Nuevamente Harts se encontraba en el suelo polvoriento de la celda, con cadenas en sus muñecas y tobillos, eran muy incomodas, pero ya estaba acostumbrada a ellas; aun tenía en su mente la imagen de la princesa y sus ojos de iris color escarlata, bastante llamativos y hermosos a su parecer; no como los suyos, de dos colores distintos. Ahora lo único que le quedaba era esperar por su castigo, por las palabras de la princesa estaba segura que no moriría o al menos no en la hoguera; ciertamente no quería morir, le gustaba la vida, pero si sus acciones la habían llevado a ello tenía que aceptarlo responsablemente. Justo cuando no podía lamentarse más por si misma el mismo guardia que la había encadenado, entró a la celda y comenzó a liberarla; no habían pasado más de media hora desde que fue metida ahí.
—Estás libre... te esperan afuera.
— ¿Quién?
El guerrero no le contestó, simplemente le quitó las cadenas y salió de ahí sin cruzar palabra con ella. Harts acarició sus manos, supo de inmediato que su castigo ya había sido determinado y ahora debía enfrentarse a ello; lo haría con la frente en alto, aceptaría lo que fuese; se tomó su tiempo para caminar por los pasillos que daban a otras celdas hasta llegar a la salida de la prisión, la luz del día entraba por la puerta; se tomó unos segundos más para respirar profundamente y juntar toda la valentía que poseía, aunque no fuese demasiada.
Al dar un par de pasos fuera, no vio a ningún otro guerrero esperando por ella, únicamente se encontró con su amiga, Casse y con ella una mujer mayor, no tardó en reconocerla, era una de las sastres que trabajaban dentro de la fortaleza y hacían la ropa del Rey, Reina y los jóvenes príncipes. Su amiga la miraba con una amplia sonrisa y cuando sus miradas se encontraron, Casse corrió hacia ella, dispuesta a darle un fuerte abrazo; aquel gesto de felicidad estaba lleno de cariño y como Harts interpretó de buenas noticias.
— ¿Qué sucede? —preguntó Harts sin poder evitar contagiarse de la alegría de su amiga y sonriendo como ella— ¿Ya no me castigarán?
— No, de hecho te casarás —dijo y la miró incrédula—; la diplomática te pidió al Rey para desposarte... ¿no es genial?
—Es estúpido, apenas nos conocimos y creen que yo intenté atacarla. ¿Cómo pudieron cambiar las cosas tan rápido?
Casse se encogió de hombros, pero en ningún momento quitó su amplia sonrisa; estaba feliz por su amiga. Harts fue llevada a la fortaleza donde la sastre adecuo uno de los vestidos de la Reina a su talla, uno de los vestidos más lindos y acorde a la boda que se llevaría a cabo; lo cierto es que la esposa del Rey la odiaba, pero seguramente le agradaba la idea de mandarla lejos aunque fuese siendo esposa de una de las princesas hermanas de Manipura. El vestido que terminó usando consistía en un encaje rojo oscuro, que llegaba hasta sus rodillas con un pantalón cortó de color gris claro, casi blanco para contrastar, sobre sus hombros llevaba pieles de castor marrón oscuro y unas botas cortas con un poco de tacón, color rojo oscuro en su totalidad; esa era la vestimenta típica de novia en el Reino de Muladhra. Su cabello iba suelto, pero bien cepillado; además de que en su rostro sobre su mentón se colocaba con tinta a base de escarabajos café la figura de una pequeña montaña.
Siete horas más tarde en el jardín interior de la fortaleza ya estaba todo preparado para llevar a cabo la ceremonia y la posterior fiesta, únicamente los nobles del Reino podían asistir, así como algunos de los soldados de la princesa Träd. El pueblo sabía para entonces sobre lo que sucedería y aunque querían presenciar la boda, el Rey les negó el acceso, temiendo algún ataque hacia su joven amiga. En el altar de la ceremonia de ambos lados se colocaron pequeñas montañas de tierra fértil y al fondo se prendió una gran fogata simbolizando el elemento de cada uno de los Reinos, así como el estandarte con los correspondientes símbolos, lo que procedía era iniciar con la ceremonia.
Debido a que Träd fue quien pidió la mano, ella fue la primera en posicionarse en el altar. Su vestimenta consistía en un estilo exactamente igual al de su prometida, lo único que cambiaba eran los colores; el encaje era de un color dorado oscuro, el pantaloncillo de un tono más amarillento y las botas del mismo color que el encaje, a diferencia de Harts ella si se ató el cabello en una trenza que apenas pasaba sus hombros y que dejó descansar sobre los mismo sin olvidar que en su mentón con tinta de frutos rojos se colocó el símbolo de una pequeña flama. Aun siendo ella, se sentía ligeramente nerviosa, por un segundo comenzó a arrepentirse por ese arranque que tuvo, pero ese pensamiento quedó en el olvido cuando vio a su prometida apareciendo en el corto sendero hacia el altar con el Rey acompañándola.