Los besos y las caricias no tardaron en hacerse presentes. Träd quien era la de mayor experiencia, no perdió el tiempo; recostó a su ahora esposa en la cama, boca arriba y comenzó a besar sus mejillas, sus labios e ir posteriormente bajando poco a poco. En cierto momento Träd pensó en detenerse, usar como pretexto la inexperiencia de la chica para no consumar el acto; no consumarlo podría permitirle en un futuro separarse de ella sin demasiados problemas, pero tener aquel delicado cuerpo en sus brazos acompañado de una dulce fragancia natural -Harts tenía ese extraño encanto-, no pudo detenerse.
Beso su cuello con delicadeza, succionó con vehemencia sus pechos y cada parte de ellos, incluyendo el pequeño pezón rosado decorándolos. Harts suspiraba a cada roce, dejaba de respirar por algunos segundos, dejándose envolver por la princesa y cuando Träd llegó a su entrepierna, pensó que moriría; nunca nadie la había tocado ahí –solo ella, en ciertas ocasiones cuando necesitaba saciar esa necesidad-, sentir las manos cálidas y suaves de otra persona la hizo percibir una corriente eléctrica recorriendo todo su cuerpo, pero no todo fue perfecto, ella seguía siendo virgen y cuando Träd comenzó a penetrarla con sus dedos sintió dolor; sintió como su esposa se introducía en ella con delicadeza y como su propio cuerpo ponía resistencia, pero ninguna de las dos se detuvo, cuando por fin se rompió aquella resistencia el dolor continuaba ahí.
—Te lastimé, lo siento
—Está bien, era necesario...
La noche avanzo, la consumación del acto les tomó cuatro horas; ni siquiera se dieron cuenta cuando se quedaron dormidas. Harts quedó bajo el brazo derecho de la princesa, acurrucada en ella en posición fetal, mientras Träd la abrazaba protectoramente con su mentón recargado en la cabeza de su esposa.
Al día siguiente, la primera en despertar fue Träd, al sentir los primeros rayos de luz atravesar ligeramente las cortinas de terciopelo que cubrían el gran ventanal a lado de la cama; bostezo pesadamente y permaneció unos segundos mirando el delicado cuerpo de la mujer junto a ella, para su sorpresa no estaba arrepentida ni en lo más mínimo, al contrario se sentía más segura de su decisión. Se levantó de la cama con sumo cuidado, Harts no percibió el hecho de quedar sola en la cama y aunque Träd no deseaba levantarse la alianza estaba formada y era momento de regresar a su hogar, debía preparar la partida, se marcharían al medio día.
Un par de horas más tarde Harts despertó. Ahora ella era la esposa de la octava princesa Ram de la Turf Manipura, desde este momento pertenecía oficialmente a esa nueva Turf, cuando salió del castillo las carrozas y caballos de Manipura estaban casi listos para partir hacia la capital de la Turf Manipura; el viaje les tomaría dos meses con las mínimas paradas, solo se detendrían una vez cada tres noches, aunque tendrían paradas cortas de cinco minutos durante el día, solo cuando la princesa lo ordenara o el comandante al mando. Antes de marcharse, Harts regresó a su hogar. Pronto tendría que partir y aunque no necesitaba llevar equipaje, ni siquiera dinero, ella regresó por una pulsera de oro que sus madres le dejaron y que alguna vez ellas le dijeron que aquello siempre estuvo con ella desde que la adoptaron, que debía guardarlo y nunca perderlo. El resto de los objetos solo eran peso muerto, extrañaría su hogar, pero no se encontraba indecisa; estaba ansiosa por irse.
—Algo mejor para Muladhra que la alianza... ha sido el hecho de deshacernos de ti.
Una pareja de ancianos, vecinos de ella desde siempre, se acercaron a Harts acompañados de cuatro jóvenes, casi de su misma edad. Usualmente las personas solían ignorarla, como si no existiera y pocas veces le hablaban, cuando lo hacían era únicamente para agredirla y ahora que estaba por irse, seguramente aquellos que siempre la odiaron aprovecharían para despedirse.
—Gracias por todo, señor y señora Minm
Harts inclinó ligeramente su cabeza, causando una risa prepotente de los presentes. No había nada por lo que ella debiera agradecerles, todos ellos siempre fueron ofensivos y aun así, ella siempre optó por ser respetuosa.
—Lástima por Manipira, ahora la desgracia llegará a ellos —dijo uno de los chicos y junto con dos de sus amigos se acercaron a ella hasta quedar a unos centímetros, mirándola con arrogancia y burla.
—Lo siento por la princesa Träd, quizá no le sirvas ni como esclava sexual —dijo otro de ellos.
—No estaría tan seguro, cualquier hoyo es suficiente... incluso a mí me serviría.
Harts tragó saliva y humedeció sus labios, respiró profundamente bajando la mirada; quería decir algo, defenderse por primera vez, pero después de mucho tiempo no sabía de donde obtener la valentía que necesitaba. Estaban por hacer otro comentario cuando el choque de unos metales los interrumpió; un hombre alto, robusto y de tez oscura se acercó al grupito colocándose a la derecha de Harts, posó su mano en el mango de su espada y fulminó con la mirada a los acosadores; éstos al sentirse amenazados inconscientemente retrocedieron unos pasos hacia atrás.