Dicen que la noche es joven, que los viejos somos nosotros, porque siempre terminamos todos apachurrados entre dolores y sabores que el tiempo se encargara de echarnos en cara. ¡Y es cierto!
La noche dura lo que una eternidad duraría para un simple corazón excitado, claro, siempre y cuando tus ojos estén cerrados. Tantas cosas trágicas que pueden ocurrir en una noche fría y, tantas cosas increíbles también pueden acontecer en una noche cálida. Somos el resultado de las decisiones que tomamos y a veces tomamos las decisiones de forma impulsiva. ¡Así tome el alcohol esa noche!
Regresamos a casa a las tres de la mañana. Emilio insistió en quedarse a dormir en mi habitación, que porque le dio miedo que su madre se infartara por verlo llegar a tan alta hora de la noche y en un estado sumamente moderado de ebriedad. Mi amigo, sabia controlarse con el alcohol en la sangre.
—¿Qué te pareció todo?
—Estuvo padre —respondí—, me gustó estar en un ambiente que nunca había experimentado. ¡Gracias por llevarme! ¡Estuvo suave!
Me gusto verlo sonreír.
Las luces que escurrían por las paredes de mi habitación eran las únicas que tenían derecho a brillar como estrellas adentro de mi mundo. Cepillé mis dientes, me puse la ropa para dormir, le preparé unas cobijas a Emilio mientras el orinaba.
No era la primera vez que él dormía aquí y, supongo que tampoco sería la última.
***
Al día siguiente, todo parecía ir normal en la escuela. Como era costumbre, las clases iban súper aburridas, el receso transcurrió de forma bastante normal y, parecía que hoy así sería mi estancia en la escuela, salvo que, ocurrió algo inesperado. ¿Inesperado?
El amor también puede ser inesperado y entonces tu cara se llenaría de rubor. ¿Has sentido ese sentimiento del que te hablo?
¡Ya sé! Pues esa mañana inicio algo en lo que podría decir, se vio envuelto mi corazón. Dentro de mi casillero, encontré un sobre de papel con el borde remarcado en colores azul y rojo. Al abrirlo descubrí que no había carta o mensaje alguno que yo pudiera leer.
¡Te lo pido! Escríbeme algo antes de que sea tarde.
Esa era la frase que tenía escrita en el borde trasero, con tinta negra y una letra manuscrita.
—Encontré esto en mi casillero —le dije a Emilio mientras él manejaba de regreso a casa.
Emilio iba silbando al ritmo de la canción de Mumford & Sons que sonaba desde su estéreo. Arqueó una ceja al ver el sobre.
—¿Una carta de amor? —Preguntó con asombro.
—Más bien, un sobre de carta vacío.
—¿Enserio?
—Sí. Solo dice, "¡Te lo pido! Escríbeme antes de que sea tarde".
Él seguía silbando la canción.
—¿Tienes alguna idea de quién pudo dejarlo en tu correspondencia? —Su pregunta parecía ser muy necesaria a la situación.
Me puse a pensar por algunos segundos. Realmente, no había dedicado tiempo a pensar en ello.
—La verdad es que no tengo ni la menor idea de quién pudo dejar esto en mi casillero. Tal vez se equivocaron —me encogí de hombros.
—Puede ser, sí. O tal vez no.
—¿Tú crees?
—Pues, pudiera ser que tal vez si es para ti.
Su suposición hizo estremecer a mi corazón.
—¡Quien sabe!
Hubo un silencio breve al ritmo del silbido de mi amigo.
—¿Qué harás con el sobre?
—Nada. Solo lo guardare y ya.
Asintió.
Al llegar a casa y encerrarme en mi habitación, subí el volumen a la música desde mi ordenador. Revisé mi blog en Tumblr y descubrí que tenía nuevos seguidores. Actualicé mi catálogo de fotografías y terminé vendiendo un par de imágenes sobre atardeceres.
Mientras tecleaba un mensaje para Emilio, un hilo rojo comenzó a escurrir desde mi nariz. Tome un poco de papel higiénico y trate de disminuir la hemorragia, pero no pude.
Abandoné mi escritorio y fui al sanitario. Abrí la llave del lavabo y no dude en mojarme la cara por completo. El agua estaba fría y la sangre comenzaba a escurrirse por toda la porcelana blanca. Cuando salí del baño, los soplidos del aire me golpearon en la cara. Mi ventana estaba abierta y en la cubierta de mi escritorio, encontré una fotografía impresa de mi catálogo —una de las fotos que recién había vendido—, con unas letras escritas en marcador azul.
Decía:
"Los atardeceres son la prueba de que el romanticismo aún existe"
Mi curiosidad aumento más en ese instante. Emilio no tardó en llegar para que le ayudara con su tarea de química. ¡Escondí la foto!
Aquella tarde se me paso volando y admito que, mi cabeza, junto a mi pensar, no dejaban de sacar conclusiones sobre quién pudo haber dejado el sobre de carta y la fotografía.
Es curioso que la imaginación nos pueda llevar a pensar en muchas suposiciones de las cuales, tal vez ninguna sea la correcta.
Esa tarde también, mi madre regreso de su viaje que hizo para arreglar algunos asuntos de la compañía. Papá, bueno, él no regreso a casa, pero seguramente estaba en un hotel de la Ciudad de México, cenando un buen platillo de camarones con un buen trago de cerveza de cebada. ¿Y yo? ¿Dónde me quedaba yo?
Mi corazón ya estaba acostumbrado a la ausencia de mis padres. La mayor parte del tiempo, mi casa estaba solitaria y fría. La soledad era la cereza de mi pastel y, Emilio era quien siempre prefería comerse la cereza de mi pastel.
***
Al día siguiente, al terminar la clase del señor Roberto, caminé hasta la cafetería a comprar un sándwich de queso de puerco y un jugo de manzana. Terminé yendo como de costumbre cerca del campo de futbol a sentarme en las gradas. Desde que entré a la prepa, me gustaba esperar a Emilio en ese lugar.
El clima era normal, yo tenía un libro abierto entre mis rodillas. Era chido el poder escapar un instante de la realidad con la imaginación y así, el almuerzo me resultaba más delicioso.
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Editado: 14.02.2024