Iker Denaro
Un escalofrío recorrió mi espalda; estaba en la gloria. Me había encantado todo: sus formas, su sutil belleza y esa fuerza que era evidente. Había temido por algunos momentos, había dudado en decirle o no mis planes. Le había confesado que buscaba una esposa, pero al ver la cara que había puesto, me pareció imposible contarle mis planes y que ella aceptara sin rechistar. Solté un suspiro y me acomodé abrazándola. Pocas veces me había sentido bien compartiendo mi cama con una mujer, pero esta vez la sentí y la viví de manera diferente. Ella era mi mujer, y tendría que acostumbrarme.
Mil veces me pregunté qué diría mi familia, mil veces me pregunté si estaba bien lo que estaba haciendo, pero aún no había respuestas para estas preguntas. Esmeralda era una mujer que a kilómetros se veía que era capaz de sobrevivir a un suceso como este. Incluso presentía que me perdonaría. Aun así, no creía que fuera a aceptar irse conmigo de buenas a primeras, más aún si le confesaba que estábamos casados sin su consentimiento.
– Prometo darte la vida que te mereces – dije mientras la veía – prometo que, si me pides un matrimonio en grande, lo haré. No repararé en gastos; te bañaré en oro si es necesario – solté un suspiro.
Me levanté y la vi dormir. Se veía hermosa. No podía apartar mis ojos de ella. Me sorprendió el manejo que tiene para desenvolverse en cualquier lugar, lo despreocupada que estaba. Aunque los dos estábamos nerviosos, pasó, y ella dio el primer paso, digo si eso no es algo, estaré muy loco.
Me levanté y me di una ducha rápida. Llamé a mi hermano para saber cómo estaba, pero su móvil fue al buzón. Puede que esté durmiendo o de fiesta. Al final, decidí ponerme en contacto con el abogado, quien me aseguró que todo estaba en regla y que por la mañana estaría todo inscrito. Legalmente, estaría casado con Esmeralda.
Tomé su ropa y la dejé en un sillón en la habitación mientras yo me hacía cargo de los preparativos para el viaje. Seguro necesitaría algo de ropa, pero el servicio de hotel no incluye esto. Cuando me notificaron que el equipo de seguridad ya tenía todo bajo control y teníamos hora de salida en avión privado, me di el tiempo de ir a ver cómo seguía mi ahora esposa.
Entré en la habitación, pero ella no estaba. Seguí la luz que venía del baño y allí la escuché tararear algo. Le notifiqué que saldría por un momento y ella estuvo de acuerdo. Dejé una bandeja con algo para que comiera y luego salí de allí. Cerré los ojos y con miedo, inseguridad y muchas otras cosas, pasé la llave a la puerta.
Me cuestioné esa decisión durante todo el recorrido que hice por la tienda. Y si quiere salir de la habitación, no la conozco, pero cualquiera reaccionaría a la defensiva si le hicieran algo así con su persona. Luego de hacer las compras, me devolví rápidamente al hotel.
Mis hombres estaban esperando en la entrada principal. Pasé directo a la villa, y cuando estuve dentro, dos de los que se habían quedado cuidando a mi esposa se me acercaron, nerviosos, me contaron que ella había estado tratando de abrir la puerta, pero no lo logró. Luego que se había metido en el baño y no había salido.
— Revisamos por fuera y está muy alta como para saltar, sin contar que la ventanilla es de 20x10, jefe – dijo uno que traía una Tablet en las manos – luego de eso no se sintieron ruidos. Uno de los chicos se quedó fuera de la habitación, por si acaso. No gritó, eso nos sorprendió, pero fuera de eso, nada más.
— Está bien. Entraré. Debo explicarle algunas cosas. Por favor, recojan sus cosas en menos de una hora. Salimos de aquí. — Todos asintieron y se fueron a sus tareas.
Algo nervioso, tomé la llave y fui hasta la habitación. Abrí y todo estaba silencioso y oscuro. La luz no la había encendido, la televisión se mantenía apagada, pero la puerta del baño estaba cerrada. Suspiré. Puede que haya entrado en pánico, puede que esté asustada. Lo peor que me podría pasar es que me tema. Eso no lo podría soportar.
Caminé con lentitud hasta la puerta cerrada y, como si fuera aire, tomé valor.
— Esmeralda — llamé, pero nadie contestó. — Esmeralda, ¿puedes salir? — Volví a tocar y no contestó. Me acomodé en una silla junto a la puerta. No sabía qué decir, necesitaba explicar, sabía que estaría asustada. — Mira, sé que de la puerta cerrada, pero era solo hasta que volviera. La verdad es que no he sido completamente sincero contigo. Temprano te confesé que estaba aquí buscando una esposa, por eso asistí a la subasta. — Estaba perdiendo la paciencia; parecía que hablaba con una pared. — Esmeralda, ¿puedes salir? — Pegué mi oído a la puerta y no se escuchaba nada.
Miré la hora, ya eran cerca de las 5 de la mañana. Se suponía que a esta hora deberíamos estar volviendo.
— ¡Esmeralda! —Dije fuerte y, al no recibir respuesta, pateé la puerta, está, débil, se abrió casi de inmediato. Allí no había nadie. Ella no estaba. Salí gritando a todos lados; los chicos de seguridad llegaron de inmediato.— ¡No está, ella desapareció! — Dije, serio, lleno de rabia. — Búsquenla, rastreenla, pidan ayuda al hotel. ¡Que alguien me consiga las grabaciones de las cámaras de seguridad! —Todos corrían y solo un hombre se quedó a mi lado.
Pero, ¿cómo era posible? ¿Por dónde salió? Pronto el gerente del hotel se hizo presente. Él me pasó su Tablet, allí podía ver que una chica del servicio había abierto la puerta del baño para cambiar toallas y Esmeralda había salido.
Por fuera de las instalaciones del hotel, se apreciaba apurada avanzando por la calle, hasta que en una esquina se abrazó a alguien y de pronto se perdió en un callejón. Grité de la rabia; mi cabeza amenazaba con explotar. Necesitaba buscarla; era mi esposa.
— Gema — dije en voz alta — ella debe saber. Suspiré y traté de calmarme. — Recojan todo, y los que no vienen conmigo, que nos esperen en el aeropuerto. De todas formas, saldremos de la ciudad hoy mismo —.