La alarma empezó a sonar después que las puertas principales fueron abiertas. El eco se escuchó en cada oscura celda. Era una salida triunfal según los demás prisioneros. Jamás creyeron que alguien podría salir con la mayor facilidad posible de un lugar bastante seguro, para todos aquellos. Ellos, aún encerrados entre las frías rejas de metal, vieron como abría los portones con ambos brazos extendidos y las llaves sostenidas por sus dedos, después de haber lanzado una bomba lacrimógena en la cabina de guardia. El uniforme naranja, empezó a disiparse en la neblina matutina conforme caminaba hacia el bosque que estaba alrededor de la cárcel.
Lo cierto era que lo había planeado con meses de anticipación. Había decidido cómo salir de aquel lugar sin que nadie lo supiera, sin embargo, su mente dañada pero extraordinariamente inteligente, decidió hacerlo de una manera para que todos se enterasen. Por supuesto, siempre estuvo al centro de atención, y eso definitivamente era algo que le encantaba, le agradaba. El deseo corría por sus venas; y que de seguro todos los demás admiraban.
Los policías y guardias de la prisión no lograron entender de dónde pudo sacar esa bomba que hizo que el guardia de turno se desmayara. ¿Es que acaso había cambiado los productos? ¿De dónde y de quién los encontró? ¿Había construido una bomba con o sin ayuda? ¿Cómo había logrado escapar de esa manera? Muchas cuestiones aparecían en las cabezas de quienes estaban a cargo del lugar grisáceo.
Su celda no era como las demás. Llevaba años en cautivo en aquel lugar de reclusos y por supuesto que lo conocía a la perfección. Muñecos y muñecas con vestidos de los años 80 estaban bien posicionados cerca la pequeña cama de fierro que tenía, lástima que varios de ellos tenían el rostro desfigurado y otros, sin cabeza. Había fabricado tijeras y cuchillas con el fierro que encontraba en la cocina abierta solo durante el día. Aquella cama estaba muy bien cuidada y ordenada—a pesar de los años—con la única excepción de que había un hueco en la manta negra del que la persona usaba para cubrirse en las noches, o tal vez no. La cortó para poder fabricarse una capucha y cocerla al uniforme ya viejo para que no pudiera ser reconocida.
Ahora tenía toda la libertad que estaba anhelado por muchos años, podía hacer con ella todo lo que quería.
Lo único que añoraba eran sus muñecos de plástico. Una sonrisa de satisfacción apareció en su rostro, pues sabía que pronto los recuperaría.