El susurro de una capa hizo que los prisioneros se despertaran de su dormitar. La joven se lanzó a las barras que la separaban del exterior, sacando los brazos por ellas para llamar la atención del mago que se paseaba por el pasillo.
– ¡Terk! – Llamó. – ¡Terk, sácanos de aquí!
El mago la miró, sonriente, y se acercó. A su alrededor, Shayla notó al resto de prisioneros alejarse, pero ella no iba a tener miedo. No quería tener miedo, a pesar de todo lo que había pasado. – ¡Sácanos de aquí, Terk!
De pequeña, cuando a Shayla le contaban historias de brujos malvados y de generales orcos, ella se los imaginaba a todos como seres horrendos y deformes, pero la realidad no es como en los cuentos: Terk nunca había pasado de ser una persona normal. Cabello cobrizo, recogido habitualmente en una coleta y ojos claros e inteligentes. Desde el principio, desde que estudiaban juntos en la torre, él había demostrado ser un mago de lo más talentoso, y su trayectoria en la Torre de Marfil había sido de diez.
Al contrario que otros, Terk estaba interesado en lo que había más allá, en la investigación sobre la magia. Eran materias peligrosas, y la línea que separaba la temeridad de la herejía era muy delgada… Pero él siempre había sido muy educado, y había intentado, con éxito, hacerse con el favor de los elfos. Así que, una vez terminó su formación, se quedó allí, en la Torre, a estudiar más profundamente y compartir su saber con otros magos. Había llegado muy lejos…Tal vez demasiado.
Ahora su cabello pelirrojo estaba apagado, desvaído, y su rostro se veía adelgazado, con la aparición de ojeras. Sus ojos ya no eran azules, sino negros, y su mirada era todo menos tranquilizadora.
– ¿Y por qué debería hacerlo, Shay? – Preguntó él, con la voz suave que ponía cuando quería conseguir algo. – ¿Qué harías entonces?
– Te… ¡Te golpearía hasta hacerte entrar en razón, imbécil! – Replicó ella, apretando los dientes. – ¿Qué crees que estás haciendo? ¡La has jodido! ¡Has ido demasiado lejos!
– ¡No! – Replicó él, haciéndola dar un brinco. – ¡He llegado hasta donde tenía que llegar! Eso hacemos aquí, investigamos por algún fin, no sólo porque nos gusta. La magia es la energía del cambio, Shay… ¡Y yo quiero cambiarlo todo!
– Estás loco… – Negó ella, con la cabeza. – Has tocado lo que no tenías que tocar, Terk. La fuente de maná… Es algo Sagrado. No puedes profanarla de esa manera.
– ¿Y por qué no? – Replicó Terk, divirtiéndose. – ¿Acaso crees que porque está sobre nosotros no podemos desafiar su poder? Esa es la mentalidad de un esclavo, un alumno, un niño… Y yo he dejado de ser todo aquello. Yo he decidido formar mi propio destino.
– ¡Deja de decir tonterías! – Repitió la maga. – ¿No escuchaste nada de lo que nos contaban sobre los Titanes? Desaparecieron de la faz de la Tierra por ir más allá, por hacer lo mismo que tú estás haciendo ahora… ¡Harás que nos maten a todos, Terk!
– ¡Pues que así sea! – Gritó Terk de vuelta. – ¿Es que no es eso lo que importa, lo que se predica aquí? Ya sabes lo que se dice: Quien algo quiere, algo le cuesta. Y lo que yo quiero me ha costado mucho.
– Tienes suerte de habernos tomado desprevenidos. – Replicó Shay, mirando de reojo al muerto animado con magia oscura que hacía de guardia de la prisión. – Si no estuviera aquí dentro, yo misma te partiría tu boca hereje.
– Exacto. – Él la apuntó con un dedo pálido. – Si pudieras, me golpearías hasta que estuviera a tu nivel. Si–pudieras. Pero no puedes, igual que los humanos no hemos podido hasta ahora mover un dedo contra los elfos. Pero ahora… – Sonrió, malévolamente. – He estudiado su filosofía, su magia. Ahora he averiguado cuál es su punto débil, qué es lo que más les duele. Los elfos caerán, y nosotros pasaremos a dominar el mundo una vez más.
Se volvió, escuchando algo inaudible para Shay. – Pero ahora tengo que dejarte. Tengo visita… Y, según quién es, va a necesitar de todo mi comité de bienvenida.
Y salió de la sala, con pasos largos y la capa negra ondeando tras de sí. Shay se agarró a los barrotes y lo miró con odio. – Espero que te partan los dientes. – murmuró. Y miró al muerto, que no parecía haberla oído.
Cuando Roy, Leon y Chanty entraron finalmente en la gruta y cerraron la puerta mágica, lo primero que oyeron, en la oscuridad, fue un sonido de espadas desenvainadas, coreado por toda la estancia. Lo primero que vieron, al darse la vuelta, fueron varios intensos focos de luz, que los cegaron por un momento.
– ¡Quietos! – Gritó una silueta negra, de hombre, al frente de los focos. – ¡No muevan un dedo, o mis hombres los harán pedazos!
– ¡Tranquilos, tranquilos! – Pidió Roy, alzando las manos, mientras Leon se preguntaba si debería desenvainar también. – ¡No somos muertos, miren! ¡Estamos vivos! – Les mostró las manos. – Y, por lo que parece, ustedes también… ¡Somos viajeros de Arquilia, enviados por Su Majestad!
– ¿Enviados por el Rey humano? – Se interesó la figura, acercándose un poco más. – ¿Y han...?
– ¡Hayden! – Reconoció Chanty, haciendo de visera con la mano. – ¡Capitán Hayden, de la guardia dorada!
– ¿Praliné? – Preguntó éste, confuso, y Chanty se irguió un poco más. – ¿Praliné de Bosque Verde?
Una de las cosas buenas que tiene ser un elfo es la longevidad, que hace que treinta años, que para un humano serían una barbaridad, no lleguen a más de un par de meses en la vida de un elfo. Y en esa vida pueden llegar a conocer a mucha gente.
Al parecer, ese era el caso de Chanty, que ya había visitado con anterioridad la Torre, y conocía a Hayden, el Capitán de la Guardia Dorada élfica, que se encargaba de velar por los magos de la Torre.
O, al menos, de lo que quedaba de ella: Allí no había más de veinte elfos, heridos, derrotados, con las armas rotas y la moral por los suelos. Habían perdido, y lo único que hacían era tiempo, esperando a que los seres del exterior hallasen la manera de entrar.
Editado: 14.05.2020