Nicolás sirvió los macarrones con queso a la pequeña rubia que daba saltitos, sonriendo con emoción.
—Tienes que lavarte manos primero— señaló antes de que ella lograra sentarse en la mesa.
— ¡Voy papi!— suspiro al verla correr hacia el baño.
Tomó su celular, enviándole una nota de voz a Isabela. Cuando Manuel Montalvo le había avisado que la habían encontrado y que estaba bien, se había aliviado enormemente ya que estaba fuera de peligro, pero no se había quedado tranquilo al saber dónde estaba. Adrián Saavedra era un jodido mujeriego presuntuoso que no podía evitar perseguir cualquier falda, y como era obvio, una muchacha tan hermosa como Isabela no iba a ser una excepción.
Recordaba sus días de universidad con bastante rencor. Odiaba verlo despreciar a todos por el simple hecho de empezar a ser conocido. Ahora, odiaba que quisiera estar cerca de Isabela, ella era una chica dulce y tranquila ¿Por qué no buscaba alguna de sus modelos exuberantes y escandalosas para cumplir sus caprichos?
—Ya me lave las manos ¿ahora puedo comer? — asintió a la pequeña, tratando de no distraerse. Se sentó en frente de su hija, saboreando el queso derretido. Ella era lo más importante en su vida y sentía que no le había dado lo suficiente.
Las lágrimas se acumulaban en sus ojos cada vez que preguntaba por su madre. Perder a Marlene fue una de las cosas más dolorosas que pudo experimentar, solo recuerda al médico salir de la sala de partos con la bebé en brazos y una expresión lúgubre en su rostro. Por varios meses, se sintió vacío, estancado; como un niño que intentaba cuidar a otro.
Sus padres fueron una gran ayuda para él, logró terminar la universidad, salir de la depresión en la que se había sumido cuando perdió a la mujer que amaba. Ya seis años de aquello.
Durante todo ese tiempo, trabajo en lo que sea. Desde camarero hasta mecánico, un título en artes no le había servido de mucho hasta el día que Adrián le había recomendado para ser maestro. Lo único que debía agradecerle y por lo que intentaba ser educado con él cuándo no deseaba más que partirle los dientes.
Lo único que no iba a tolerar era el hecho de que jugara con Isabela, esa chica tan dulce no merecía a un mujeriego como él. Sintió algo revolotear en su estómago al recordar el día que la conoció, una pequeña reunión de maestros antes de la inauguración de la escuela fue más que suficiente para caer rendido a sus pies.
No se atrevió a hablarle en un principio, él no era un hombre de conquistas, la última cita que había tenido acabo en un completo desastre. Pero esta vez, estaba decidido. Adrián Saavedra no iba a ganar esta vez, quería conquistar a Isabela, presentársela a su hija y quizás... solo quizás Marilyn pueda tener la familia que merece.
—Papi, ¿no vas a comer?— reacciono de inmediato ante los ojos verde esmeralda que lo observaban atento. Miro su plato, no había tocado nada mientras que la niña ya casi acababa el suyo
—Solo estoy un poco distraído, no te preocupes— sonrió, tratando de tranquilizarla para empezar a comer de inmediato.
— ¿Qué te preocupa, papi?— suspiró, no sabía si su hija de seis años estaba preparada para que tuviera otra relación, sobretodo, con una persona como Isabela. Nunca había hablado de su hija sobre sus posibles parejas y hablarle de una chica ciega parecía aún más raro.
—No ocurre nada, cariño ¿terminaste tus tareas?
Marilyn abrió los ojos con espanto antes de saltar de su asiento hacia la habitación, negó sonriente, recogiendo los platos. Lo mejor era decirle de Isabela cuando ya tuvieran algo, no ahora que apenas estaba conociéndola.
Se recostó en su muy vacía cama matrimonial, todo se sentía tan frio. No quería sonar necesitado, pero extrañaba tener más compañía además de su hija, alguien con quien compartir su lecho, su cariño, sus sueños, necesidades. Añoraba volver a sentir ese calor. Se estiro para agarrar la foto que descansaba en su cómoda, los ojos verdes de Marlene hicieron que los suyos se cristalizaran de inmediato, la extrañaba tanto. Pero no iba a volver, por más que doliera.
Esta vez, agarro su celular, mirando la única foto de Isabela que tenía guardada. La había sacado mientras conversaban. Quería darse la oportunidad de amar de nuevo y sentía que la tenía muy cerca. De repente, su teléfono vibro indicando una respuesta de Isabela. Escucho el mensaje donde ella aseguraba estar bien con una voz demasiado alegre para su gusto. Gruño, apagando el aparato y volviéndolo a colocar sobre la mesita.
Sacarla de las garras de Saavedra no iba a ser tarea fácil.