Así, el día había continuado apaciblemente. Se acercaba el ocaso, con el olor de salsas y especias que inundaba las calles junto a los tonos naranjas del sol.
En ese momento, la elfa miró al cielo. Algo no estaba bien. Más allá de la broma hecha a Leon, algo extraño pasaba. Ágilmente, Chanty se apresuró a subir al tejado, desde donde la panorámica le daría una mejor perspectiva de la situación.
Por otro lado, Leon, que llevaba ya varias horas en su puesto, comenzaba a sentirse adormilado y encontrar la viga que sostenía la entrada a la ciudad cada vez más cómoda. Entonces, lo vio. Una visión extraña, sin duda. Algo, o alguien más bien, subía a trompicones por el camino oeste hacia Lorecia. Espalda encorvada, rostro desencajado, ojos fuera de lugar… Cuando Leon se acercó a recibirlo, prácticamente se echó a sus brazos.
–Cas… Castigo. – Balbuceó ante Leon, que más tarde le explicó a la elfa que su voz le había puesto la piel de gallina. – Es… Es nuestro castigo… Ni siquiera los niños… Oh, dioses, los niños…
– ¿Qué ha ocurrido, señor? – Impotente, Leon trató de reanimarlo, de hacer que continuase hablando, pero era inútil. Lo único que podía hacer, como guardia, era asegurarse de que encontrarle un lugar en la ciudad y asegurarle que todo estaba bajo control.
Y eso hizo, tomando su brazo y pasándoselo por los hombros, lo arrastró como pudo al templo, junto a los curanderos.
– ¡Chanty! – La elfa se volvió, en su puesto, al oír alguien gritar en su edificio.
– ¡Chanty! – Resonó por las habitaciones vacías, abriendo puertas que resultaron ser armarios, y sacando la cabeza por una ventana.
–¡¡Chanty!! – Buscó con la mirada, hasta que miró hacia arriba y la encontró por fin. Desesperado, salió por la ventana con su pesada armadura y trepó de cualquier manera hasta el punto donde ella estaba sentada.
– ¡Chanty, te necesitamos! – Gritó él, pidiendo ayuda. – ¡Tienes que venir, ha pasado algo…!
Pero ella no lo escuchaba, no podía hacerlo. Las lágrimas poblaban sus mejillas y goteaban sobre la mano de Leon. Había algo, más allá de donde alcanzaba la vista. Algo horrible había sucedido y ella podía sentirlo en su carne, como las sensaciones de una madre que, repentinamente, había dejado de sentir la vida que llevaba en su vientre, encontrándose a sí misma vacía, rota, y sumida en una insondable tristeza.
–Chanty, responde… ¿Qué te pasa? – Preguntó el chico, moviendo a la elfa ligeramente para verla bien. – ¿Por qué estás llorando?
Los que no son elfos altos pueden decir muchas cosas sobre éstos, pero nunca podrán conocer ese sentimiento de terror o de impotencia al detectar que la oscuridad, que el mal y el sufrimiento florecen en esta tierra.
Con un esfuerzo, ella volvió a recobrar todo el sentido, parpadeando y secándose los ojos con las manos.
–Algo terrible ha ocurrido…
– ¡Sí, de eso estoy hablando! – Explicó él, gesticulando.
–… Pero no ha sido aquí.
–Exacto, tienes que… ¿Qué? – Él arqueó una ceja. – ¿De qué hablas? ¡Claro que sí! Hay un hombre herido, o enfermo, y los sanadores dicen que nunca habían visto nada parecido. No pueden curarlo, parece que está empeorando. – Tiró de la muñeca de la elfa. – ¡Si no nos damos prisa, morirá!
Corrían. Corrían por las calles, en dirección al templo, cuando ella volvió en sí, y forzó su voz más allá de la garganta tratando de volver a poner los pies en la tierra. – ¿Qu–qué dices que le pasa a esa persona?
–No lo sé… – Replicó Leon, sin dejar de correr. – Ha sufrido algo horrible, eso seguro. Y la magia sanadora no lo está mejorando. Creo que está al borde de la muerte, Chanty…
Ella se detuvo en seco, haciendo frenar al soldado. Esa sospecha, esa maldita sospecha.
– ¿De qué color eran sus manos?
– ¿Qué? ¡No lo sé, ¿Qué importa?! ¡Vamos! – Trató de volver a tomar su mano, pero ella se zafó.
– ¡Importa! ¡No pienso acercarme un paso más al templo hasta que me lo digas!
Leon puso los ojos en blanco, aunque ya estaba acostumbrado a sus excentricidades. Al fin y al cabo, era una elfa entre humanos.
– Este… Creo que oscuras. Negras, moradas… Normal si tuvo que luchar por su… ¡Ehhh! – Confuso, Leon se apartó cuando Chanty se lanzó a su cuello, pero lo único que buscaba ella era confirmar sus suposiciones.
Eran ciertas. La ineficiencia de la magia de los sanadores, el color de sus manos, y la peste que dejaba escapar Leon.
–Es magia negra. ¡Magia negra, mierda! – La elfa echó a correr de nuevo, aún más deprisa, hasta el punto de dejar a Leon atrás. Que era justo lo que quería.
De golpe, abrió la capilla de Klynian con un chirrido, dejando que la luz rojiza entrase junto a ella en la nave en penumbra. El altar de la diosa estaba manchado de sangre, y, de los tres cuerpos que yacían en el suelo del lugar, dos estaban convulsionando.
Un silencio sepulcral se hizo mientras ella se acercaba al tercero, que estaba echado boca arriba, con la espalda apoyada contra el altar, y una sonrisa en sus labios. Por sus ropas, debía de ser la persona de la que hablaba Leon. Sus manos eran negras, pero no por luchar en un terreno enlodado como pensaba el inocente recluta, sino porque la sangre llevaba mucho tiempo coagulada, y había sido sustituida por magia negra que ahora animaba aquel cadáver.
– ¿Quién te envía? – Preguntó Chanty, directamente. No era momento para andarse con tonterías.
Él comenzó a reír, con sonidos guturales que más parecía el graznar de un cuervo, mirándola con aquellos ojos vacíos.
–La muerte manda recuerdos.
En un instante, el no–muerto estaba encima de ella, pero la elfa ya lo esperaba y tenía preparado el contraataque.
– ¡Que la luz del Kam guíe tu regreso! – Recitó, mientras sus brazos eran envueltos en luz dorada y lo repelían sin esfuerzo. El cadáver se desplomó en el suelo, al contacto con la magia sagrada.
Editado: 14.05.2020