Esmeralda
Iker se había ido el día anterior a Italia. No lo acompañé porque quería tiempo para mí. Quería pensar durante algunos días. Además, el evento de Zafiro estaba a solo días, y jamás habíamos faltado a uno. Eso me dejaba tranquila. Solo quería que todo saliera bien. Estaba ordenando y viendo el cambio del menú para este año cuando sentí que la puerta del local estaba abierta.
– Aún no abrimos al público – dije en voz alta – Disculpe.
Me quedé en silencio, pero no escuché cuando la puerta de salida fue abierta para que quien haya entrado saliera. Me di vuelta para verificar de quién se trataba y no lo podía creer - ¡TÚ! – grité.
– ¡TÚ! – gritó de vuelta y abrió sus brazos para que yo saltara hacia ellos, y eso hice. – ¿Cómo estás, preciosa? – escondí mi rostro en su cuello. Hacía tiempo que no lo veía y creo que esto me hacía falta.
– ¡Bastardo! ¿Cómo no avisaste que venías? ¿Sabes cuán preocupadas habíamos estado? No habías dado señales – reclamé, pero sin soltarlo.
Darío había aparecido. Él no nos visitaba hacía tiempo, desde la última vez que se fue a Afganistán. Suspiré cuando lo vi mejor que la última vez. Este gran hombre apareció en nuestra vida, apenas abrimos el restaurante. Su tropa, porque en esos años estaba en el ejército y por lo que ahora nos cuenta, dejó eso atrás, fueron nuestros primeros clientes. De hecho, gracias a ellos recibimos gran atención de los periódicos y algunas personas en internet.
Lamentablemente, luego de que la tropa volviera cada 4 meses, hace un año nos enteramos de que de los 7 hombres solo dos vivían, ya que habían sido víctimas de un ataque explosivo cuando estaban en misión por Afganistán. Y desde ese entonces que perdimos el rastro de los chicos. Hace seis meses supimos que el compañero de Darío se había suicidado y luego él desapareció. No dio señales por 8 largos meses.
Ahora nos explicaba que había estado en control de ira y que se había alejado un poco de la gente, ya que sus ataques de pánico eran muy seguidos. Lo entendíamos y no porque no supiéramos de él, nos íbamos a olvidar de todo, o lo íbamos a dejar de querer.
El día transcurrió rápido, entre un buen almuerzo, una salida al campo de tiro y otra al médico. Bueno, fui yo quien acompañó a Darío al médico. Siempre tuvimos buena comunicación y, sinceramente, lo sentía como un hermano. Él me había tratado mejor que mis hermanos. Me había acompañado más que cualquier persona, incluso que las chicas. A decir verdad, Rubí y Darío eran mis mejores amigos.
– Tú no deberías estar en el restaurante – sugirió mientras esperábamos que lo llamaran. – ¿Cómo funciona sin la chef principal? – sonreí.
– Entrene a algunas personas. Ha pasado mucho desde la última vez que estuviste con nosotras – asintió. - ¿Cómo estás? ¿Cómo te sientes? – soltó un suspiro y apegué la espalda a la pared.
– Estoy mejor, mucho mejor. Me demoré seis meses en darme cuenta de que necesitaba mejorar y solo me tomó dos hacerlo. Todo era fuerza de voluntad – admitió – pero aún necesito la terapia. No he tenido mucho éxito al olvidar todo lo que nos pasó. La rehabilitación me ayudó, pero no salvó mis relaciones interpersonales. Por eso decidí venir a NY.
– Te entiendo. Perdiste demasiado como para aceptarlo en menos de un año y quiero que sepas que con nosotras tienes un puesto – me sonrió y yo solo asentí. Luego lo llamaron.
Él entró a que el doctor lo atendiera y mientras tanto llamé a Diamante. Ella ya sabía todo, nuestro amigo necesitaba ayuda y como él lo hizo alguna vez, esta vez seríamos nosotras quienes lo ayudaríamos. Por lo que le brindaremos un puesto en nuestra seguridad. Siempre se había llevado bien con Vodka y este había hecho un hueco para que metiéramos a Darío.
Por otro lado, las chicas me pedían que lo alentara y preguntara dónde se estaba quedando. En su condición médica, no queríamos verlo solo, eso únicamente retrasaría su mejoría mental.
Luego de salir del centro médico, lo invité a comer. Me lo agradeció. Habíamos hablado mucho y por muchas horas. La noche pronto cayó y me ofrecí a llevarlo hasta donde se estaba quedando, pero se negó y es cuando comencé a dudar de que tuviera dónde quedarse. Le pregunté lo que me contó, me dejó helada: su familia no lo quería cerca. Decían que era un peligro por sus problemas de memoria, contrario a eso, el doctor me había dicho que eso ya no ocurría gracias a sus terapias.
– ¿Dónde estás durmiendo? – pregunté tajante.
– Renté un cuarto. Es cerca de aquí – estábamos en un barrio algo apartado. Manejé hasta donde él me indicó, pero me pidió que no bajara del carro.
– Vamos – desobedecí – yo te ayudo con tus cosas.
Con algo de vergüenza me llevó hasta donde estaba. El lugar era limpio, pero se notaba la humedad en las paredes. Se podía escuchar a los vecinos. Este lugar no era el mejor para una persona que fue condecorada como un héroe. Me dio mucha pena la situación. Y antes de que pudiera decir cualquier cosa, le aclaré que con nosotros tendría un lugar donde dormir, donde comer y un trabajo estable. Solo me agradeció y salimos de allí.
El día siguiente me fui a la casa. Tenía que hacer algunas cosas, y habíamos estudiado con las chicas en la biblioteca. Así fue como pasamos el día completo, acomodando a nuestro amigo en el apartamento y llenando la despensa que compartía con Iker.
Esa noche me quedé en el apartamento. Quise tomar un par de tragos con las chicas. Todas habíamos pasado un mes complejo, y aunque en ese momento extrañaba a mi novio, quería estar con mis amigas. Me sentía segura allí, en lo que conocía como mi hogar.
Lamentablemente, la mañana no fue tan buena. Una conversación con mi flamante esposo me bajó los ánimos. Sus celos habían salido a flote. No era la primera vez, pero pensé que todo había quedado atrás. Esta pelea fue diferente, ni siquiera llegó a ser una pelea. Antes de responderle, colgué y no le volví a contestar.