Se gira la perilla y se abre la puerta, entra Nico cargando una maleta de color rojo, detrás de él llega una chica escuálida, pálida, con un color de cabello rubio platinado que le resta contraste a su ser.
—Siéntete como en casa, Pepe, perdón, Gina, no me acostumbro.
—No hay problema, comprendo muy bien a lo que te refieres.
—Pero te diré, Gina, si te llamo Pepe es sólo porque lo sé, al verte no se te puede llamar de otra manera más que Gina.
Nico da unos pasos al frente y abre una habitación.
—Aquí tienes el cuarto de huéspedes.
—¡Wow, parece la suite presidencial!
—No es para tanto.
Nico apenas deja la maleta dentro de la habitación y le ofrece a Gina una visita guiada para conocer todas las habitaciones del departamento de lujo, excepto una. Al término del recorrido, ambos se sientan en un sofá a descansar un poco, tratan de ponerse al día contándose sus vidas. Nico se retira de la sala sin decir nada y vuelve sosteniendo una pequeña bolsa de papel en sus manos.
—¿Te puedo pedir un favor? —Pregunta Nico, mientras mete una de sus manos en la bolsa y comienza a sacar una pieza de tela.
—Claro.
—¿Podrías vestir esto, por favor? —Dice Nico, extendiendo una bata corta, con detalles japoneses, como un kimono, pero rabón.
—¡Vaya que sigues estando tan loco como siempre!
—Por favor —suplica Nico.
Gina accede a la petición y se retira al cuarto de huéspedes, vuelve a la sala con el mini kimono puesto, le sorprende no advertir la presencia de Nico en la habitación. Camina hacia la cocina y ahí no está Nico, se asoma a la lavandería y tampoco lo encuentra. Camina a la recámara de Nico y éste tampoco está ahí. Es sorprendida con un fuerte apretón de nalgas que la hace exaltarse, voltea y ahí está Nico, tiene puesta una máscara de marrano, que hace que Gina grite y brinque del susto. Nico se quita la máscara mostrando su rostro de satisfacción, no tanto por haber logrado asustar a Gina, sino por el recuerdo de la tela satinada en sus manos, resbalando sobre la piel tersa del trasero de Gina, que lleva puesta una tanga, y no se le sienten elásticos al tocarle las nalgas.
—¡Nico, no te conocía esas mañas!
—Nadie.
Nico la jala hacia él y trata de besarla, Gina no le corresponde.
—¿Ese es el costo de tu hospitalidad, Nicolás? —Dice Gina, con tristeza en su voz—. No me decepciones, Nico, por favor.
—Perdón.
—«Perdón» —Dice Gina remedando a Nico—. Voy a ver qué tienes para preparar la cena.
Se escucha el timbre del teléfono y Nico camina hasta la mesa del recibidor para tomar la llamada. Antes de llegar voltea hacia Gina y pregunta:
—¿En serio, no crees que haya oportunidad de algo más al rato?
—Ya veremos, primero toma tu llamada.
Nico descuelga el auricular y se lo pone en el oído.
—¿Sí?
—Hola, mi estimado amigo, el mejor de todos, compadre, colega, compañero de vida, quien no claudica en la inalcanzable búsqueda del bien común, mi confidente, mi amigo en las buenas y en las malas...
—Ya, Diego...
Monterrey, México, 2 de agosto de 2012.