Melania.
Las puertas de hierro dejaron paso a las imponentes ruedas que rasgaron el barro y los caballos golpeaban el suelo con sus poderosos trancos. El repiqueteo podía escucharse por doquier, hundiendo en la nada al silencio invernal de la entrada de castillo. La sorpresa de padre fue abismal e indescriptible. El carruaje que teníamos ante nuestros ojos era un pequeño sol entre toda la oscuridad de Kälte. Compuesto por un material tan blanco como la propia nieve, cuyos detalles dorados reflejaban la luz. Por un momento imaginé cientos de estrellas fabricando con su brillo aquella maravilla. Asimismo, era tirado por ni más ni menos que seis caballos de capa torda y guiado por dos hombres vestidos de color hueso. Era la primera vez que veía algo así. Mis ojos se deslizaron por las imponentes ruedas de madera y metal y luego por las pequeñas ventanas que dejaban ver un interior decorado con mimo. Desee verlo más de cerca. Así, no solo la carroza despuntaba entre el paisaje pobre de Kälte. Numerosos caballeros reales montaban sobre sus corceles. Todos vestidos con tres tipos de túnicas diferentes. Y no solo las formas de las túnicas eran pintorescas, sino también los colores que las componían. Cuatro en concreto: cian oscuro, vino tinto, amarillo ocre y verde oliva. Cada pieza de un único color pero, con la misma similitud; todas poseían el emblema de Holz bordado a mano en el pectoral izquierdo con hilo blanco.
—La guardia de la Rosa de los Vientos... —Susurró Lucrecia cerca de mí y su rostro mostró un atisbo de respeto. Más del que le había visto mostrar jamás.
Por ende, todos los hombres se encontraban encapuchados y con medio rostro tapado por un velo. El crudo frío les impediría respirar con claridad, pensé. Entonces, entre tanto color una luz blanquecina resaltó. Alguien que cabalgaba el único caballo de color negro y vestía una túnica impolutamente blanca. Dicho hombre fue el único que se acercó. Acabó desmontando su caballo, que fue agarrado por uno de los escuderos, y con un paso elegante acabó enfrente de mi padre, deslizando su mirada sobre nosotras. La capucha y el velo no permitían ver su rostro, pero unos ojos oscuros e intensos se acabaron posando sobre los de mi padre.
—Los vientos de los cuatro puntos le saludan, soberano de Kälte —pronunció el forastero bajándose el velo y la capucha como gesto de respeto hacia mi padre.
—Lord Iabal... —El rostro de mi padre palideció. Parecía haber visto un muerto.
El caballero nos miró. Poseía un pelo ardiente como el nuestro, amarrado en una corta coleta, y unos ojos oscuros como los troncos de los pinos. Se quitó delicadamente uno de sus guantes para agarrar sutilmente mi mano y besarla sin dejar de mirarme. Quiso hacer lo mismo con Lucrecia, pero esta alargó la mano para estrechársela. Ante tal gesto por su parte Iabal sonrió de una manera casi voraz.
—Usted debe ser lady Lucrecia. —Aquella mirada mostraba un brillo de interés sobre mi hermana y creo que ella fue capaz de apreciarlo, ya que le devolvió la sonrisa con otra algo más leve.
—Princesa Lucrecia —le corrigió—.Y usted Lord Iabal I de Holz. La mano derecha del Gobernante Declan I de Holz. —Tal comentario de mi hermana produjo sorpresa en Guillermo. En cambio, en el alto Lord creó gran interés. Entonces, cuando él fue a abrir la boca ella prosiguió—. Le presento a mi hermana Melania, la futura soberana de Kälte.
Él, por obligación, acabó prestándome atención. No pude evitar sonreír de una manera algo forzada e hice una leve reverencia.
—Es un gran honor que haya venido personalmente a acompañarnos a su reino, lord —dije.
—Créeme, hermana. El honor es suyo. Deberíamos poner rumbo ya. Tendremos tiempo de sobra para hablar por el camino —interrumpió Lucrecia. Caminó hacia el carruaje con un andar portentoso y fuerte y pude comprobar como Iabal no le quitó el ojo de encima. Era la primera vez que la veía tan empoderada. La primera vez que la veía mostrando la inteligencia que siempre había guardado con prudencia en su interior. Lucrecia estaba cambiando y creí por un segundo que de nosotras dos sería yo quien se quedaría en las sombras.
—Disculpe el comportamiento grosero de mi hija Lucrecia. Digamos que es algo...
—Fuerte y decidida. Sí, lo he comprobado. —Completo la oración de mi padre con palabras que él no iba a pronunciar sin duda. Acabó mirándome de nuevo a mí—. Princesa Melania, será un placer acompañarle al carruaje.
Caminamos y cuando tuve la puerta enfrente me ofreció su mano para ayudarme a subir. Sin embargo, por un instante, me hundí en mi propio reflejo en el cristal de la carroza. Aquella mirada neutral. Aquella piel suave y pálida. Ojos de un verde oscuro y una melena ondulada y roja recogida delicadamente en un moño bajo. Miré mis ropajes abrigados y profundamente negros. Negros por un luto permanente que me habían impuesto desde niña. Entonces mi mirada fue más allá y vi mi reflejo carnal. Lucrecia me miraba directamente a los ojos desde el interior del carruaje y, entonces, abrió la puerta para ofrecerme su mano. No dudé en posar la mía sobre la suya y subí, dejando atrás a Lord Iabal sin darme cuenta. Padre quiso subir en un caballo, pero el caballero insistió para que subiera con nosotras. Cuando quedamos encerradas junto con Guillermo el ambiente en el interior quedó muy cargado. Lucrecia miraba por una ventana y padre por la contraria. Yo, en cambio, solo tenía la vista sobre mis manos posadas sobre mis faldas. Deseaba leer para olvidarme de aquella situación, pero con Guillermo enfrente sería imposible. Cuando pusimos rumbo solo pude concentrarme en el traqueteo de las ruedas y el sonido de los cascos de los caballos golpeando el suelo de una manera un tanto desordenada.