Ya eran las cuatro de la tarde y en lo que la guarda calentaba podrían tomarse un tiempo para comer; justo a tiempo llegó Slam con la intención de llevarse a Harts para comer adecuadamente en el comedor del castillo, así que cuando vio a la joven contuvo el aliento; la chica estaba sudada, llena de manchas negras por su rostro y ropa, su cabello recién lavado en la mañana ahora estaba un poco enmarañado y opaco, su piel estaba rojiza debido al calor que había por el horno y la luz solar del día. La miró de pies a cabeza intentando mantener la calma, necesitaba un baño urgentemente ya que no podría entrar así al castillo.
—Mi señora, parece que se ha esforzado —fue lo primero que se le ocurrió—. Vine por usted para llevarla a comer, pero...
— ¡Alto ahí! —exclamó Mant con una mano al frente impidiendo que Slam se acercara a Harts—. Ella es una de nosotros, así que nos acompañará a comer justo a donde vamos los herreros.
Mant la abrazó por los hombros acercandola a su pecho cariñosamente, como un padre orgulloso de su hijo y le dio unas cuantas palmaditas en su hombro derecho. Harts se encogió de hombros tímidamente, quería ir con ellos, pero no sabía si era adecuado como esposa de la princesa hermana. Slam la miró, ya comenzaba a comprender los pensamientos de su nueva señora, así que suspiró comprendiendo lo que ella deseaba, después de todo la joven esposa de su primer señora era una plebeya recién convertida en noble, por lo que se sentiría más cómoda con ellos; eso podría llegar a convertirse en un problema ya que el resto de las damas podrían comenzar a sentirse ofendidas de que alguien de su misma estirpe hiciera trabajos de esa índole, pero por ahora lo dejaría pasar.
—Bien, entonces vendré después.
—Disculpe —lo llamó antes de que se fuera, separándose de Mant y dirigiéndose a él en un tono más bajo—. ¿Puedo pedirle un favor?
—Lo que sea mi señora.
—No permitas que Träd venga aquí, no quiero que me vea así... ¿podrías retenerla hasta que termine mi trabajo y tome un baño?
—Entiendo, no será problema. ¿A qué hora la princesa podrá entrar a su habitación?
—A las once de la noche.
Slam asintió a su petición marchándose y dejándola al cuidado de los forjadores. Harts acompañó a Mant hacia el comedor de los herreros, una mesa que fue colocada junto a una de las herrerías más pequeña y donde cada uno de los trabajadores tenían un lugar para ellos, los meseros del castillo aparecieron con diversos platillos y agua purificada que colocaron en la mesa dejando que cada uno se sirviera al gusto. En el comedor tanto aprendices como herreros profesionales se sentaban juntos ignorando la jerarquía y respetándose mutuamente, incluso haciendo diversas bromas entre ellos; Mant siendo el jefe de todos ellos acercó a Harts y la presentó a todos en voz alta, ellos la recibieron con una sonrisa y levantando sus copas llenas de agua. Harts se sentó en un lugar al final de la mesa tomando un poco del pollo frito y el puré de papa caliente frente a ella, a pesar de tratar de no llamar demasiado la atención no tardó en ser rodeada por algunos jóvenes aprendices quienes comenzaron a llenarla de preguntas, que apenas podía responder. Los mayores solo soltaban bromas hacia ellos y ella, pero en ningún momento se los quitaban de encima; no fue hasta que un joven soldado que estaba vigilando los alrededores se acercó a ellos y los contuvo.
—Parece que olvidan a quien se están dirigiendo —dijo poniéndose junto a ella y alzando la voz—. Será mejor que se contengan... acompáñeme por un segundo, mi señora.
Harts lo dudó por unos instantes y miró a Mant, él asintió con un poco de seriedad. Se levantó y de inmediato el hombre posó su mano en la parte alta de su espalda llevándola unos metros lejos del comedor. Harts se sintió un poco incómoda, pero no se rehusó.
—No debería permitir que se tomen tantas confianzas con usted, mi señora, usted es una dama no una simple herrera —dijo una vez estando lo suficientemente lejos para no ser molestados.
—No me molesta —sonrió intentando apaciguar la tensión que se sentía.
—Pues debería —tomó sus manos en un movimiento un tanto atrevido y acarició ligeramente sus nudillos—. Miré, estas no son las manos de una herrera sino de una dama y aun así, usted está ahí, trabajando con ellos.
—Me gusta, en mi antigua Turf yo era una herrera.
—Ya veo, usted es muy hermosa.
—Gracias, aunque no creo que sea así.