Arcadia. El mayor tesoro de tierras elfas. Situada al noreste, antes del Árbol Sagrado, la Teocracia Arcadiana era una tierra repleta de suaves colinas siempre verdes, que representaba el ideal rural al que aspiraba el resto de monarcas elfos. Allí, los elfos azures vivían en paz, sin conflictos armados, problemas de bandidos o disputas con otras tierras.
Era un lugar de ensueño, donde, desde el campesino más humilde hasta el noble más noble vivían en serenidad, algo que en otros lugares no podía ni soñarse. Una tierra idílica que, normalmente, impulsaría las envidias y los conflictos de los reinos circundantes. Pero, como por arte de magia, éstos se limitaban a dedicarse a sus propios asuntos e ignoraban Arcadia, un oasis de tranquilidad en un mundo convulso.
Pero, por extraño que parezca en un mundo a rebosar de magia, la Teocracia Arcadiana no le debe al maná y al Árbol Sagrado su sosiego, sino a una solución mucho más mundana: Sus habitantes se alimentan mayoritariamente de una planta endémica de esas tierras, llamada nelumbam, o flor de Neliam, una planta cuyo consumo puede producir la felicidad. O, según dicen algunos, la apatía.
Esa es la razón de que nadie quiera meterse con la teocracia Arcadiana. Todos los consumidores de nelumbam – ya sea sólida o en polvo – son felices, todos están conformes. Nadie quiere hacerle daño a nadie. Y nadie quiere hacerle daño a Arcadia.
Ya sean fugitivos, soldados o criminales… Entrar en ese reino, consumir sus flores, significa no volver a salir jamás, y ver cómo tu piel se va volviendo azulada poco a poco hasta ser uno más de todos aquellos elfos azures tan hermosos y pacíficos.
Por eso, ante el peligro de perder su propia consciencia e identidad, las naciones colindantes prefieren aislar Arcadia y dejarla seguir su sosegado ritmo de vida, y ésta, envuelta en sus flores aromáticas y placenteras, lo sigue.
Pero hay veces que es inevitable cruzarla, como cuando eres un comerciante, o un aventurero que busca ir a la vertiente oriental del continente sin rodear Akash, o un grupo de elfos liderados por un humano que está buscando al mago oscuro que ha desatado una maldición sobre el mundo.
Chanty parpadeó, sorprendida, y se volvió hacia la puerta de la habitación de la posada, desde donde Maya la había llamado. – Me preguntaba si podría… – Vaciló un poco, buscando las palabras. – ¿…Peinarte?
Chanty se pasó la mano por el cabello, sorprendida y notando que, en efecto, su melena dorada se había convertido en una maraña de mechas que salían de aquí y allá, y que lo que debió de haber comenzado como un moño ahora reunía los requisitos para que anidasen algunas aves. – Sí, supongo… Sí. – Terminó, sonriendo. – La pregunta es, ¿Tú crees que puedes?
Ambas compartieron una sonrisa mientras Maya se sentaba tras ella, sobre la cama, y Chanty revolvía dentro de la bolsa buscando la ropa menos sucia. – Extrañaba tanto esto… – Maya suspiró, pasando las manos por la cabeza de Chanty. – Ya sabes, con las hermanas solíamos peinarnos juntas, pero Fany… no está muy por la labor. – Como una artesana veterana, los tirones y los mechones iban ablandándose poco a poco. – Y supongo que si se lo pidiera a alguno de los chicos sería raro, ¿no?
– Ah, sí. Supongo que es ya costumbre, después de tanto tiempo sin un espejo, pero creo que no quiero saber cómo me veo en el día a día dentro bosque. – Chanty también suspiró, o más bien resopló al no encontrar nada digno de su último día de descanso.
– Debe ser cosa de guerreras, ¿no? – Chanty podía sentir cómo su cabello comenzaba a caer sobre su espalda, y se permitió relajarse al notar el peine. – Por cierto… Lo del otro día. La Gema de Parthas. – Su espalda volvía a tensarse. – Entiendo que has vivido mucho, Chanty, tal vez demasiado. Incluso para los elfos…– Detuvo las manos, posándolas en sus hombros. –Y quiero que sepas que tienes mi apoyo con Leon. Te lo mereces. No sólo por Klynian, sino por lo que has hecho por todos. –“No sigas”, fue sólo un murmullo apenas audible. –Ninguno de los nuestros los juzgaría, de verdad.
– Basta, Maya. – Suspiró Chanty, separándose y levantándose de la cama. Realmente tendría que bajar sin ropa decente. – No sigas. Por favor.
– ¿Por qué? – La exsacerdotisa se irguió, aún sentada. – ¿Es que alguien te ha dicho lo contrario? ¿Ha sido Alph? – Sonrió, negando con la cabeza. – Él es de capital, Chanty. No dejes que un elfo de capital te diga con quién puedes o no estar.
– No. Es sólo que… –Ella desvió la mirada, mordiéndose el labio. – Déjalo. De veras.
– … ¿O es que no crees merecértelo? Has vivido mucho. Y hecho bastante porque todo esto salga adelante. Te mereces un final feliz. Aunque sea efímero. Te mereces ser feliz.
Por desgracia, de todas las palabras del vocabulario élfico, aquellas eran las menos indicadas.
Más tarde, con una jarra frente a ella, Maya escuchaba sólo a medias la conversación entre el resto del grupo, mientras miraba la espalda de Chanty, que se había ido a la barra, sola, ocultándose tras una excusa. Sintió ganas de alcanzarla y disculparse, intentar ayudarle a recuperar el ánimo… Pero ella había sido clara, a pesar de aquellos gritos inconexos de antes. “Aprende cuál es tu lugar”, le había soltado. Aunque su rol fuera dar apoyo al equipo en combate, no le daba derecho a convertirse en confidente, en poder meterse en sus asuntos como si supiera más. Se encogió en el asiento. “Por eso Fany no quiere estar contigo”, tragó saliva, y miró a Bryznar, que en aquel momento le comentaba algo a Leon. “Si vas a dar consejos, deberías comenzar por ti misma”.
Definitivamente había tocado la fibra sensible de Chanty, y a cambio, ésta había golpeado todas las suyas. Apretó la mano en torno a la jarra. Ella no era una hipócrita, como Chanty había dicho, no era mala persona. Sólo quería ayudar. Y podía encarar las cosas como cualquiera de los guerreros. Así que se dispuso a ello, a aclarar las cosas con Bryznar, cuando Alphonth se adelantó e hizo un comentario, que si bien no era sorprende de su parte, si resulto lo bastante incómodo para obtener la atención de todos.
Editado: 14.05.2020