Un gran festín,
sin duda al fin,
se celebraba por orden,
del rey puercoespín.
En la noche de los míos,
muchos invitados,
entre ellos, un arpista,
y su amada embarazada.
Todos comían,
bebían, y hablaban,
de momento un sonido,
extraño como el mismo,
estremeció a todo festejo.
Se escuchaba solo el silencio,
buscando todos el misterio,
de aquel sonido intenso,
que en absoluto extrañó.
Un anciano druida,
se animó con parla prohibida,
a dictaminar la causa,
del sonido suicida.
Provenía del vientre,
de ese pequeño ente,
hija del arpista,
sin nombre más que este.
Druida reveló una antigua profecía:
Aquella niña, sería la más hermosa,
entre todas preciosas,
cabellos rojos como el fuego,
y la piel del color de la miel,
aun así, sería la cuna,
de una gran discordia,
entre los tres,
mejores del rey.