la puerta. Ésta, en lugar de abrir, se asoma primero por la lente, voltea, levanta los hombros y gira la cabeza en negativa, diciéndole a Nico que no hay nadie detrás de la puerta, entonces Nico le insiste en que abra. La chica gira la perilla de la puerta, y ésta se abre, siendo empujada desde afuera, entonces, sin pedir autorización, entra un hombre pequeño, con su seguro y característico andar, diciendo con su grave y melódica voz de narrador de cuentos:

—¿Qué escándalo traen aquí? Se escucha hasta el pasillo.

Nico siente alivio al ver entrar a Chucho, olvidándose por un momento que, Pepe, su antiguo amigo de la primaria, está muerto, transformado en mujer y postrado justo encima de su amado invento.




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