—Me encanta el sexo.
Es lo primero que le dije a Asher cuando sus manos bajaron por el dobladillo de mi vestido. Él había insistido en jugar a esto tantas veces que simplemente se me hacía excitante.
—Blair, eres única —sus labios recorrieron el camino trazado por mi mandíbula hasta llegar a mi cuello, me estremecí entre sus brazos—. Pero deberías dejar de decir eso cada vez que lo hacemos.
Gemí cuando mis dedos arañaron su espalda.
—¿Qué quieres que te diga, entonces? ¿Fóllame, por favor?
—Blair, cállate.
Solté un gruñido de frustración. Aparté al chico de un suave empujón, mientras él se quedaba anonadado yo aprovechaba para peinar mi cabello con los dedos.
—¿Cuando te mudas al nuevo apartamento?
Pude sentir la insatisfacción en la cara de Asher, al igual que en sus pantalones. Tuve que contenerme para no reír.
—Esta tarde. ¿Pásaras en la noche?
—No lo sé.
Estaba engañándolo. Por supuesto que lo haría.
—¿Ya encontraste compañero de mudanza?
—Hay un chico en clase de matemáticas que está interesado.
Asentí, no muy interesada. Jugaba con mi mano golpeando la mesa un par de veces hasta que Asher terminara de ponerse los pantalones e irse. Antes de dirigirse a la puerta se acercó y me regaló un beso bastante rebelde.
—¿Estás molesta? —preguntó observándome a los ojos.
—Mucho.
—Lo siento.
—Estaba siendo sarcástica.
—Ni siquiera me di cuenta.
La mayoría de veces eso era algo que realmente me molestaba. No por parte de él, sino de la mía. "Eres muy complicada", "No entiendo tu sarcasmo", "¿Estás bromeando enserio?"; siempre tengo que escuchar lo mismo, se sentía realmente fastidioso.
Yo no era complicada, mi vida lo era.
—Por eso me gusta jugar contigo.
Asher rió. Pasé una mano por su cabello teñido de blanco cuando hizo el amago de apretarme la nariz. Sabía que odiaba que haga eso.
—Nos vemos, novia.
No me llames novia.
La puerta hizo un ruido al cerrarse. Ahora estaba sola. Me recosté sobre la cama apoyada en un brazo mientras pensaba en las múltiples cosas que podría hacer, ninguna me convencía.
Entonces recordé que tenía tarea pendiente. Acerqué mis útiles de estudio hacia la cama y empecé a hacer algunos garabatos en el cuaderno. Incluso puse música a todo volúmen porque realmente me concentraba.
Vivir sola tenía grandes ventajas. Una de ellas era hacer lo que te diera la gana cuando te diera la gana, sin nadie que te estuviera replicando las veinticuatro horas a qué hora debes llegar, cuándo arreglar tu casa o cuándo empezar a hacer deberes. No tenía problemas con eso.
—¡Blair! ¡Blair! ¿Estás ahí?
Miento. No todo es lo que parece. Y vivir sola tiene demasiadas desventajas.
Me levanté sin muchas ganas cuando supe exactamente que sería lo siguiente que vería.
El rostro arrugado de una señora cruzando de los cuarenta a los cincuenta me miraba como si fuera un tremendo dolor de cabeza. No lo entendía realmente.
—Señora Heather. ¿Cómo está? —saludé siendo cordial.
—Ni siquiera lo intentes, Blair. ¿Dónde está el mes de arriendo?
Me relamí los labios mientras pensaba en una nueva excusa que poner. Ya había usado muchas en verdad, todas de diferente situación pero usando el mismo tono.
Sin embargo, esta vez decidí no mentir.
—Tuve que comprar algunos materiales para el colegio, ¿sabe? Si pudiera ser tan amable de esperar a la semana que viene.
La dueña del apartamento me observaba con cara de pocos amigos. Sentí un pinchazo en el pecho cuando la vi reclamar su dinero.
—¿Esa es tu nueva excusa?
—Le juro que le estoy diciendo la verdad.
Al parecer mi triste expresión la convenció, pues con los brazos puestos en jarra sobre su cadera, se alejó de la puerta murmurando algunas cosas que pude oír a la perfección.
—Estas chicas de hoy en día, van de independientes por la vida y luego no saben ni dónde están paradas.
Casi di un portazo cuando me di cuenta de la verdad en sus palabras. Pero no me arrepentía de nada de lo que había hecho. ¿Cuántas veces había escuchado esa frase? Seguramente ya perdí la cuenta.
Tenía que buscar otro trabajo. Uno que me diera dinero de verdad, o al menos que me diera el suficiente para pagar mis estudios y pagar un alquiler.
Decidí terminar mi tarea. Al menos algo bueno sacaría de eso.
[...]
Desperté en la tarde, el reproductor de música se había quedado sin bateria y la habitación estaba en completo silencio. Los cuadernos estaban regados a un lado de mi cabeza a punto de caerse, algunos lápices en el suelo. Mi teléfono no tenía casi bateria pero lo usé para ver la hora. Las seis y media.
Me puse de pie y fui al baño para lavarme la cara. Mi cara lucía realmente pálida, como si hubiera tenido una pesadilla, la cual no recordaba. Usé mi peinilla para acomodar mis rebeldes mechones de cabello medio alzados hasta que quedé conforme. Me cambié la blusa y lo reemplacé por un suéter ancho, empezaba a hacer frío.
Salí de casa esperando no encontrarme a ningún vecino, los cuales me veían siempre tan extraño cuando pasaban por aquí.
A medio camino al nuevo departamento de Asher, mi teléfono sonó. Contesté después de ver de quién se trataba.
—¡Señorita Parker! ¿Ese es tu apellido, verdad?
—Así es.
—¿Nunca te han confundido con la mujer araña?
—No existe la mujer araña, Lily. ¿Dónde estás?
No hacía falta preguntar mucho. El ruido de fondo la delató de inmediato.
—¡Ven a grabar esto, Lily! ¡Thompson está bebiendo de la torre de queso!
Está de más describir la mueca de asco que estaba haciendo.
—¿Por que no vienes, Blair? ¡Hay muchos chicos guapos aquí!
—¿Y chicas?
—Señorita pervertida.
Reí. De lejos pude ver que la dirección que Asher me había dado estaba frente a mis narices.