Cada uno de los cinco es llevado a declarar, de uno por uno. Dorota fue la primera, después el padre de Nico, quien atestiguó sólo lo poco que alcanzó a ver en los pocos minutos que estuvo dentro del departamento, contó que acudió al llamado del administrador del edificio, contó que en la fiesta de donde venía, el coctel de nombramiento para presidente de su hijo Alberto, vio a Nico y a Diego, y si en todo caso, este par de jóvenes hubieran actuado extraño, se debe a que todo el tiempo actúan extraño, la muestra está en que no son muy bien aceptados entre los jóvenes de su generación, precisamente por extraños, y él, como padre, no tiene más remedio que ser sincero y aceptar que su hijo en ocasiones es un retraído, en algunas otras es muy amanerado. En cuanto a Diego, opinó sin duda, que es un holgazán, una sanguijuela que se la pasa pegado a su hijo, tratando de lograr lo que pueda de él.
Cuando toca el turno de Nico, éste cuenta su versión de los hechos, tal cual como la recuerda, la historia no difiere en mucho, más bien en casi nada, a lo que realmente sucedió, pero el tema de la chica muerta en una habitación de su departamento pasa a segundo plano, cada que tiene la oportunidad de enfatizar en lo que para él fuera una violación a sus derechos de propiedad intelectual, sacando a colación, cada tres minutos, que le hayan confiscado su invento, lo cual, al ver que el juez no le presta importancia a su reclamo, lo hace estallar de impotencia en un berrinche, tal como si tuviera tres años, comienza a llorar a grito abierto, durante todo el interrogatorio, por su aparato inmoral.
El más sensato y objetivo de los cinco ha sido Diego, al no exagerar nada de lo ocurrido, al no sacar sus frustraciones, sus complejos, sus corajes, ni sus orgullos, frente a los policías, a quienes nada de eso les importa, pero sí que se divierten, tal parece, en situaciones como esta, que el interrogatorio termina por convertirse en una comedia, o en una terapia de psicólogo, en la que mucho es provocado por el juez, con la única y lúdica finalidad de molestar a los detenidos.
La parte de Chucho se lleva el premio de la mañana, siendo la más divertida para todos los uniformados, arrancando, de vez en cuando, las risas del juez y del secretario, claro, sin hacer menos, ni restar lo emotivo y erótico de la participación de Dorota. En el interrogatorio, Chucho aprovecha cada oportunidad para hacer alusión a la experiencia sexual recién tenida con Dorota, más a manera de presunción que de cualquier otra cosa, se desvía de los detalles importantes, de la historia de la muerte de la chica, de la limpieza de la sangre de Diego en el suelo, de la indiferencia que prevaleció en todos a la hora de ponerse a ver el clásico de futbol, antes que reportar un deceso, con esa frialdad de sicópata, narra con orgullo, con énfasis y gran lujo de detalles, tanto la seducción, como su monólogo del enano guerrero de Tolkien, y para cerrar con broche de oro, culmina hablando de su coito, en una eyaculación precoz, agregando la pequeña mentira de haber derramado semen por todo el abdomen de la chica. Y para comprobar su historia, a las pruebas se remite, extiende su corto brazo, para tratar de alcanzar con sus dedos, cual trofeo de cacería, las fosas nasales del secretario, queriendo que éste, dando fe y legalidad, deje asentado en tinta negra, y adornado de adjetivos, en el reporte que levanta, que los dedos de Jesús Valladares Avilés, Alias «Chucho», apestan deliciosamente a camarón.
Al final de la averiguación, tras dos días de arraigo, además de los análisis forenses pertinentes hechos al cadáver, no se encuentra señal alguna de violencia, más que las marcas de latigazos propinados en los glúteos de Gina, así que se concluye que no se tienen las pruebas necesarias para pensar que se pudiera tratar de un homicidio. Los resultados de la autopsia dictaminan que el individuo que lleva por nombre José Luis González Tapia, a quien, como seña particular, se le ha etiquetado con el título de transexual, y a quien se le conocía también con los alias de «Pepe» y de «Gina», ha muerto por un paro cardiaco, producto de una sobredosis de cocaína que él mismo llevaba en su maleta desde Polonia. Declarando en completa libertad a los detenidos.
Para el veredicto, ayuda mucho que Dorota no hable español, de ese modo, se descarta la idea de que se hayan puesto de acuerdo para elaborar una historia en común, con respecto a la muerte de Gina.
A la salida de la agencia del ministerio público, se encuentra sentado en una sala de espera, pacientemente, Don Simón Rodríguez, a la espera de ver salir a los cinco. Les lleva un lote de camisetas, pantalones deportivos, y sandalias de plástico que compró en el primer Wal-Mart que se encontró de camino, todos los conjuntos son iguales, a excepción de la ropa que llevó para Chucho, una camiseta de Bob Esponja y unos zapatos tenis, cuya suela se enciende al caminar. A todos les toma unos cuantos segundos vestirse.
Al voltear, Alberto Garza ve a una pareja que camina en dirección a donde él se encuentra, advierte de quiénes se trata, es demasiado tarde para hacerse invisible, estos se encuentran ya a unos cuantos metros de distancia de él, se aproximan Socorro y José Gabriel, los padres de Pepe, con tristeza en sus rostros, vienen de reconocer el cuerpo de su hijo muerto. Se detienen vacilando entre si continuar caminando hacia la entrada y toparse con Nico y su padre, o si hacer tiempo fingiendo que piden informes en un módulo que les queda junto a ellos. El padre de Nico decide tomar la iniciativa y camina hacia ellos, a lo que Simón Rodríguez, adivinando a lo que se dirige su compadre, solidario, lo acompaña al encuentro de la pareja que, con la mirada confundida, permanece en silencio a la espera de lo que pueda decir el reconocido empresario, quien antes fuera vecino del barrio.