Lucrecia
—¿Alguna vez has mirado dentro de mi mente?
Ya había pasado una semana desde que Helia y yo habíamos unido fuerzas.
Desde nuestro encuentro en el porche, no habíamos entablado demasiadas conversaciones, ya que siempre estábamos acompañadas por Dasyra o por el marcado. Aquel día de entrenamientos estábamos totalmente a solas. Mi mirada se deslizo por nuestras manos, que estaban estrechadas para evitar que me cayera. Después posé mis ojos sobre los suyos y me hundí en el plateado de su iris.
Sonreí de lado y volví a sentarme en la silla ya que comencé a notar la fatiga en mis piernas.
—No leo mentes, mestiza. Solo es una intuición que siempre he tenido.
—Yo creo que sabes leer mentes.
—¿Por qué te veo segura de ello?
—Porque yo puedo hacerlo. Y cuando me describiste como funcionaba en ti, comprendí que no mentías. Porque así es como se siente.
Aquello me tomó por sorpresa.
—¿Cómo que eres capaz de leer mentes?
En ese momento volvió a tirar de mí para ponerme de pie. Cogí impulso y sostuve mi peso. Intenté disfrutar de aquellos segundos de verticalidad. Ella alzó la cabeza para poder seguir mirándome.
—Soy medio fae lunar. Los de mi raza tienen la habilidad de meterse en las mentes de los demás. En diferentes fases de la luna nuestro poder es incluso más fuerte, incluso podemos controlar a las mentes más débiles, distorsionar recuerdos o crear ilusiones. Los fae lunares más fuertes pueden incluso borrar recuerdos.
—Entonces tendría que ser yo la que te pregunte si has mirado dentro de mi mente, mestiza.
Sonrío de lado y noté como se acercó un poco más a mí. Yo mantuve mi posición.
—¿Acaso tienes miedo de saber lo que hay dentro de tu cabeza?
—En realidad no. Si hubieras entrado no hubieras salido ilesa, mestiza.
—Por eso ni se me ha ocurrido mirar dentro, ni siquiera cuando me enteré de tu verdadera identidad.
Le dediqué una sonrisa fanfarrona y volví a sentarme. Le miré desde mi posición.
—No he visto nada a través de tu mirada. Ya te dije que a veces no puedo usar mi intuición con todo el mundo.
—¿Y entonces que viste en mí para… ya sabes?
—Ah, simplemente analicé tu manera de hablar y de comportarte y lo comparé con el resto de Oreádes. Concluí que tienes unos valores más grises y que no eres fiel a nadie. Bueno, corrijo, eres fiel a tu rata.
—Se llama Martillo.
Entonces no pude evitar echar una risita al aire.
—¿Quien nombra a su rata como una herramienta? Nada menos que una inventora.
—Touché.
Entonces ocurrió algo que nos sorprendió a ambas. Conseguí levantarme de la silla sin necesidad del impulso de Helia. Nos miramos a los ojos.
—Debo admitir que tienes una fuerza de voluntad aplastante.
—¿Estás intentando halagarme?
—Eso estoy haciendo, sí.
Nos quedamos durante unos segundos calladas mirándonos. Notaba un brillo distinto en los ojos de Helia, como si hubiera bajado un poco la guardia conmigo y me sintiera más una aliada que una carga. Volví a sentarme.
—Creo que es mejor que lo dejemos por hoy.
—¿Cuando crees que estaré lista?
—Para caminar con ayuda de un bastón, en poco tiempo. Para volver a tener vida normal no lo sé. De todas maneras vas a tener que entrenar, tu estado físico es lamentable.
—¿Qué insinuas?
—Eres débil, princesita. Y para lograr lo que quieres tendrás que fortaleces tus músculos, que por lo que veo, son inexistentes —dijo mientras pellizcaba mi brazo con cuidado.
Por primera vez en mucho tiempo no debatí con ella ya que, aunque me molestara, sabía que tenía toda la razón. Mi vida en el castillo nunca requiso de actividad física. Solo de seguir respirando, comiendo y durmiendo. Mi mente estaba muy fortalecida por todos los libros que había leído y los meses que lord Declan nos enseñó lo básico de sus conocimientos. Pero nunca había ni rozado el aspecto físico. Entonces me percaté que era ahora de lo que siempre nos había separado a las mujeres. De hecho llegué a creer más de una vez que las mujeres nos caracterizábamos por nuestro ingenio pero no por nuestra fuerza. Al conocer a las oreádes me di cuenta de que era algo que también podíamos trabajar y construir el género femenino.
La propia Helia era una prueba de ello. Su cuerpo, a pesar de su tamaño, era robusto y poderoso. Entrenado desde hacía años.
—¿Crees que estaré lista para el solsticio de verano?
—Me encargaré de que lo estés lo máximo posible.
—¿Por qué la señorita Melania debería estar lista para el solsticio de verano? —escuchamos en la puerta de la sala.
Ambas miramos a la vez.
Nerva Dhoga, la primera oréade y mano derecha de Lucius, se encontraba mirándonos apoyada en el marco de la puerta y de brazos cruzados.
Nos quedamos en total silencio. Si no normalizábamos la situación de inmediato, Nerva sospecharía. Comencé a hablar:
—Dasyra me contó hace unas semanas que en la noche del solsticio de verano se nos permite salir de palacio para ir a la celebración en la ciudad. Me haría especial ilusión ir, pero sé que si mi estado no mejora Lucius no me permitirá la salida —expliqué.
—Y mi señora me estaba preguntando cuando estará recuperada —continuó Helia.
Nerva nos miraba con aire desconfiado. Pero las sospechas terminaron y me dedicó una vaga sonrisa.
—No se preocupe de eso, mi señora. Si no esta lista para este solsticio, lo estará para el siguiente. Céntrese en mejorar al ritmo que su cuerpo le permita.
Actué una mirada de decepción y un poco de agonía, pero le dediqué una sonrisa forzada.
—¿Ocurre algo, Nerva? —preguntó Helia.
—Simplemente quería pasarme para ver en persona el estado de nuestra señora. Por lo que veo, la abuela de Dasyra hizo milagros con vos, la noto con mucha energía.