Esmeralda
La noche, hasta el momento, había sido de ensueños. Íker, quien había sido mi pareja, se había comportado como un caballero. Habíamos congeniado muy bien; ninguno de los dos era muy bueno para hablar, lo que me hacía sentir cómoda. Incluso me había dejado conducir su carro, un hermoso deportivo negro de dos puertas que solo había visto en imágenes.
En ese momento, me había invitado a tomar un café en la villa en la que se estaba quedando. Claro que sabíamos a qué íbamos, pero que todo fuera tan cordial como una cita real era una de las mejores cosas de todo esto.
Aunque estaba inquieta, su tranquilidad, su mirada sobre mí, su cuidado y, para qué decir de su atractivo, era un maldito dios. Me gustaba su físico. Había probado besos de otros labios, pero jamás me habían besado de esa forma. Sí, era virgen, pero había probado besos de otros labios. Jamás sentí que me devoraban, invitaban a pecar.
Reí sin querer, y él se quedó mirándome. Sus ojos buscaban alguna explicación y solo se me salió decir que estaba algo nerviosa. Cuando llegamos a su hotel, me di cuenta de que todo era muy exclusivo. Pasamos directo a la villa en la que se estaba quedando. Me sorprendió ver todo tan arreglado y bien decorado; era la magia de los hoteles caros.
Apenas entramos, me ofreció algo de café, acepté, pero en mi mente buscaba otra cosa. En mi mente quería probar, y si era con él, qué mejor regalo. La Navidad estaba a unos días, ¿por qué no regalarme semejante semental en la cama? Mordí mi labio inferior y actué.
Me quité su saco, ya que me lo había dado para que no sintiera frío. Dejé mi pequeña cartera junto a él y luego caminé despacio hasta donde él esperaba que la cafetera estuviera lista. El vestido de tiras me daba una ventaja. Me quedé viéndolo de espaldas; era gigante para mi estatura. Sonreí maliciosa. En los últimos días, había visto algunos videos y me encantaría cumplir algunas fantasías con él.
De pronto, se dio media vuelta y yo quedé estática. En sus ojos había un brillo, eso me derritió. Me afirmé en el pequeño desayunador que allí había y mordí mi labio. Sabía que eso lo provocaba. Y antes de que pudiera decir algo, sus manos recorrían mi cintura, subiendo por mi brazo para apartar el cabello de mi cuello de esa forma, sin dejar una porción de mi cuerpo sin besar. Eso me estremeció por completo. Cerré los ojos, disfrutando del momento y de su aroma; era exquisito.
Levanté las manos y deslicé las pequeñas tiras del vestido hacia afuera, provocando que este cayera al suelo, dejándome solo en bragas. Quería algo pasional y fue lo que me dio. Ese hombre me tomó entre sus brazos y besó mis labios como si quisiera marcarme, aunque sabía que lo estaba haciendo. Me sentó en la encimera y poco a poco fue abandonando mis labios, dejando un recorrido de besos y lamidas por mi cuerpo, algo que poco a poco fue subiendo de tono.
Consintió mis senos, se sació de ellos y luego deslizó su mano desde mis pechos hasta el borde de mi braga. "Disfruta", dijo, y me recosté sobre la encimera, mientras él sacaba su camisa y acomodaba mis piernas sobre el mismo mueble.
Con su lengua hizo un camino desde mi rodilla, pasando por la parte de adentro de mi muslo, hasta mi centro, donde suavemente deslizó la lengua por sobre la braga, dándose cuenta de lo excitada que podía estar, de lo húmeda que me ponía.
Tiró de mi ropa interior y cerré los ojos automáticamente, sintiendo cómo con suaves lamidas y un jugueteo con mi botón de placer me tenían al borde del colapso. Todo comenzó con un cosquilleo, luego era algo más profundo, algo que le daba calor a todo mi cuerpo y de pronto una ola de calor mezclado con placer llenaron mi vientre, mis gemidos poco a poco se hicieron presentes en el lugar, en donde solo los dos estábamos.
— Eres exquisita, dame todo de ti -, balbuceó, mientras mi orgasmo se alargaba y su lengua no paraba de saborearme. – Necesito más –, dijo mientras me tomaba en brazos y me llevaba a su recámara, allí me dejó sobre la cama, recuperándome del primer orgasmo.
Se desvistió y no pude evitar sonreír; su cuerpo trabajado era el sueño de cualquiera. Volví a morderme el labio y sonreí.
— ¡Oh, pequeña bambina! - Su acento me volvía loca. - No muerdas tu labio de esa forma. Me obligarán a usar la fuerza, y tú aún no estás preparada -. Desnudo, se subió sobre mí y me volvió a besar. — Eres lo más increíble que he encontrado en mi vida —, murmuró.
— Y tú un puto dios que quiero sentir —, su sonrisa ladina me dijo que pronto lo haría.
Volvió a consentir mi cuerpo, pero esta vez me subió sobre él, dándome algunas indicaciones. Me encantaba la forma en que me trataba. Se notaba que no quería que sufriera ni que sintiera dolor; él solo quería darme placer. Por lo que seguí sus indicaciones y me acomodé sobre él. Mi centro aún palpitaba, y poco a poco mis pliegues se fueron abriendo para que su miembro entrara, ayudado con movimientos circulares.
No puedo negar que me asusté cuando sentí que un líquido corría, pero él solo volvió a besarme, y así poco a poco el pequeño dolor se convirtió en placer. Los orgasmos eran continuos, mientras que él se dedicaba a consentir cada centímetro de mi piel, yo hacía lo posible por acomodarme a su tamaño y no llegar al relajo máximo.
Me acomodé sobre una almohada, dejando mi trasero a su merced. Se colocó tras de mí y con cuidado fue entrando, mis pliegues ya se habían acostumbrado. De hecho, sentía que no podían más. Cada vez que entraba en mí, sus movimientos me dejaban hipnotizada. Sus besos por mi espalda, acompañados de sus lentas, pero brutales, embestidas, fueron llevándome a un orgasmo aún más potente. Esta vez, de pronto, sus movimientos bruscos cayeron sobre mí, mientras disfrutaba de mi orgasmo, él disfrutó del suyo. Eso fue genial.
Nos acostamos en la cama, y por primera vez en mi vida sentí la posesividad de un hombre. Él me buscó en la cama y pegó su pecho a mi espalda. Mientras dormitaba, acariciaba mi cabello y decía cuánto le gustaba y cuál fue su impresión al verme por primera vez. Si hubiera estado de pie, necesitaría donde sentarme. Sus palabras me derretían, y en ese momento me permití relajarme por un minuto, disfrutar de sus caricias, de su atención, sus suaves besos, que poco a poco me fueron durmiendo.