El Rey Tares guardó silencio. Asesinar a Harts no era opción y menos en la hoguera; cuando su esposa estuvo de acuerdo no le sorprendió del todo, pero aun así se sintió traicionado por la mujer con la que compartía su cama y su reino. Cerró los ojos y pudo percibir la tensión en el guerrero detrás de él, Mulab; cuando eran niños, antes de que él fuera coronado se hicieron la promesa de proteger a Harts bajo cualquier circunstancia, ya que era como una hermana para los dos. Él era el Rey y si no podía cumplir esa simple promesa ¿cómo podría proteger a toda su gente?
—No, no puedo hacer eso.
—Claro que puedes —replicó la Reina con sarcasmo, volviendo a aceptar la petición de la diplomática.
La joven la miró y luego miró al Rey sabiendo que éste no estaba de acuerdo, mientras su esposa estaba ansiosa por llevarlo a cabo; no lucía como un matrimonio perfectamente estable, ninguno lo es, pero ellos son los gobernantes y es una obligación que lo sean o al menos que lo aparenten frente a su pueblo y más aún, gente extrajera. Podría ser percibido como un signo de debilidad.
—Fue un accidente, no una traición.
—Es una lisiada y por toda la gente de Muladhra, debes hacerlo.
—No —el Rey se giró hacia ella, mirando a su esposa directamente a los ojos con un claro enojo marcado en su rostro—. Tú eres la Reina, pero en ésta generación en Muladhra el poder absoluto ésta a manos del Rey y ésta es mi decisión, si no estás de acuerdo... será mejor que entres a la fortaleza.
Aquellas frías palabras eran lo último que la Reina Mulie esperaría de su esposo. El Rey Tares era bien conocido por ser un hombre sensato, calmado, bondadoso y firme en sus decisiones; además de eso, un excelente padre y esposo, siempre le ofreció todo a su Reina y a sus hijos, cumplió casi cualquier capricho y no había duda del amor que ambos se proclamaban. Aun así, el Rey Tares conoció primero, era su mejor amiga y no solo le prometió a su amigo Mulab protegerla, si no también se lo juró a la madre de ésta antes de que ésta muriera protegiéndolo.
—Supongo que es consciente de que no solo el acuerdo no se llevará a cabo, sino que probablemente haya represalias —dijo la diplomática de los Manipura interrumpiendo el conflicto.
—Lo sé, pero... Seré honesto. Harts es mi amiga, prácticamente mi hermana y no puedo sacrificarla, no cuando juré protegerla. Soy un Rey y cumplo mis promesas.
—Bien, entonces hagamos esto... soy una excelente diplomática, porque soy buena evaluando a la gente y siempre descubro las mentiras, permítame hablar con la responsable y yo decidiré si es cierto o no.
—Por supuesto, usted se dará cuenta que todo es un malentendido.
—Deme una hora con ella, pero no puede ponerla al tanto de esto.
El Rey le ordenó a su guerrero, Mulab, ir por Harts a la prisión y traerla aquí; la Reina consciente de la fuerte amistad entre el guerrero y la chica, sabía que lo escogía a él para advertir a Harts y aunque detestaba a esa lisiada, amaba a su esposo; simplemente no podía traicionarlo una vez más. Mulab acató la orden de inmediato yendo por Harts, mientras la penetrante mirada de la diplomática lo seguía.
En la prisión, Harts se encontraba encerrada en la más profunda y recóndita celda del lugar; encadenada de muñecas y tobillos, mientras su mejor amiga Casse trataba sus heridas. Con el gran salto que había dado y por su incómodo aterrizaje, Harts había terminado con múltiples moretones y rasguños que la joven curandera debía limpiar; lo más grave resultó ser ese rasguño en su mejilla, era bastante profundo y no entendía como se lo hizo ya que no había nada en el suelo como para provocar una herida de esa manera, en realidad parecía ser hecho por el filo de una espada. Le untó un ungüento hecho a base de cacao y sobre ésta colocó un trozo de piel de conejo para cubrirla.
—Ahora sí te pasaste, incluso para el Rey será complicado sacarte de éste problema, ¿en qué estabas pensando?
—Lo siento...
Casse era consciente del delito que su amiga había cometido, no era una broma y sabía que las consecuencias podrían ser demasiado altas para Harts; aun así no podía regañarla, ahora estaba más preocupada del posible castigo que caería sobre ella y le asustaba el pensar en los posibles destinos, ninguno de ellos era bueno, al menos no los tres para estas circunstancias. Quizá lo mejor para Harts era escapar, pero eso era casi imposible. Sus pensamientos fueron dispersados por el sonido de pasos apresurados acercándose a ellas, cuando reconocieron al dueño se sintieron aliviadas y al mismo tiempo la preocupación aumentó para ambas.