LUCRECIA
Después de ver el ensayo de las ocho lunas y recorrer todo palacio, regresamos a mi alcoba. Aquella noche no pude dormir.
Mi mente se hundió en el recuerdo de los ojos verdes y gentiles de Melania. También en el calor de la mano grande de padre cogiendo la mía y en la alianza de madre, que aún portaba en uno de mis dedos anulares. Todas las noches lo acariciaba al igual que el colgante de oro blanco con la letra M en caligráfica.
Una lágrima se deslizó por mi mejilla hasta acabar encontrándose con la almohada. Escuché el primer trueno a lo lejos para dar paso al repiqueteo de la lluvia contra la ventana.
¿Melania estaría a salvo de la lluvia? Cada noche que había tormenta me lo cuestionaba.
Después, el rostro de lord Fyodor regresó a mí al igual que el tacto de sus labios. Había salvado su vida. También la de mi padre y la de Melania. Tragué aire y lo solté poco a poco. Había valido la pena; completamente. Y creí, entonces, que incluso si me hubieran advertido por todo lo que iba a pasar hubiera tomado la misma decisión.
Estaba atada al mayor pecador de todas maneras, por mucho que huyera.
El pensamiento de haber salvado a todos me relajó. Me concentré en mi respiración y cerré los ojos. Noté como todos mis músculos dejaban atrás la tensión y mi nuca se apoyó más profundamente sobre la almohada.
A los pocos minutos ya estaba flotando en una nube de ensueño; en un cielo amplio, nocturno y sin paredes que me encerraran. Sentía que estaba más cerca que nunca de las estrellas y que mis pulmones se estaban llenando del aire más puro y fresco que existía. Sentí las alas en mi espalda. Cada tramo de su enorme y fuerte amplitud. Me deslicé por la inmensidad de la noche, volando como si siempre lo hubiera hecho; gritando, riendo y llorando.
Entonces, la calma cesó en tan solo un segundo: volaba en mitad de una tormenta. Vi y escuché los relámpagos a lo lejos. Incontrolables y destructivos. No me esperé que uno me cayera encima. Sentí la electricidad por cada sección de mi cuerpo. Fue tal el dolor que ni gritar pude, cayendo desplomada contra el vacío. Cuando quise darme cuenta ya no sentía las alas, era como si me las hubieran arrancado de cuajo y mis piernas no reaccionaban. Estaba tumbada contra el duro y frío mármol cuando escuché el sonido del piano a lo lejos. Levanté mi parte superior apoyándola contra mis antebrazos, para ver a lo lejos la sala del ensayo de las ocho lunas.
Vi a un hombre de espaldas tocando una triste canción. Me transmitió un dolor tan parecido al mío: el anhelo de regresar otra vez al pasado para cambiar el transcurso del destino. Para hacer las cosas de otra manera. Las lágrimas se deslizaron por mis mejillas y se convirtieron en un llanto atormentado por mi parte.
Lloré más fuerte que nunca. Desee dejar de existir únicamente para cesar el dolor tan inmenso que arañaba mi interior.
La melodía cesó y escuché pasos que venían hacia mí. Cuando el hombre estuvo lo suficientemente cerca pude ver su rostro a pesar de la penumbra y aquellos profundos ojos grises tan eléctricos como el rayo que me había alcanzado anteriormente.
Era el marcado.
Dominik.
Me pregunté cómo podía detallar tan bien su hermoso rostro si tan solo una vez lo había visto. Entonces se agachó para acariciar mi mejilla con el pulgar y limpiar así mis lágrimas con delicadeza.
—Huye, Lucrecia. Antes de que también te marque para siempre —fue lo que pronunció con una voz que nunca había escuchado pero que sentía que conocía de toda la vida.
Me desperté de golpe, abriendo únicamente mis ojos.
Dasyra se encontraba preparando mis vestimentas y el olor del desayuno recién hecho llegó hacia mí.
Me sentía agotada. ¿Tan rápido había pasado la noche?
Intenté sentarme sin éxito. La fae de piel canela y melena rizada color trigo me ayudó.
Me dedicó una de sus grandes sonrisas.
—Hoy es un gran día. Empezaremos con su rehabilitación, señorita Melania.
—¿Mi rehabilitación?
—Así llama mi abuela a este tipo de tratamiento. Hoy empezaré a darle un masaje en las piernas con un aceite de hierbas medicinales y así mejorará la circulación.
—¿Circulación?
Los ojos azules mostraban una pizca de curiosidad.
—¿En sus tierras no saben de medicina?
—No lo suficiente, por lo que veo.
—Algún día le explicaré mejor el funcionamiento del cuerpo humano, pero para que me entienda en su interior existen conductos por las cuales circula su sangre real.
Sentí que Dasyra hablaba demasiado rápido para lo lenta que estaba funcionando mi mente en aquel momento.
Desayuné intentando ignorar las palabrerías de mi protectora. Después, llegó la parte que menos me gustaba: el aseo. Era muy vergonzoso el como tenía que limpiar mis partes íntimas, aunque sentía que Dasyra lo hacía con todo el amor del mundo.
Después, empezó la parte que me venció anteriormente. Embardunó sus manos en lo que parecía un ungüento aceitoso y amarillento para empezar a masajear mis piernas en su totalidad: pies incluidos. No sentí sus dedos, a pesar de estar viendo cómo apretaba con fuerza mis muslos.
Intenté reprimir las ganas de llorar al ver mis piernas desnudas. Tenían un color violáceo semejante al de un cadáver pudriéndose y las enormes cicatrices que las cubrían. Entonces entendí mejor el malestar general que sentía todos los días: los calores y las nauseas.
—Están mejor que hace unas semanas. Le estamos ganando a la infección.
—No volver a caminar nunca, Dasyra.
Pareció no escucharme. Dejó el masaje y cogió una de mis piernas con cuidado. Primero la levantó muy pocos centímetros sin flexionar mi rodilla y palpó mi gemelo y talón. Después flexión con mucho cuidado. Repitió el proceso varias veces en ambas piernas, con una expresión algo seria.