Piedras Preciosas - Volumen I

Capítulo I: Oportunidades.

Esmeralda

Me levanto sintiendo un gran vacío en mi interior.

Escucho que llaman a la puerta; son mis colegas que vienen a avisarme que todo está listo. Pido un momento para darme un baño y luego vestirme. Tomo el cuadro con la fotografía de tía Gloria y dejo un beso en el pequeño altar que tengo con la foto de mi difunta abuela antes de salir de la habitación.

Hace poco se cumplieron dos años desde mi llegada a este lugar, y a su vez, perdí a la segunda persona que me acompañaba. Sentir que con la partida de tía Gloria había quedado totalmente sola era una mentira, pero si decir que me sentía sola me quedaba corto con el gran sentimiento que cargaba en ese momento.

Suspiro cuando veo en la entrada del pequeño departamento que rentaba a varias señoras y chicas con las que trabajaba. Ellas eran mi única compañía. Todas se acercan a darme su pésame para luego salir de allí y encaminarnos hasta el cementerio en el que sepultaré a la mujer que me enseñó muchas cosas, a quien debo agradecer estar donde estoy ahora, no tan perdida como estaba antes.

La ceremonia se lleva a cabo y poco a poco recibo el pésame de toda la gente que asistió. Pronto me quedo sola, viendo cómo los encargados tapan el féretro con tierra. No era muy creyente, pero en memoria de mi tía rezo. Rezo por su alma y por el bonito reencuentro que tendrá con mi abuela para tomarse el descanso que realmente se merecen.

Mis lágrimas se asoman. Cómo desearía haberles podido ofrecer esa paz en vida. Cómo me hubiese gustado poder hacer más por ellas cuando estaban a mi lado. Doy las gracias a los trabajadores y les entrego algo de dinero. Ellos fueron los últimos en retirarse, fueron quienes me dejaron en soledad con mis pensamientos, con mis metas silenciosas, con mis pesares.

— Están descansando -, dice una voz a mis espaldas mientras limpio mis lágrimas y ella avanza hasta mí. Me sorprende verla en aquel lúgubre lugar.

— Madame Gema -, me levanto y me acerco a saludarla. Ella me da un cariñoso abrazo y me entrega un arreglo floral. - Gracias, no era necesario que viniera hasta aquí -, niego con la cabeza.

— Por supuesto que debía venir. Gloria era más que una simple empleada; era una amiga fiel -, sonrío. - Nunca las traté como empleadas, tú sabes cómo es esta vida. Las personas van y vienen, más aún si tienes dinero, pero cuando caes en desgracia son pocas las personas que se mantienen a tu lado, y tus dos cuidadoras tenían esos modos -, sus palabras realmente me consuelan. - Ellas te hacían sentir en familia -, asiento.

— Ellas siempre fueron únicas. Sin las dos, no sabría decirle dónde estaría yo -, suelto un suspiro y me permito ser vulnerable por un minuto. - Sin ellas, me siento incompleta. El vacío que dejó mi abuela lo complementa la partida de tía Gloria. -

— Te puedo entender -, toma mi mano y me mira. - Hubo un momento en mi vida en el que me sentí como tú, vacía, sin saber qué hacer, sin nadie más que mi propia soledad. Pero no es lo peor -, asiento. - Créeme, no es lo peor que puede pasar. - Nos quedamos allí un momento, apoyadas en un mausoleo, observando cómo la gente va y viene. Creo que ella está tan perdida como yo.

Mientras que yo, solo me replanteo las cosas. ¿Qué haría? ¿Dónde iría ahora? Mis ahorros no son suficientes para irme a Nueva York, esa es mi meta. El trabajo ya no será lo mismo, pero volver a México jamás, repito jamás, será una opción.

En los dos años que llevo en este país, me basta saber que, sin un ahorro necesario o un trabajo estable, en poco tiempo terminaré en la calle, sin nada más que hacer que vivir de las limosnas o practicar otro tipo de profesión. Pero tía Gloria siempre dijo que no tenía la paciencia suficiente para ser acompañante. Me carcajeo, llamando la atención de mi compañera.

Pocos minutos después de mi arrebato, caminábamos hacia la salida del lugar. Un hombre me detuvo para que finiquitara un par de problemas, y Madame Gema se ofreció a esperarme. Ella fue quien me llevó de regreso al lugar donde vivía, allí nos despedimos. Ella me pidió que la visitara en estos días para hablar del trabajo que seguiría haciendo en su local, pero también me aconsejó tomarme unos días para descansar.

— Toma -, dijo, entregándome un colorido folleto. - Sé que no es el momento, sé que te sientes en un agujero del que no se sale fácilmente, pero esto -, afirmó, tomando mi mano y dejando el papel, - puede darte la oportunidad que estabas esperando -. Asentí y me despedí de la mujer.

Apenas entré en la casa, dejé todo sobre la mesa y me fui a mi habitación. Tenía un permiso de una semana y simplemente me dedicaría a existir, aunque eso no fuera lo que quisiera en este momento. Cerré los ojos y me obligué a descansar, me obligué a no llorar como lo había hecho días anteriores.

En los días venideros, me dediqué a hacer lo que tía Gloria había pedido: doné su ropa, exceptuando algunos recuerdos que llevaría conmigo, así como hacía con la pequeña caja que guardaba de mi abuela. Suspiré cuando terminé; estaba cansada. El pequeño apartamento, que en un momento comenzó a hacérseme pequeño a las tres, ahora era muy grande para mí.

El domingo, muy temprano por la mañana, mi jefe me llamó. Necesitaba con urgencia una cocinera para un trabajo especial. Era dinero que no podía dejar pasar, después de todo, lo único que me habían dejado había servido para los arreglos fúnebres. Rápidamente, me di un baño y tomé mi ropa de trabajo. Con un poco de tiempo, salí a tomar la locomoción y antes de las 11 de la mañana ya estaba trabajando.

La cocina de esta casa era espectacular, todo muy grande, todo muy nuevo, como se notaba que nadie la ocupaba. Antes de juzgar, recordé que eran personas que me estaban dando trabajo por un día, agradecí en silencio y me coloqué a hacer mis tareas. Se suponía que esto era una fiesta de compromiso, pero luego entendí que nada era lo que parecía.



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En el texto hay: mafia, matrimonio, diferenciadeedad

Editado: 05.03.2024

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