Golpeo directo en la copa de un débil árbol, detiene un poco mi caída, se rompen sus ramas y siento el suelo. Me duele todo lo que se llama músculos, pero me arrastro a aquel chico, está sacudiéndose la ropa igual de adolorido. Me toma del brazo y me hace señas para que no hable, y nos escondemos detrás de un auto. Increíblemente Angus cae apoyado en sus manos, con una estabilidad algo envidiable. Tapo mi boca, ahogando lo que sea que quiera expresar. Él sigue en pie, a pesar de que se está desangrando por las cortadas, su cara está mal lograda y aún así no deja de caminar. Golpea el árbol donde caí, una y otra vez hasta que sus nudillos están al rojo vivo. Antes de que tome una distancia prudencial corremos nuevamente hacia un callejón, me da señales de que puedo parar y me tiro al suelo, exhausta.
- Okey.- tomo aire y lo expulso lentamente- ahora me vas a explicar todo.- El ríe y se tumba a un costado en el suelo.
- Quisiera, pero solo se lo mismo que tú, pasa que siempre estoy dos pasos delante de lo que haces, o eso creía.
- Explícate- me restriego los ojos como si eso me ayudara a entender.
- No ahora, ve a tu casa, nos veremos más tarde.- busca en sus bolsillos y saca su celular, está astillado pero aún funciona, me pide mi número y se lo doy.- Cuando te llame…- lo vuelve a guardar.- solo enciende el monitor y hablaremos online. Intenta hacerlo de forma incógnita, es importante cuidar nuestra privacidad. Vuelve al instituto a que te revisen, tranquila, la enfermara es conocida mía y no tendrás problemas. Hasta luego.
Hago lo que me dice, subo nuevamente al instituto mirando en todas direcciones, paranoica por Angus. Voy directo a la enfermería, medio corriendo, medio arrastrándome. Una auxiliar sale en ese momento y me ayuda a llegar más rápido. Veo como la directora pasa desorientada junto a mí, directo al ventanal supongo. Muy pocas veces la vi salir de su oficina, y solo era en ocasiones graves. Vidrios se rompían todos los días, pero no todos los días saltaban hacia él. La enfermera se apodaba Mil, según escuche era porque en su servicio militar logró curar y salvar a mil personas tras un ataque a su aldea. De si esto era cierto o no, ni la más remota idea, pero me convencí de eso para tener una linda imagen de ella.
-Zedd me pidió que te observara, ¿te duele algún lugar en particular?- niego tocando mis brazos.- ¿puedo quitar la venda?, te pondré una nueva.- acepto y empieza a desenrollarla.- Sé que no me incumbe, pero ¿tienes algún problema de amoríos con Angus?, yo que tu simplemente me quitaba del camino.
-Sí saltar por una ventana para que no logre alcanzarme es un problema de amoríos, definitivamente.- me rio ante lo estúpido que sonaba eso.
-Conozco a Zedd hace un año, desde que comenzó a preguntarme por medicamentos contra dolores de cabeza, le recetaba algunos, bajo mi propio riesgo lo sé, pero no lo podía ver tan abatido.- Deja ver mi herida, no parecía la gran cosa, el vendaje era lo que la hacía ver más grave.- Hace dos meses me dijo tu nombre, y que te ayudara sin preguntar. Accedí pensando eran cosas de adolescentes, pero sé que está pasando algo grande.- termina el vendaje y me mira.- Se reconocer el peligro de tanto estar viviendo con él, si me necesitas solo dime, puedo serte más útil de lo que crees.
-Lo sé. Muchas gracias.- Cierro la puerta y me voy a mi casa.
Pasé horas mirando mi celular, y no tenía ni una llamada, ¿habrá anotado mal el número? ¿Le habrá pasado algo?
Mis padres no llegaron de trabajar aún, no sé cómo iba a contarles lo sucedido, talvez no lo haga, y deje que la directora hable por mí. De todas formas iba a tener que mentir. Vuelvo a mirar el celular, nada. Prendo el televisor y me duermo a la media hora, despertando (por fin) con la llamada del tal Zedd. Corro al cuarto pero dejo todas las luces y los televisores prendidos, la soledad y el silencio me aterraban. En el monitor no se veía más que una cortina negra. Pasamos diez eternos minutos intentando vernos y oírnos bien; la cortina negra que se veía era el protector de la lentilla que no sacó de la cámara.
-Hola Zedd.- me mira extrañado y comprende que Mil me dijo su nombre. Por lo menos sabía algo de él.
-Tengo que ser claro y conciso, te diré lo que sé y tú infórmate por tu cuenta.- Asiento y prosigue.- Solo no me interrumpas.
-De acuerdo.
Me cuenta quién es él realmente, se llama Zedd Mirne y cursa también su último año en el instituto. No viene de muy lejos, de la ciudad limítrofe a la mía. Tiene veinte años, y me aclara que dejo de estudiar dos años por problemas familiares. Pero que ahora se estaba recuperando y que quería un futuro digno, que se lo merecía. Me cuenta que hace tres meses más o menos le empezaron a pasar cosas raras, cosas a las que no podía encontrar explicación, y sigue sin hacerlo.
El primer suceso fue el día de su cumpleaños, estaba con sus amigos en la plaza tomando alcohol y unos policías de turno los aprendieron. Él ya era mayor de edad, pero dos de sus amigos no. En la comisaría los dejaron en una celda, como los peores criminales, junto a drogadictos y algunas prostitutas. Me cuenta que la gota que derramo el vaso fue que pidieron interrogar a su novia aparte, algo a lo que se opuso obviamente, pero no tuvo otra alternativa. Al verla irse vio como los policías la miraban depravadamente, con deseo y perversión. Él comienza a llamarlos, diciendo que no era necesario y le pegan en la mano con la culata quebrándole un dedo, paso siguiente empiezan a tocar a su novia. Hace una pausa recordando ese momento y mostrándome el dedo quebrado, algo torcido pero sano. Continúa algo tosco, contando todo rápidamente como si en realidad no quisiera hacerlo, y lo entiendo.